Milei y el contrapunto perfecto: apología de la mala noticia
Cuando las expectativas sobre la gestión empezaban a flaquear, el Presidente se topó con el conflicto ideal y sus adversarios preferidos: los sindicatos de Aerolíneas y Máximo Kirchner
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Justo en la semana en que, según casi todos los sondeos, las expectativas sobre la gestión de Javier Milei empezaban a sufrir una caída constatable, el Presidente se topó en el camino con el conflicto ideal y sus adversarios preferidos: los sindicatos de Aerolíneas Argentinas, que amenazan con volver a dejar sin vuelos a todo el país, y Máximo Kirchner, que reapareció ayer en el estadio Atenas, de La Plata. Lo suficiente como para desviar el foco de atención de factores que, dicen los encuestadores, le venían afectando la imagen al Gobierno, como los vetos a las leyes de movilidad jubilatoria y financiamiento universitario. En La Libertad Avanza celebran en silencio.
“Ni Karina hizo tanto por Milei como los gremios aeronáuticos”, escribió en Twitter el politólogo Andrés Malamud. Como si Pablo Biró, de la Asociación de Pilotos de Líneas Aéreas (APLA), y Juan Pablo Brey, de los Aeronavegantes, se hubieran propuesto contribuir con una recomendación que el equipo de Santiago Caputo hace desde que Milei asumió: que el Presidente se ponga al frente de la discusión y “marque agenda” mediante por lo menos un hecho relevante por semana.
La discusión por Aerolíneas vuelve a incluir todo, desde la necesidad de dar un servicio “esencial”, previsto en el decreto 825 publicado el lunes, hasta las prerrogativas laborales que sobreviven en la compañía desde hace años, inimaginables en otras partes del mundo. Franco Mogetta, secretario de Transporte, empezó a exponerlas la semana pasada cuando publicó en las redes que de los 18 lugares de business que tenía el vuelo inaugural a Punta Cana diez habían sido ocupados por parientes del personal. La casta de la casta. En el Gobierno prometen más revelaciones.
Es probable que este haya sido entonces apenas el inicio de un extenso conflicto que anteayer, en una asamblea en la sede del gremio, los pilotos prometieron “profundizar”. Así lo anticiparon en el último párrafo del comunicado difundido esa tarde. Aerolíneas Argentinas ha puesto siempre a prueba la fortaleza y la capacidad de decisión de las administraciones, pero interpela particularmente a esta desde el aspecto ideológico: ¿qué debería hacer, si no privatizarlas o cerrarlas, un gobierno libertario con empresas estatales deficitarias? Pero no es tan sencillo porque la ley de estatización, aprobada en 2008 por 167 contra 79 votos en Diputados y 42 contra 21 en el Senado, prohíbe privatizarla, y el capítulo que contemplaba esa posibilidad quedó fuera de la Ley Bases en la última negociación. También está el pasivo contingente de los casi 12.000 empleados con derechos adquiridos y décadas de antigüedad. ¿Habría de todos modos interesados? En La Libertad Avanza no son optimistas al respecto. Saben que no es lo mismo esta línea aérea que otras empresas estatales. Que AySA, por ejemplo, por la que ya preguntaron en las últimas semanas dos grupos norteamericanos, ambos con socio argentino, o Tandanor, seguida con atención por dueños de capitales griego y español.
Descartada entonces la posibilidad de hacerla competitiva, en Aerolíneas todo debe resolverse políticamente. Y en ese ámbito cobran valor los gestos. Anteayer, mientras en la sede de la Asociación de Pilotos de Líneas Aéreas se desarrollaba una asamblea con 400 afiliados, Mogetta difundió fotos que acababa de sacarse en su oficina con dos extranjeros interesados en el sector: Phil MacGrane, CEO de Dnata, operadora brasileña de handling aeroportuario, y el embajador de Emiratos Árabes Unidos, Saeed Abdulla Alqemzi. Más que una reunión de negocios, una advertencia a Biró y a Brey.
Se hace difícil imaginar una solución porque nadie parece dispuesto a ceder. Algo parecido pasó en 2008 con la discusión por la 125. ¿Cuántos días de paro y pasajeros quejosos está en condiciones de soportar la Casa Rosada? ¿Pueden los trabajadores exponerse a más despidos? Los líderes gremiales dudan. El tiempo del “Todos somos Aerolíneas” quedó muy atrás. Hoy, según diferentes encuestas, los consultados que quisieran privatizarla representan en todos los casos más de la mitad.
Biró sumó esta semana a la causa a todo el sindicalismo del transporte, que analiza la posibilidad de hacer un paro más amplio. Pablo Moyano, Omar Maturano, Juan Carlos Schmid… Más para el casting de Caputo.
Es difícil que se entiendan con Milei porque parten de esquemas mentales incompatibles y tienen objetivos opuestos. Al Presidente le pasa en realidad con gran parte de la dirigencia. Mientras él se jacta, por ejemplo, de estar haciendo el ajuste más severo de la historia, en la oposición usan el mismo argumento para criticarlo. Y ocurre lo mismo con la “justicia social”, considerada un “robo a mano armada” por el líder libertario.
Vale la pena detenerse en las razones de ese diálogo imposible. En un informe elaborado para empresas sobre la presentación del presupuesto 2025 en la Cámara de Diputados, el consultor Juan Iramain advierte que, entre los aspectos destacables de un discurso que llamativamente no tuvo números, el Presidente sorprendió con una especie de “resignificación” de conceptos que hasta hace poco tenían sentidos prácticamente opuestos. ¿En qué punto llegarían a un acuerdo partidarios del “Estado presente” y un líder cuya obsesión es minimizarlo? No podrían ni empezar. Y así con todo. El sueño de Milei no es construir rutas, sino sacar de ahí al Estado y que las obras puedan hacerse con capital privado. Hasta ahora, lo normal era que un veto a un aumento a los jubilados fuera ejercido con incomodidad por cualquier líder político; el Presidente lo festejó en cambio con un asado para “los 87 héroes”. Ese encuentro en Olivos sorprendió incluso a los propios. “Ojalá que podamos ir juntos en las elecciones de 2025″, dicen que les dijo el anfitrión. Un diputado de La Libertad Avanza se preguntaba entonces si, con esas pretensiones, no habría sido mejor ubicar a Cristian Ritondo más cerca de la cabecera. “Los políticos nos fijamos en dónde nos sientan”, explicó. Pero Milei no razona como un político.
Esta ruptura de paradigma resulta a veces difícil de digerir para la dirigencia tradicional. Parte del progresismo, por ejemplo, prefiere últimamente analizar al Presidente con categorías del ámbito de la moral. Según esa óptica, Milei no solo ajusta: también es “cruel”, “mala persona” o “falto de empatía”. Tampoco debería sorprender que el eslogan que los kirchneristas estrenaron ayer en el acto de La Plata haya sido: “Armar de nuevo”. Porque hay que volver a empezar.
Este estilo tan particular permea finalmente en el modo en que el Gobierno gestiona. La Ley Bases, por ejemplo, acaba de incorporar para determinados actos de la Administración Pública Central la metodología del “silencio positivo”, un concepto jurídico que establece que, ante cualquier pedido a un determinado organismo del Estado, la falta de respuesta al cabo de un plazo legal específico deberá interpretarse como permiso. El silencio es un sí. Hasta ahora, como la propuesta es empezar de cero y quien conduce está en minoría, casi toda la energía se la lleva el no. Gobernar es vetar.