Al rescate de Marina Tsvietáieva
"Marina es mejor poeta que yo", le dijo Anna Ajmátova a Isaiah Berlin, según testimonio de este último incluido en su libro de ensayos Impresiones personales . Era fines de noviembre de 1945; la guerra había terminado hacía poco; Berlin, entonces circunstancial empleado de la embajada británica en Moscú, visitaba a la gran dama de la poesía rusa, autora de la fulgurante denuncia del "Réquiem", en su modesto departamento de Leningrado (hoy, de nuevo, San Petersburgo). ¿A quién se refería Ajmátova, usando una comparación que la vanidad de los creadores casi siempre impide pronunciar?
Ya Marina Tsvietáieva no podría escuchar este reconocimiento. En 1941 se había suicidado en su lugar de confinamiento, la ciudad tártara de Ielábuga, unos 600 km al este de Moscú. Los últimos -y trágicos- años de su vida parecieron haber sido anticipados por la exaltación de su obra poética.
Marina nació en 1892, en Moscú. Sus padres pertenecían a la burguesía acomodada y al ambiente artístico de la capital rusa. Desde joven se acercó a los grupos de poetas poco afines al dominante movimiento simbolista, aunque admiró a Aleksandr Blok, uno de los próceres de esta escuela. Estudió letras en la Sorbona.
Su vida amorosa fue tan agitada y transgresora como su rebelión verbal. Se casó en 1912, a los 20 años, con Serguei Efron, un cadete militar de 19; tuvo en seguida a su primera hija, Ariadna, "Alia", y en 1917, a la segunda, Irina. Mientras, tejió una relación pasional con la escritora Sofía Parnak. La revolución de 1917 sorprendió a la familia Efron en el bando zarista; la hambruna y el derrumbe económico obligaron a Marina, abandonada por su marido, a internar a sus hijas en un orfanato estatal, donde Irina murió en 1920.
En 1922 Marina y Alia pudieron salir de Rusia, en una peregrinación que las llevaría sucesivamente a Berlín, Praga (donde reencontró a Serguei y nació en 1924 su hijo Gueorgui) y París. Efron se acercó al régimen soviético y terminó siendo un doble agente. Marina viviría en París, con modestos recursos, hasta 1939. Y ésa sería su etapa literaria más productiva, con inclusión de la intensa correspondencia que sostuvo con Rainer María Rilke (hasta la muerte de éste, en 1926), y por más tiempo con su compatriota Boris Pasternak, otro amor de su vida, si bien platónico y a la distancia.
La poesía de Tsvietáieva, incluida en libros como Album de la tarde , Linterna mágica , El campo de cisnes , Leguas , Después de Rusia y Poemas a los checos , además de gran número de piezas sueltas, se caracteriza por su filiación neorromántica, a la que agrega una precisión y musicalidad en el uso de la lengua rusa que tienen pocos parangones. Se vincula con la poesía folklórica de su país, no tanto por los significados como por la atención que dispensa a la estructura rítmica de los poemas. La poeta exclama, se apasiona, usa monosílabos, interjecciones y encabalgamientos. El poeta es, para ella, "el que desordena los naipes / falsea el peso y las cuentas / y es un preguntón en el pupitre", pero "quizá su mejor victoria sea? / pasar sin dejar huellas, / pasar sin dejar sombras / en la pared". Tsvietáieva también escribió ensayos en prosa, como Mi Pushkin , que combina el homenaje al fundador de la literatura nacional rusa con pasajes autobiográficos.
Opuesta al avance del nazifascismo, Tsvietáieva volvió en 1939 a Moscú con su hijo. Su marido y Alia la habían precedido: ambos fueron arrestados, y Efron terminó siendo fusilado en 1941. Alia fue condenada a un instituto de reeducación, en el que pasó ocho años. Gueorgui, tras el suicidio de su madre, fue llamado a filas, y murió en combate en 1944.
Después de la oscuridad estalinista, la obra de la poeta fue positivamente revalorada en su país y, en seguida, en el mundo. La incansable actividad de Alia tuvo que ver en este renacimiento. Vladímir Nabókov, que había criticado a Tsvietáieva en sus cursos, adoptó una actitud más comprensiva. Dimitri Shostakóvich, en sus últimos años, compuso 6 poemas de Marina Tsvietáieva (Op. 143), un ciclo de canciones para contralto y piano. Y Josef Brodski, el último Premio Nobel ruso, calificó a la poeta de "la mayor escritora del siglo XX". Poetas y críticos de todas partes celebraron la música y la sonoridad de su obra poética como un tesoro expresivo único y, a la vez, como un reflejo de su atormentada experiencia vital.
Estas cualidades son las que, precisamente, dificultan sus traducciones a otros idiomas. Hace años hemos leído distintas versiones de Tsvietáieva a nuestra lengua, entre ellas las del escritor cubano Severo Sarduy; aunque meritorias, algunas parecen más bien retraducciones del francés. No ocurre lo mismo con los excelentes trabajos, vertidos del original, de la rusoargentina Irina Bogdaschevski, ni con la notable y exhaustiva tarea de traducción emprendida por la hispanomexicana Selma Ancira.
Ambas, además de la cantautora rusa Elena Frolova y otros especialistas, estarán presentes en las jornadas consagradas a Marina Tsvietáieva, desde mañana y hasta el viernes, con proyecto y dirección de Sofía González Bonorino, que la Biblioteca Nacional ha tenido la elogiable actitud de acoger en sus salas y auditorio.
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