Milei y el liberalismo
Desde que se conocieron los resultados de las elecciones primarias, Javier Milei ha ocupado el centro de atención. Muchos análisis se enfocan en explicar qué sectores lo votaron, si su “discurso antipolítica” lo ayudó a ganar popularidad o cómo afectará este panorama al precio del dólar.
Si Milei fuera un pragmático, no habría mucho más que analizar. Pero Milei es un doctrinario. Su accionar se nutre de una teoría filosófica y económica: el liberalismo. Entender algunos aspectos de esta corriente puede ayudar a comprender mejor las opiniones del candidato.
En 1776, Adam Smith publicó La riqueza de las naciones. Su obsesión era entender por qué algunas sociedades eran ricas mientras que otras eran pobres. Smith observó que en todas las sociedades las personas buscaban progresar. La diferencia estaba en la forma en la que sus gobiernos las alentaban a progresar. En algunas sociedades, la gente progresaba perjudicando a otros (quitándoles sus bienes). En otras sociedades, la gente progresaba beneficiando a otros (vendiéndoles bienes y servicios que necesitaban o deseaban). Smith concluyó que encontraremos sociedades pobres allí donde la regla sea el saqueo, mientras que encontraremos sociedades ricas allí donde la regla sea el comercio. Las personas invierten, producen e innovan cuando beneficiar a otros es el único camino al progreso personal y la alternativa de enriquecerse perjudicando a otros está vedada.
La insistencia de Milei en reducir impuestos y regulaciones en el sector privado persigue un fin: facilitar el comercio y la creación de riqueza, invitar a las personas a intercambiar bienes y servicios y beneficiarse mutuamente.
¿Pero puede un mercado ser libre sin que los empresarios más poderosos terminen dominándolo? Milei sostiene que sí, porque considera que el poder de esos empresarios no proviene del mercado, sino del apoyo estatal para protegerlos de la competencia (por ejemplo, aumentándoles impuestos y regulaciones a pequeños y medianos empresarios).
De hecho, a Adam Smith le preocupaba que la economía de mercado se deteriorara y deviniera lo que hoy muchos llaman “neoliberalismo”. Smith fue un defensor del libre comercio, pero no de las grandes empresas. Los contactos políticos entre las grandes empresas y un gobierno con facultades para intervenir en la economía conducen a grandes subsidios, prácticas de licencias de monopolio y aranceles. Estas políticas son presentadas como protección al pueblo, pero su verdadero propósito es transferir riqueza de ciudadanos comunes a grupos poderosos de interés, sostenía Smith.
Por otra parte, la crítica más feroz de Milei ha sido a la facultad de los gobiernos de emitir dinero a discreción (vía el Banco Central). El razonamiento es sencillo. El dinero es un medio de cambio, pero una vez que circula en la economía, responde a la lógica de los bienes. Cuanto más de un bien hay, menos vale ese bien (un vaso de agua aquí y ahora vale menos que un vaso de agua en el desierto). Análogamente, cuantos más pesos emite el Banco Central, menos valen los pesos, así que cada vez es necesaria una mayor cantidad de pesos para comprar el mismo bien.
La inflación no es producto de una conspiración entre empresarios y comerciantes (conspiración que, por otra parte, solo existiría en la Argentina, Venezuela, Zimbabue y el Líbano), sino de la pérdida del valor del peso, generada porque el Banco Central imprime en exceso. Por supuesto, ello también explica, en parte, el aumento del precio del dólar.
Pero ¿por qué los gobiernos argentinos emiten en exceso? Tienen que emitir esa cantidad de dinero para financiar el inmenso gasto público del Estado. El mecanismo es perverso: como el dinero cada vez vale menos, necesitan imprimir cada vez más, generando así mayor inflación. De ahí la insistencia de Milei en cerrar el Banco Central y reducir el gasto público.
Muy criticada ha sido la visión de Milei sobre ciertos derechos laborales (el salario mínimo y la indemnización por despido). Milei argumenta que las regulaciones laborales suelen perjudicar a los trabajadores. Por ejemplo, si el salario mínimo legal es 500.000 pesos mensuales, pero el empleado produce el equivalente a 200.000 pesos mensuales, será despedido. Los despidos podrían disuadirse con rígidas leyes que obliguen a los empleadores a pagar grandes indemnizaciones. Pero entonces ese trabajador no será ni siquiera contratado.
¿Quiénes se perjudican? No los trabajadores más capacitados y con mayor experiencia, que podrán producir más de 500.000 pesos mensuales y conservar sus trabajos. Se perjudican los menos calificados: aquellos que necesitan trabajar para ganar experiencia y sumar antecedentes. Esta idea no es descabellada. De hecho, Thomas Sowell, economista de Stanford, describió que decenas de estudios en Estados Unidos, países de Europa, América Latina, el Caribe, Indonesia, Canadá, Australia y Nueva Zelanda fueron recibidos en 2006 por la National Bureau of Economic Research. La conclusión fue que el salario mínimo deja sin empleo a los trabajadores menos calificados.
Desde esta perspectiva, aumentar los salarios por ley es inviable; los trabajadores progresan allí donde hay movilidad social: en economías libres donde sea sencillo abrir empresas e iniciar emprendimientos sin que los gobiernos persigan a los emprendedores con regulaciones inentendibles e impuestos aplastantes. Allí los trabajadores de todo tipo serán demandados, y todo aquel que es muy demandado es bien recompensado. Y veremos empleados que, al acumular experiencia, podrán convertirse en empleadores por sus propios medios.
La dificultad para emprender es un serio problema. En El misterio del capital, el economista peruano Hernando de Soto ha estudiado el tema. Su equipo hizo el experimento de intentar abrir un taller de confecciones en las afueras de Lima. Formalizarlo ante el gobierno requirió trámites de todo tipo. Inscribir la empresa demandó seis horas por día durante 289 días. Además, aunque el taller de confecciones estaba orientado a operar con un solo trabajador, el costo de la inscripción legal fue 31 veces el salario mínimo mensual en Perú, dinero que podría haberse usado para pagar un mejor salario al empleado.
Finalmente, el liberalismo no es incompatible con la ayuda a sectores desaventajados (ni, en mi opinión, con la educación y la salud públicas). El mismo Friedrich Hayek, para muchos el principal exponente del liberalismo, sostuvo que la atención estatal de la pobreza es coherente con una sociedad libre. Tal vez por eso Milei ha explicitado que no piensa quitar, al menos en el corto plazo, la asistencia social ni desentenderse de temas como la salud y la educación.
El liberalismo no ofrece recetas universales. Pero sus tesis influyeron en el diseño institucional de muchos países. A juzgar por diversos rankings (por ejemplo, el Index of Economic Freedom), existe una relación entre libertad económica y mejor nivel de vida en la población. Sin embargo, las teorías no ofrecen garantías. Si es elegido, Milei deberá usar el buen juicio para aplicar la teoría a un escenario particular como la Argentina.
Profesor investigador de la Universidad Adolfo Ibáñez