Milei y el choreo
“Para nosotros, la inflación es un robo” (De Javier Milei)
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Qué desilusión el discurso presidencial del lunes pasado. Demasiado escueto, muy formal. Después de la frase en el Foro Llao Llao, cuando Javi describió la votación de Lousteau en el Senado como “los que levantan la manito de querusa”, uno esperaba más. Más lunfardo.
No es lo mismo decir que el esfuerzo va a valer la pena a que “hay que seguir hamacándose para capear el balurdo que nos dejó un rejunte de tirifilos que se escolasearon nuestra viyuya”.
Qué sonoridad le hubiera dado a “tuvimos superávit financiero en contra de todos los pronósticos petardistas” haber dicho que “estábamos a punto de espichar, casi mortadela, sin un jodido verdolaga, por lo que hubo que terminar de cuajo con la patinada, entornar las persianas y empezar a darle al yugo porque el tongo era tan grande que íbamos directo al sobretodo de madera.
Que nos abrocharon con el pongui-pongui, que el país quedó baqueta por el choreo de tantos buscas que ahora tiritan frente a la posibilidad de la gayola. ¡Posta! Se pasaron de rosca los garpatuti que nos tomaron de perejiles. Se abacanaron ellos y nos dejaron en ocote.
Qué débil sonó en boca del actual inquilino de Olivos decir que Alberto, el locatario anterior, creó una “nefasta fórmula previsional”. Sin caer en el agravio, pudo haber deslizado que aquella manganeta del gil a cuadros, del cusifai ese de las fiestas pandémicas, les pijoteó a los abuelos un fangote de guita que ahora da pavura, mientras él está pipón con los 7 palitos mensuales que le garpamos todos de jubilación. Que paganini Massita terminó forfai por la matufia. ¡Qué despiporre armaron esos dos chitrulos rodeados de lambedores!
“Si no se gasta más de lo que se recauda no hay inflación. No es magia”, parafraseó el quía a la farabuta que nos felpeaba en la jeta porque a pelandrunes no nos gana nadie.
Dos días después, en la cena de la Fundación Libertad, Milei dijo que el gobierno precedente estaba conformado por una “manga de chorros” y que siempre iban a negar el afano. Demostró que el lunfardo no le es ajeno, pero pudo haberlo usado un poco más para deleite de quienes creen que no hay mejor yeite barriobajero que ese léxico popular cuando se trata de batir la justa.
Bastaba con agarrar el Diccionario del Lunfardo de Athos Espíndola para darle más pomada a sus intervenciones, especialmente a aquella última cadena nacional que terminó con un imprescindible reconocimiento “al esfuerzo heroico de los argentinos que están sufriendo”. Es decir, a los que franelearon diciéndoles que la mordida les iba a salir gratarola y los dejaron solari, peloteando en la mishiadura. Los madrugaron mal. Se viene una época durelli. Hay muchos enculados yirando por la vida, semblanteando al León con la esperanza de que no los embagayen de nuevo. Porque acá, querido lector, acá sí pasó naranja.