Milei, ¿salto al vacío o entrada al siglo XXI?
Expectativas e interrogantes frente a las primeras medidas impulsadas por el nuevo gobierno
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La democracia argentina no recuerda un tiempo tan intenso y convulso como el que se vive desde el pasado 19 de noviembre, fecha en que nos sorprendió el triunfo de un candidato que centró su campaña en la promesa de ajuste fiscal y por ende de malos tiempos por venir, sin recurrir a eufemismos.
Y la sorpresa fue aún mayor por la diferencia lograda sobre un peronismo unido y abroquelado en un candidato moderado que basó su campaña en el otorgamiento de beneficios sin límite alguno.
Ambos eventos rompieron mitos y costumbres bien asentadas y despertaron las primeras señales de algo nuevo y distinto.
Algunos memoriosos minimizan este evento comparándolo con los traumáticos tiempos de Alfonsín/Menem (1989) o incluso con el vértigo vivido con la caída de De la Rúa y el bochorno presidencial que continuó (diciembre 2001/enero 2002). Sin desmerecer la vorágine de esos eventos y transcurridos ya 40 días de la asunción de Javier Milei, el presente ofrece otros aspectos que lo hacen único.
En primer lugar, el Presidente y su equipo no sólo se han abroquelado en un discurso “políticamente incorrecto” para nuestra cultura (“no hay plata”), sino que redoblan los anuncios de ajuste, austeridad y orden fiscal para recuperar solvencia, nudo central de la pérdida de credibilidad de la República desde hace décadas.
Igualmente llamativa es la audacia que propone ante su debilidad política objetiva, lanzado medidas polémicas y ambiciosas que amenazan convencionalismos, intereses corporativos profundos y añejos, sin dejar actividad o sector al margen del cuestionamiento.
¿Será que ante el desfonde socio-económico sólo queda proponer lo impensable? Inevitable recordar a Napoleón (“el centro se hunde, los flancos ceden, me veo obligado a contraatacar”).
Sin entrar en el análisis del contenido de las reformas propuestas (son tantas y tan complejas que requieren de una capacidad excepcional), los alcances y consecuencias son de tal envergadura que podemos afirmar que por primera vez en su historia democrática el país debate una agenda original, temáticas que superan controversias añejas y circulares, que prometen cuestionar décadas de continuidad, gatopardismo y profunda decadencia.
El desafío de Milei es audaz y temerario; lo es por el alcance y la amplitud de sus propuestas, pero resulta igualmente perturbador por las consecuencias del planteo.
Profundizo esto último.
Los seres humanos y sus organizaciones sociales, empresariales o políticas, buscan desesperadamente el orden y la previsibilidad; nada asusta mas que el desconcierto o la incertidumbre. La experiencia indica que es tal el rechazo ante el cambio, que es habitual desconocer que “los tiempos cambian” para evitar cuestionar el accionar de uno y/o de sus propias organizaciones, suponiendo que las cosas volverán a la pasada normalidad.
Pero todo tiene su fin y en algún momento la realidad se impone (“el rey está desnudo”) para asumir que de verdad es uno el que debe cambiar, adaptándose a las nuevas realidades, gusten o no.
El proceso anterior arranca con la decepción de abandonar un tiempo y un lugar de seguridad y como tal arrastra una memoria sesgada por lo bueno y/o lindo de todo tiempo pasado, lo que convierte este tránsito en una controversia entre los promotores del cambio y los defensores de lo mucho o poco disponible.
Los primeros serán permanentemente descalificados, buscando sus flaquezas, errores y contradicciones con el afán de apoyar a los resistentes cuyas voces serán como las sirenas que buscaron torcer el rumbo a Ulises en su vuelta a Ítaca.
Entre estos dos grupos permanece en silencio la mayoría de la gente observando el desarrollo del planteo, sus argumentaciones y evaluando qué postura tomar. Ellos serán quienes terminen por aceptar y empoderar a unos o a otros.
Y éste es lo que se llama un momento de la verdad, el que provoca la irrupción del líder que cuestiona el statu-quo, que presenta con pasión la necesidad de avanzar, aclarando que será una travesía en un “desierto de penurias y sacrificios” para alcanzar un futuro mejor, nunca fácil, cercano o incluso seguro (no olvidarse de Moisés y su final inesperado).
Una labor ingrata, impopular, plena de sacrificios y sin garantía alguna de éxito, pero con el valor de lo imprescindible, que deberá avanzar a pesar de las dificultades propias y ajenas de la misión.
Los argentinos somos testigos y protagonistas privilegiados de un debate histórico que por su amplitud y complejidad solo puede compararse con lo ocurrido durante el siglo XIX.
Resulta imposible anticipar resultados de este esfuerzo, aventura colectiva que conmoverá los cimientos del país que conocemos.
Me resisto a pensar en éxitos o fracasos como se especula en las redes y medios de comunicación; descreo en las métricas que se utilizan para unos y otros. Un éxito suele ser el resultado final de muchos fracasos y estos son lecciones de vida que enriquecen el espíritu y permiten crecer.
Confío mas en lo que ocurre debajo de la superficie y en ello fundo mi esperanza que cualquier sea el resultado próximo, Argentina ya ganó y será un país distinto y mejor !
Asumir que lo que se tiene no alcanza; que mi beneficio no compensa las carencias de los otros; que hacer mas de lo mismo no nos cambiará el rumbo o que vale la pena (una vez mas) nuestro sacrificio por la promesa de un futuro mejor para nuestros hijos, conmueve y alienta a la esperanza.
Argentina entendió no estar “condenada al éxito” y por el contrario, que debemos recuperar la humildad de haber fracasado y de recordar que el trabajo y el sacrificio son las vías para una vida mejor y una sociedad mas equitativa.
Sólo con esto ya dimos un paso gigantesco para sanar.
Aceptar nuestras debilidades y flaquezas es necesario, aunque insuficiente para salir adelante.
Ahora viene lo dicho; proponer, buscar, probar nuevos caminos, avanzar y retroceder, caer para levantarse, manteniendo la fe en alcanzar un futuro mejor.
Porque la vida es anhelo, es contar con proyectos vivificantes que brinden propósito a su gente y el momento representa un llamado abierto a dejar de lado la comodidad del espectador y asumir el protagonismo de los actores que cargan con la responsabilidad y la belleza de moldear una nueva realidad.
Para ello no existen escuelas de formación, ni condición socio-económica requerida, tan sólo audacia, temperamento y confianza.
Romper la inercia, abandonar el confort nunca es racional; por el contrario responde a la inquietud emocional de recuperar protagonismo en la vida, de darse una nueva oportunidad y reconocer que sumarse a la construcción de la Argentina del siglo XXI no ocurre a menudo.
(*) El autor es empresario.