Milei, Lijo y la corrupción
En el aquelarre de la agenda pública, el escándalo de conocer como un expresidente maltrató a su esposa, con la complicidad de amigos, colaboradores y funcionarios públicos, amenaza esconder otro sonoro caso de corrupción que involucra a nuestro mencionado maltratador junto con el riesgo de minimizar u olvidar que la corrupción es un mal que nos devora silenciosamente frente a una población que muestra señales de resignación.
Cuántas conversaciones y debates se frustran al hablar de cómo la política termina siendo el ámbito para el enriquecimiento personal; de cuántos personajes que viven de su salario público, al término de unos años ostentan impúdicamente patrimonios dignos de unos pocos. Lo anterior se confirma con los escasos casos de corrupción que saltan a la opinión pública, pero que al poco tiempo y por razones inverosímiles terminan disolviéndose en los pasillos de la justicia.
Ello alimenta una creencia que nos marca a fuego y condiciona nuestra voluntad de transformar la realidad, de recuperar la esperanza a un futuro mejor: la política es sucia, los políticos en general son corruptos o al menos cómplices y lo que es peor, no se sabe cuál es la manera de resolverlo.
Ante esta andanada de pesimismo o derrota intentaré una propuesta poco original, pero entiendo oportuna.
En primer lugar, y a efectos de no caer en reduccionismos injustos, es obvio que existen funcionarios públicos y políticos deshonestos, pero supongo que en la misma proporción que los hay en las empresas, sindicatos o universidades. No comparto estas generalidades fáciles de plantear, pero falsas e irresponsables (¡recuerden cuando un expresidente vecino caracterizó a todos los argentinos como corruptos!). Tuve el honor de conocer y trabajar con políticos honestos que pueden caminar sin temor al escándalo, al igual que conocí situaciones empresarias poco éticas e incluso claramente corruptas.
¿Resulta necesario recordar que el mal puede ser intrínseco al hombre, cualquiera sea su ocupación, riqueza o poder?
Ahora bien, esto nos lleva a pensar si existen estrategias para resolver este problema que por su naturaleza cultural no resultará fácil ni inmediato.
Vale recordar que la corrupción se combate con voluntad, tiempo, perseverancia, liderazgos virtuosos y fundamentalmente con prácticas y regulaciones que alienten la transparencia (aliado esencial en esta lucha) y que reduzcan al mínimo la discrecionalidad.
Para ello rescato tres grandes iniciativas que Milei lleva adelante con audacia y determinación: la lucha contra la inflación, la desregulación de normas en que vivimos y la reinserción en el mundo.
Sobre la inflación - viejo compañero de ruta de los argentinos - es poco lo que puede decirse nuevo sobre lo nefasto que resultó en el empobrecimiento que vivimos, pero no olvidemos también el daño que produce la recurrente intervención en materia de precios y salarios con el consiguiente impacto en la gente y en las empresas. Los controles de precio, tarifas y subsidios a la producción solo lograron aplacar la fiebre sin resolver la enfermedad, pero fueron oportunidades para el favoritismo y la discrecionalidad deshonesta.
Al desaparecer la inflación, esto último desaparecerá también.
Realizar cualquier tipo de inversión en el país conlleva un esfuerzo extraordinario; a la volatilidad macro e inseguridad jurídica, se le suma el cumplimiento de exigencias ambientales y regulatorias a nivel nacional, provincial y municipal, las cuales se traducen en la aparición de “gestores” que prometen acortar plazos a cambio de ciertos “peajes”. A este desafío inicial se le suma la operatoria habitual, con recurrentes inspecciones siempre “oportunas” que verifican al infinito el cumplimiento de exigencias muchas de ellas absurdas y/o caducas.
Ni hablar de pretender exportar cuando existen cupos o importar en tiempos de controles de cambio y escasez de divisas.
Son conocidos los casos de importadores que, a riesgo de cerrar, tuvieron que pagar sobrecostos (siempre ilegales) para acceder a las escasas divisas subsidiadas.
Pequeños ejemplos conocidos de una economía sobreregulada que ha abusado de esta herramienta sin atender consecuencias no deseadas que hacen insufrible la vida de las empresas (y particulares) y dan pie para la corrupción.
Por último, volver al mundo resultará una oportunidad y una amenaza.
La oportunidad la trae el comercio, vehículo comprobado de riqueza y crecimiento. La Argentina disfrutó de los beneficios de una economía abierta cuando a fines del siglo XIX no sólo se benefició de un aluvión de inmigrantes, sino que su economía creció hasta alcanzar niveles de los entonces países más avanzados del mundo.
Pero el comercio es una vía de doble sentido; las exportaciones aumentarán al igual que las importaciones y esto último significará una mayor oferta de calidad y menores costos para los consumidores. Resulta fácil imaginar las ganancias que perderán algunos colegas acostumbrados a “cazar dentro del zoológico” las cuales alimentaban circuitos oscuros de la administración pública y de la política.
¿Con estas iniciativas valientes podemos pensar que Milei logrará reducir la corrupción?
Si bien son condiciones necesarias, no resultan suficientes si lo anterior no se acompaña con la recuperación de una Justicia independiente, profesional y honesta que garantice el fin de la impunidad.
La democracia argentina maltrató y denigró nuestra justicia; vale recordar los embates durante la década de los 90 (mayoría automática en la Corte o la “servilleta de Corach”), la cooptación de los fueros laborales por las mafias de los juicios (que amenazan nuestras pymes), la impunidad de sonados casos de corrupción que se demoran sin plazos o intentan absurdas justificaciones (ej. “cuadernos y aportes electorales”) o el presente escándalo de postular un nuevo candidato a la Corte Suprema que ostenta múltiples denuncias de corrupción y mala gestión (cerradas o abiertas), que no presenta antecedentes académicos y que genera rechazos que cruzan todo el arco social, académico y político partidario (oficialismo incluido).
La Corte, garantía última de igualdad ante la ley, debe asegurarse nuevos miembros (idealmente femeninos) que sumen prestigio y ecuanimidad. De avanzar con el pliego de Lijo será una derrota en la iniciativa de fortalecer la república y terminar con la corrupción que tanto daño le significó al país.
Dios ilumine a Milei.
Empresario