Balada para 2020
Los primeros días del año tienen ese qué sé yo, ¿vieron? En primer lugar, nos espera una nueva agenda, fragante, inmaculada, con todos sus casilleros tan vacíos que encandilan. Es alucinante imaginar todo lo que pueden depararnos esas jornadas todavía abiertas a una infinidad de posibilidades que nos prometemos vivir "a tope".
Ensayemos el optimismo. No se puede negar que este calendario se inicia con buena estrella: empezando por su número que, como todos los "redondos", así, a primera vista, ya nos cae simpático. Sin embargo, bajo esa aparente inocencia el numerito se las trae, no se crean...
Vagabundeando por el universo virtual, llego inadvertidamente a gaussianos.com y cuál no es mi sorpresa al enterarme de que no solo es par y compuesto (no es primo), sino también, "abundante", ya que la suma de sus divisores propios excepto él mismo es mayor que el propio número; "odioso", porque cuando se lo escribe en su forma binaria, tiene una cantidad impar de unos; y además, "ondulado" (es natural y tiene la forma abab).
Es más: 2020 es la suma de los cuadrados de cuatro primos consecutivos (17²+19²+23²+29²) y, como si todo esto fuera poco, es "autobiográfico"; es decir que se autodescribe. Esto ocurre cuando, comenzando por la izquierda, su primera cifra indica el número de ceros que tiene el número, su segunda cifra la cantidad de unos, y así sucesivamente.
Sin duda este número es una verdadera maravilla. Y a todo esto tenemos que agregarle otra curiosidad: este año es bisiesto, lo que significa que tendremos un día extra, que se intercala a fines de febrero.
Tal como cuenta el físico y cineasta francés Olivier Marchon en su encantador El 30 de febrero y otras curiosidades sobre la medición del tiempo (Ediciones Godot, 2018), le debemos este día "de yapa" al papa Gregorio XIII que, en el siglo XVI, ordenó reformular el calendario que había impuesto Julio César en 46 a.C.
Aprovechando una estadía en Egipto, mientras le hacía la guerra a Ptolomeo y conquistaba a Cleopatra, el general romano se ocupó de encargar uno que pusiera orden al "republicano", que alternaba años de 355, 377 y 378 días, y en el que debían intercalarse meses enteros.
Como eso dependía de la conveniencia de pontífices y poderosos, que a veces olvidaban hacerlo porque estaban muy ocupados haciendo política o guerreando, llegó un momento en que el invierno (boreal) caía en junio y la primavera en agosto (cuando en el hemisferio Norte se inicia en marzo), y era imposible planificar las épocas de siembra y de cosecha.
La tarea de arreglar semejante embrollo recayó en un astrónomo de Alejandría, Sosígenes, que sabía que el año solar dura 365 días y un cuarto. Sosígenes recomendó repartir diez días más al final de los meses existentes en el calendario lunar que se usaba hasta ese momento, y añadir un día cada cuatro años para compensar el desfase de las seis horas que sobraban.
Marchon explica que, al comienzo de la reforma, ese día suplementario se había colocado justo antes del 24 de febrero y estaba numerado "23 bis". "Es por esta razón -escribe- que los años en cuestión son denominados 'bisiestos': comprenden dos veces (bis) el sexto día (sextil) antes del primero de marzo". La operación resultaba tan complicada que poco a poco el uso del 23 bis se fue perdiendo y es así como hoy tenemos el 29 de febrero.
Una curiosidad de la historia de la medición del tiempo es que el año en que empezó a regir este almanaque, para que el primer día del primer año cayera en el lugar adecuado, Julio César se vio obligado a agregar tres meses. El 46 a.C. duró ¡445 días! Fue tal el galimatías que se lo conoció como "el año de la confusión".
Un detalle más de 2020. No es, como muchas veces se piensa, el comienzo de una década. Esta empezará, puntualmente, el 1º de enero de 2021.