Amenaza
"La Argentina no es actualmente una amenaza militar, aunque podría ser una amenaza política o económica..."
(Del brigadier Bill Alridge, jefe de la fortaleza militar de Mount Pleasant.)
Parece que los ingleses se dieron cuenta. Durante un tiempo relativamente largo los despistamos sobre la magnitud de nuestros arsenales: les hicimos creer que eran auténticas las inversiones en armamentos de un cacique multimillonario del Sur, un tal Patoruzú, pero al final nos descubrieron. Metió la cola el azar para que comenzaran a sospechar que no somos actualmente una amenaza militar. Por puro aburrimiento, después de haber resuelto los crucigramas del domingo, vieron al hojear distraídamente un suplemento económico que el abominable señor Moreno había ampliado las restricciones para la importación, incluidas entre esas trabas el caucho para las gomeras de última generación, que eran hasta el momento el arma tecnológicamente más adelantada de la que disponíamos.
Pero nuestros amigos no comen vidrio. Saben que, aunque es verdad que los kelpers serían incluso capaces de defenderse solos impartiendo una dosis de adiestramiento militar a sus feroces ovejas, los argentinos seguimos siendo para ellos una enorme amenaza... en otros órdenes.
Ellos vivieron durante casi dos siglos a espaldas de su gran vecino, pero ahora está Internet. Gracias a ella, llega el conocimiento incluso hasta la aldea más pequeña, que ha pasado a tener las mismas dimensiones del mundo, pero gracias a ella también llegan los virus. Vicios, contagios e infecciones se multiplican por causa de la Red. ¿Qué pasa si a los pacíficos isleños se les da por copiar las manías de nuestros dirigentes? ¿Y si los jóvenes, siguiendo la moda, comienzan a imitar los horribles modales de sus maravillosos pares continentales? ¿Y si se cumple la ley de Murphy, que dice que lo primero que cunde son los malos ejemplos?
Ya circulan rumores alarmantes. Pondrían cámaras en los pubs para televisar los "Dardos para todos" y transformarían las tranquilas calles del centro en un circuito automovilístico. La amenaza está en pie: ningún kelper debe dormir tranquilo.