Milei en su laberinto: el show no debería continuar
El Presidente tiene un carisma que le permitió penetrar en un electorado que sus rivales no lograron seducir, pero la soberbia puede convertirse en un búmeran si la economía no se recupera este año
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No es un “rey de un mundo perdido”, sino el presidente de un país en crisis que necesita un plan de gobierno lógico, realista y flexible que no se limite a un ajuste fiscal extremo. Dueño de un carisma que le permitió penetrar en un electorado variado que sus adversarios no lograron seducir, de una notable habilidad para capitalizar las redes sociales aun antes de contar con la colaboración de un equipo de profesionales en marketing digital y, como vimos el miércoles en el Luna Park, de envidiable suficiencia en el manejo escénico, Javier Milei fue capaz de aggiornar en esta primera etapa de su gestión nuestra concepción de la política como entretenimiento. Convertida en un recurso habitual en los últimos 40 años, la politainment (estudiada por autores como David Schultz y presente en la obra tardía de Giovanni Sartori y aun de Clifford Geertz) se hizo común entre los líderes que maximizaron el uso de los medios de comunicación, tradicionales y digitales, como plataforma de instalación e influencia.
Se potencia así la ficción del contacto directo entre el líder y “la gente”, típico de los políticos de corte populista que descreen del entramado institucional del sistema democrático o lo rechazan. Más: aquellos con atributos o programas transformacionales tienden a enfatizar narrativas audaces y rupturistas respecto de los discursos predominantes llegando a la saturación o los excesos. No resulta sencillo definir los límites entre lo bisoño y lo esotérico. Puede que exista una zona intermedia e imprecisa que implique costos reputacionales significativos, de consecuencias tal vez no inmediatas pero eventualmente determinantes. Muchos se preguntan si el show presidencial constituirá un evento con repercusiones similares a las de la “fiesta de Olivos” para Alberto Fernández o la visita a VideoMatch para Fernando de la Rúa.
Por otra parte, si bien es muy probable que el conflicto entre Milei y Pedro Sánchez sea recordado como algo insignificante en la fecunda historia de las relaciones bilaterales entre ambos países, la clave está en que ambos se esfuerzan en aumentarlo. El líder del PSOE, que surgió como un dirigente moderado y representativo del “ala liberal” de ese partido antes de girar por necesidad y pragmatismo a posturas más radicalizadas, está salpicado por denuncias de tráfico de influencias que investiga la Justicia contra su esposa, Begoña Gómez. De cara a los próximos comicios para el Parlamento Europeo, pretende victimizarse, galvanizar a la opinión pública y generarle problemas al Partido Popular, incómodo por el apoyo de Milei al neofranquista Vox. El Presidente, reciente tapa de la revista Time, sigue su raid para cimentar su instalación como celebrity internacional. En un contexto caracterizado por la ausencia de líderes atractivos, le alcanza con bastante poco para llamar la atención: reivindica sin culpas al capitalismo, rompe con la monotonía de lo “políticamente correcto” y toma distancia del agotado paradigma de la diversidad, equidad e inclusión. En el país de los ciegos…
Mucho más preocupantes que esta confrontación absurda y por ambas partes exagerada por mezquinos intereses políticos y personales fueron las declaraciones de otro Sánchez, Francisco, secretario de Culto de la Nación, que no reivindica los principios del liberalismo del siglo XIX, como el Presidente, sino los de la España a partir de 1492. Opositor al divorcio, al matrimonio igualitario y a la educación sexual en las escuelas, es casi una invitación para que se modifique el nombre de su cargo a “secretario de Ignorancia” o “de asuntos de la Inquisición”. No alcanza con la crítica de Guillermo Francos: el Gobierno se hace un enorme daño a sí mismo, pierde credibilidad e insulta a la ciudadanía si sostiene a este (dis)funcionario que, más allá de las ideologías, va contra los principales debates en materia de derechos que influyeron en el desarrollo democrático de Occidente durante al menos los últimos 70 años.
En la medida en que la realidad de la gestión lo lleva a ser más pragmático (postergar ajustes, intervenir mercados como el de la salud privada, mantener el cepo, subir la carga tributaria), el Presidente apuesta a lo simbólico (por eso el regreso a la estética de campaña que se vio en la presentación de su libro) y a reforzar los principios narrativos de su propuesta. No acepta críticas, en especial de los “padres fundadores” de su profesión en el país, los imprescindibles Miguel Ángel Broda o Domingo Cavallo. ¿Agrediría colegas, se burlaría y los ridiculizaría si estuviera seguro de lo que piensa y de las políticas que implementa? Milei fue una máquina de citar autores clásicos y siempre respalda sus posturas con al menos una parte de la literatura académica. Pero un verdadero profesor no baja línea, sino que induce a sus alumnos a pensar críticamente, formularse preguntas originales, cuestionar el conocimiento existente para correr la frontera hacia nuevos horizontes. Semáforo amarillo: los gestos y las actitudes soberbias pueden convertirse en un búmeran venenoso si la recuperación económica no se logra en el transcurso de este año, como la mayoría de la opinión pública espera, según un sondeo reciente de D’Alessio/IROL-Berensztein. El Presidente se haría un gran favor si tuviera una mayor cuota de cautela y de humildad.
Más allá de lo impropio que resulta que utilice su poder e investidura para mofarse de actores políticos, económicos y culturales de su país y del exterior, aparece un problema medular. Milei tiene derecho a defender sus valores, pero no cuando están reñidos con los de la Constitución nacional que juró proteger cuando asumió la máxima magistratura y que no establece que el rol del Estado debe ceñirse a la defensa de la vida, la propiedad y la libertad, en especial desde la incorporación del artículo 14 bis en 1957, que reconoce derechos laborales y de seguridad social. Ser presidente implica postergar aspectos personales para priorizar los intereses de la Nación, aunque en alguna instancia existan contradicciones. Puede, por supuesto, alentar cambios y debates dentro de las reglas existentes y responder al mandato o “contrato de representación” establecido con la sociedad. ¿Incluye esto la “batalla cultural” contra el socialismo? Por “socialismo” entiende a las autocracias de izquierda (Cuba, Nicaragua y Venezuela), a los gobiernos socialdemócratas (Sánchez en España, Biden en Estados Unidos) o a coaliciones plurales con predominio centrista (Francia, Alemania). Milei es un hombre ambicioso que pretende liderar a la “nueva derecha” global, paradójicamente neonacionalista y antiglobalización. Mientras sea presidente de la Argentina, su obligación es resolver los principales problemas del país y respetar la Constitución nacional.
Frustrado el Pacto de Mayo, mañana, en Córdoba, tiene la oportunidad única de mostrar al país y al mundo que sus primeros meses en el poder no fueron en vano: puede desplegar una narrativa innovadora, inclusiva y refrescante, en formas y en contenido, para consolidarse como el líder de todos los argentinos. No es el presidente solo de quienes lo votaron en primera o segunda vuelta ni de la secta que piensa como él. Tampoco un deus ex machina que, con un mandato celestial, está llamado a redefinir las reglas del juego de una sociedad cansada del hiperpresidencialismo cesarista. Es, simplemente, el representante de un sistema democrático plural, diverso y con una multiplicidad de matices que merecen ser valorados. La mala política fue siempre el principal problema de la Argentina y explica nuestra decadencia secular. Nada indica que la agenda transformacional de Milei altere en algo esta maldición que bloquea cualquier posibilidad de impulsar un ciclo de crecimiento equitativo y sustentable.