Milei y Kicillof, el duelo pendiente
A la luz de la historia, la mala relación del presidente libertario con el gobernador kirchnerista de la provincia de Buenos Aires merecería ser vista como una amenaza a la estabilidad institucional. Sin embargo, nadie parece muy afligido hoy por ese antagonismo, dramatizado en los públicos reproches que día por medio intercambian Javier Milei y Axel Kicillof. Y no sólo porque para preocuparse sobren problemas. Problemas y antagonismos.
Ni siquiera es exacto decir que Milei tiene relaciones difíciles con el gobernador de la provincia más importante del país. En verdad las tiene, en grado diverso, con todos los gobernadores, ninguno de los cuales, como se sabe, pertenece a su partido. Aun así, o precisamente por ello, el Presidente busca subordinarlos. La pulseada por el reparto del ajuste se complementa con la exigencia de que los legisladores que responden a los gobernadores aprueben las leyes que el Poder Ejecutivo no consigue sacar del Congreso.
La provincia de Buenos Aires es la que más diputados aporta a la cámara, pero Milei, desde luego, no espera que Kicillof le dé una gran mano. Más allá de las expresiones específicas de resistencia al ajuste, el peronismo, aseguran estudiosos de sus pulsaciones, se encuentra en estado de hibernación. El general, evocan, hablaba de “desensillar hasta que aclare”. Pero otros diagnostican mero desconcierto frente al fenómeno Milei. Y están también los que al peronismo lo ven agazapado, un comportamiento táctico sujeto a resultados y oportunidades. ¿Dónde encaja el primer economista de la era moderna que gobierna la provincia de Buenos Aires, a quien ahora le toca convivir durante cuatro años con el primer economista que gobierna el país, colega de su misma generación (Milei es apenas once meses mayor que Kicillof), situado en sus antípodas ideológicas, partidarias, culturales y personales?
Sus allegados dicen que Kicillof no quiere enredarse en confrontaciones cuerpo a cuerpo porque ese juego le conviene a Milei, aunque si es por confrontar, Milei refresca a diario su nómina de antagonistas, que no parece mermar. Pero a la vez el gobernador busca resplandecer en el firmamento peronista justo cuando la provincia se autopercibe como la más castigada del país por la coparticipación, víctima de impiadosos recortes de transferencias discrecionales. Es proverbial: el peronismo no se especializa en gobernar sin plata porque se le complica la sincronización de hechos y relato.
Milei, en lo que parece ser un acto de astucia política, piensa usar el 25 de mayo como fecha tope para que los gobernadores definan su posición frente a las grandes medidas oficiales habidas y venideras. Se desconoce por el momento qué niveles de oposición, qué temperamento adoptará Kicillof frente al Pacto de Mayo.
Una posibilidad es que el 26 de mayo haya un nuevo escenario político, con la mayoría de los gobernadores alineados con las reformas que plantea el gobierno, y que así se reanime el protagonismo de un conflicto ancestral. “La Provincia -escribió Félix Luna, a la que llama país dentro de un país- ostenta desde siempre un poder político que va más allá de su real gravitación económica, cultural o demográfica”. Luna enumera una importante cantidad de cambios históricos determinados a partir de las disputas con la provincia de Buenos Aires.
En verdad ya hubo una vez una cohabitación de Nación y provincia entre mandatarios sincrónicos de distinto color político como ahora. Fue al final del siglo XX. Un viernes Fernando de la Rúa llegó a la Casa Rosada y Carlos Ruckauf a la casa de gobierno de La Plata. Apoyado por los partidos de Alvaro Alsogaray y Domingo Cavallo, Ruckauf había vencido con el slogan “meter bala a los delincuentes”, por 48 a 41, a la candidata de la Alianza Graciela Fernández Meijide, a quien además, en el estribo, “acusaba” de abortista. El peronismo-kirchnerismo que en el siglo XXI tanto denuesta a “la derecha” seguramente debe haber olvidado aquella inigualable epopeya electoral de 1999.
Dos años después De la Rúa cayó y el gobernador se convirtió en canciller de un nuevo gobierno peronista. A cargo de la provincia quedó el vicegobernador Felipe Solá, alineado con el presidente mandatado por la asamblea parlamentaria, Eduardo Duhalde. Duhalde fue el único gobernador bonaerense que llegó a presidente desde que existe el sufragio universal, secreto y obligatorio. Sólo que él no fue encumbrado por sufragio popular sino por una asamblea parlamentaria que se tomó cinco horas para elegirlo. Al final salió presidente por 262 votos a favor, 21 en contra y 18 abstenciones. En 1999 De la Rúa lo había vencido por una diferencia de casi dos millones de votos.
Ese detalle procedimental renovó la llamada Maldición de Alsina, mito referido al hecho de que después de que Bartolomé Mitre consiguió desempeñar primero la gobernación y después la presidencia nadie logró emularlo, pese a que ya van catorce intentos. El primero fue Adolfo Alsina, quien dos veces intentó ser candidato presidencial y en 1877, cuando estaba por lograrlo, se murió en forma repentina debido a una intoxicación. El más reciente, Scioli, cuya derrota en 2015 en manos de Macri interrumpió doce años y medio de gobiernos kirchneristas. Un segundo intento para repetir la candidatura mayor fue abortado el año pasado antes de las PASO.
Es cierto que entre 1987 y 1989 les tocó ser convivientes al presidente Raúl Alfonsín y al gobernador Antonio Cafiero, pero esa experiencia fue distinta desde el vamos. Primero, electoralmente. El presidente, que entonces duraba seis años, llevaba cuatro cuando en la provincia de Buenos Aires (igual que en otras trece) triunfó el peronismo. Y segundo, políticamente. Cafiero, líder de la renovación peronista, hablaba con Alfonsín un lenguaje bastante más republicano que el de los otros dirigentes peronistas, estampa inmortalizada aquella Semana Santa cuando puso el cuerpo y el alma en el balcón de la Casa Rosada durante el primer levantamiento de Aldo Rico. Alfonsín y Cafiero, cuenta Pablo Gerchunoff en El planisferio invertido, se conocieron en un restorán de la calle Venezuela a finales de la dictadura. Pudieron haber sido, dice el mismo autor, protagonistas de “otra Argentina que no fue”. Precisamente una de las causas de la derrota del gobernador Cafiero frente al gobernador Menem en la célebre interna justicialista de 1988 (la única que hizo el peronismo para dirimir una candidatura presidencial en toda su historia) estuvo relacionada con la manera poco confrontativa, para los parámetros peronistas, de Cafiero con el gobierno radical. Ahora mismo, casualmente, hay sectores internos que reclaman del peronismo una posición mucho más hostil contra el gobierno de Milei sobre la base de que la meta no es ni más ni menos que volver al poder.
A Carolina Píparo no le ocurrió como a Alejandro Armendáriz en 1983, el médico radical de Saladillo por entonces poco conocido que ganó la gobernación con el 51 por ciento gracias a la arrolladora ola alfonsinista y a su rival, el piantavotos Herminio Iglesias. La ola mileísta de 2023, es importante recordarlo, recién tomó forma en la segunda vuelta, es decir, cuando la elección del gobernador ya había pasado. Encima Píparo, cuyas virtudes políticas aún hoy ella mantiene fuera de la vista de los demás, obtuvo un anormal tercer puesto para un candidato a gobernador bonaerense del partido que al final del día se quedó con la presidencia de la Nación.
La división opositora permitió que Kicillof gobernara la provincia por segunda vez consecutiva, como antes lo habían hecho otros tres peronistas: Duhalde, Solá y Scioli. El candidato del Pro, Néstor Grindetti, quien tampoco se puede decir que hacía emocionar a las masas, obtuvo algo más de dos millones y medio de votos. Píparo, dos millones trescientos sesenta y siete mil. Entre los dos sumaron 4.930.000, esto es 600 mil votos más que el exitoso Kicillof. Los acuerdos electorales entre Milei y Macri funcionaron en noviembre delante del balotaje. En octubre ambos prefirieron perder con las botas puestas.
Kicillof, sin posibilidad de una tercera gobernación, es hoy el peronista con más alto cargo político de hecho y, a diferencia de Cristina Kirchner o Sergio Massa, no tiene demasiado margen para administrar silencios y ausencias. De los tres, sin ir más lejos, fue el único que asistió al último congreso del Partido Justicialista celebrado hace tres semanas en Ferro. Massa, el último candidato presidencial del peronismo, no pudo ir porque justo a la misma hora tenía el congreso de otro partido político, el suyo. Y Cristina Kirchner no suele interesarse por las cuestiones partidarias, si bien se tomó un tiempo para grabar un cálido mensaje para el partido de Martín Sabbatella, Nuevo Encuentro, que también se hallaba en sesión.
A Kicillof le tocó en Ferro contarles a los congresales, aunque la mitad faltaron, que se había resuelto crear una “comisión para el modelo argentino”, al tiempo que Alberto Fernández era desplazado como presidente partidario y el cargo quedaba vacante.
Así están las cosas. El gobierno prepara con cierta pomposidad el Pacto de Mayo al que Milei, según anunció, planea invitar no sólo a gobernadores, Fuerzas Armadas y expresidentes de la Nación sino también a los presidentes de los principales partidos. En nombre del peronismo, que tiene la primera minoría en ambas cámaras, no se sabe quién irá.