Milei, frente a una pelea inminente y sin banderas partidarias
El Gobierno está convencido de que la estabilización de la economía alcanzará para “nivelar la cancha”, pero necesita que ese proceso concluya lo más rápido posible
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En la semana en que el Gobierno celebró el éxito más constatable de su programa económico, un IPC del 2,4% mensual, empezó también a quedar claro cuál será la principal contraindicación del modelo que propone: una tensión persistente con parte de un sector habituado desde hace décadas a convivir con el viejo orden, los empresarios.
Con algunos de ellos la pelea casi no se percibe, aunque sea inminente. Hay que detenerse en el contrapunto que tuvieron anteayer, en el seminario Propyme, Paolo Rocca y el secretario de Industria, Pablo Lavigne. La conversación fluyó y hasta resultó amable. Pero ambos supieron desde el principio que los separan no tanto los principios o el rumbo económico como la oportunidad y la magnitud de cada decisión. Amables, correctos y por momentos sonrientes, coincidieron en casi todo lo que pasó hasta ahora, desde el plan de estabilización que le permitió al Gobierno lograr el equilibrio fiscal, hasta los aumentos de tarifas y la desregulación de ciertas actividades, pero mostraron desacuerdo en el modo de poner en práctica lo que viene, que es vital. Una segunda etapa que sin dudas los hará confrontar.
La Casa Rosada pretende una economía abierta, competitiva, con mejores salarios y menos costos laborales e impuestos, todos conceptos loables que los empresarios están dispuestos a aceptar siempre y cuando la transformación empiece por la última parte, la que compete y más compromete al Estado. Hay ahí un choque de prioridades y de urgencias.
“Nivelar la cancha”, repiten en la Unión Industrial Argentina, que el martes por la mañana insistió en el reclamo delante de Federico Sturzenegger, un invitado siempre difícil de convencer. Lo recibió con una presentación a cargo de Diego Coatz, economista de la central fabril, que expuso la carga que los gobiernos nacional, provinciales y municipales ejercen sobre el sector privado. “Presión tributaria, saldos a favor y problemas de competitividad”, se llamaba el informe, que consignó que dos de cada tres empresas acumulan saldos a favor equivalentes a más de un mes de sus obligaciones mensuales de IVA, y que un 41% de ellas lo tiene en al menos un impuesto nacional. “Se financian con nosotros”, dijo después a la LA NACION uno de los presentes. Sturzenegger les prestó atención y pudieron hablar. Pero pocas horas después, ya sin el ministro, la reunión de junta directiva de la central fabril fue una catarsis extendida. Horacio Moschetto, secretario de la Cámara de la Industria del Calzado, reveló por ejemplo un dato desalentador: la feria del sector acaba de hacerse con 40% de productos importados. ¿Un anticipo de lo que viene?
La mala noticia es que el Gobierno no está ni siquiera para atenuarlo con paliativos. No habrá políticas sectoriales. Rocca y sus pares lo saben perfectamente. En el seminario de anteayer, no bien abrió el micrófono a preguntas, el empresario se sorprendió con que la primera del público iba dirigida a él, no al invitado principal, Lavigne. La hizo Silvina Sforzini, gerenta comercial y accionista de la metalúrgica Fundición San Cayetano; quería saber si el grupo Techint analizaba invertir en la acería de San Nicolás. Rocca se tomó unos instantes. Dijo que sí, que en algún momento había que ir pensando en cambiar la fuente de energía de los altos hornos para aprovechar la competitividad de la electricidad y del gas, pero recordó que, por ejemplo, en Europa, los acereros le decían que la Unión Europea les aportaba 1000 millones de dólares para hacer esa reconversión. “Y, por lo que escucho de Pablo, me parece que acá no nos van a dar 1000 millones de dólares”, agregó, sonriente y mirando a Lavigne. “No hay plata”, le devolvió el funcionario, que aprovechó la anécdota para contestarle con la cosmovisión del Gobierno. “Pero se están financiando a tasas bajas, Paolo. ¿Cuánto pagan por las ON? ¡Seis puntos!”, empezó. Rocca corroboró la tasa. “Sí, estamos en seis puntos”, dijo. “Casi el bono del Tesoro americano, mirá, vas a tener una oportunidad”, cerró Lavigne.
El Gobierno está convencido de que la estabilización de la economía alcanzará para “nivelar la cancha”, pero necesita que ese proceso concluya lo más rápido posible, urgencia que el mercado no tiene. El riesgo país, una de las variables de la confianza, bajó drásticamente desde mitad de año pero, pese a la novedad del equilibrio fiscal, no perforó todavía los 700 puntos básicos. En el final de Macri, ya en default selectivo, ese indicador estaba en 400. ¿La memoria del establishment juega en contra? ¿Temor por lo que aún pueda pasar o, más precisamente, volver? Al Ministerio de Economía le vencen en enero unos 1000 millones de dólares de intereses y otros 2700 millones de capital. Incluso si los paga sin esfuerzo, quedan más vencimientos en el año y, sobre el final, un desafío más relevante: elecciones legislativas. Es el punto en que se encuentran la credibilidad en el modelo y las banderas partidarias.
El miedo le gana por ahora a la codicia, al menos en el mediano plazo. Por eso, puestos a elegir, algunos libertarios prefieren las medidas más drásticas: ¿sanear o mejorar Aerolíneas Argentinas? No, mejor privatizarla para que a un eventual sucesor de Milei no se le ocurra volver a dilapidar recursos. ¿Recuperar la total independencia del Banco Central modificando la carta magna? No, cerrarlo: hay que romper el instrumento del populismo.
En el fondo de estos dilemas subyace la incógnita de si la sociedad aprendió las lecciones del fracaso. Aunque el país pueda el año próximo volver a crecer. Los pronósticos indican que habrá al menos un 3% de efecto arrastre y un informe del JP Morgan proyecta incluso 8,5%. Resultados auspiciosos que no necesariamente despejen la desconfianza estructural. La Argentina tiene décadas de desmanejos.
Es entendible que los empresarios sigan aferrados a lo conocido. No bien salió el decreto 70 que desregulaba el sector de la salud, lo primero que hicieron las prepagas fue intentar recomponer de golpe sus desequilibrios de años. Eso las llevó en abril a un conflicto con la Casa Rosada y, como consecuencia de un largo proceso administrativo, a la imputación que acaba de hacerles la Comisión de Defensa de la Competencia por presunta cartelización. El Gobierno decidió anunciarlo esta semana en conferencia y a través del vocero presidencial. Más que una medida con sustento pareció un mensaje de fondo a todos: el decreto habilita jurídicamente a subir cuotas e incluso entre las 7 imputadas hay dos prepagas, la de los hospitales Italiano y Británico, que son entidades sin fines de lucro.
Una manera de advertirle al establishment que el tiempo de la economía inflacionaria que recupera rápidamente rentabilidad con márgenes sobre el precio debería dar lugar a una más competitiva en la que se discuta todo, desde costos con proveedores hasta salarios con los sindicatos. E impuestos, apuntaría la UIA.
El modelo que Milei pretende instalar es el que obliga a ser mejor que el otro para ganar. Delante de Rocca, Lavigne anticipó anteayer que habría sectores que deberán reconvertirse. Terminado el encuentro, el público integrado por pymes volvió a sorprender. Erich Zwiener, un ingeniero químico de 84 años, fundador y director de la firma Sotic, pidió el micrófono y advirtió a sus pares que notaba que le estaban pidiendo demasiado y muy rápido al Gobierno. “Por favor, aguantemos”, exhortó. “Gracias”, reaccionó Lavigne. La discusión es por el tiempo de aplicación. Rocca acababa de pedírselo al secretario: “Para aguantar la transformación”, precisó.
La variable industrial de siempre. El famoso “tutor” en el que muchos ya no creen. Dante Sica suele recordar una anécdota de sus tiempos como secretario de Desarrollo Productivo de La Plata. Todos los meses recibía a los productores hortícolas, entonces todos integrantes de la colonia portuguesa, que venían a verlo con tapas de diarios que anticipaban catástrofes por la sequía o la inundación: “Peligran 1000 horticultores”, se leía. Un día el economista reaccionó: “Flaco, ¿cuántos horticultores son ustedes? ¿100.000? Porque todos los años peligran los mismos y todos los años venís vos”. Era en pequeña escala un cambio de régimen. Para un sector donde casi no quedan descendientes de portugueses: hoy está acaparado por bolivianos que han logrado progresar.