Milei, el presidente que es débil y fuerte a la vez
Algo no suena bien. ¿Por qué razón el tercer presidente más votado de la historia argentina después de Perón y de Yrigoyen asumirá en condiciones de extrema fragilidad política combinadas con su extraordinaria robustez de origen? Javier Milei llega al poder con la menor fuerza parlamentaria que haya tenido un presidente, sin ningún gobernador propio, casi sin intendentes, sin un partido como no sea un armado electoral, sin cuadros con experiencia, carente de poder sindical y de vínculos con las organizaciones sociales, con la Iglesia católica en la vereda de enfrente, desprovisto de acuerdos partidarios. No son simples debilidades que contrastan con la fortaleza del respaldo popular, son los extremos nunca vistos de ambas cosas. Milei ya es un presidente de récords, el problema es que bate récords antagónicos.
Las razones de semejante paradoja, unas políticas, otras institucionales, tienen en realidad un rasgo supremo: lo que se ha producido en la Argentina es un divorcio entre la maquinaria política -sus motores, sus rutinas, sus costumbres- y el sistema institucional. Un divorcio entre ese inflamado 55,65 por ciento que germinó sobre el hartazgo colectivo, por un lado, y el reparto del poder estructural, por el otro, en cuyo centro Milei irrumpirá el domingo. Reparto con inercia propia generado a partir de reglas institucionales de 1853 y del balotaje injertado en 1994.
Milei, como se sabe, es un fenómeno contemporáneo de explosiva vitalidad que con distintos matices también tuvo expresiones en otras latitudes. Son ascensos meteóricos en base a la glorificación de un mesianismo antisistema de derecha que hacen tambalear el estante de la biblioteca en el que están todos los manuales tradicionales de política.
La vertiginosidad del ascenso, indisoluble de su causa, es un dato fundamental. De ahí viene la inexperiencia del líder y la de su grupo. De ahí vienen la improvisación, la dificultad para armar el gobierno expuesta en estos días. También, la extravagancia de que al líder le tengan que presentar a sus propios legisladores, a varios gobernadores -todos ajenos- y hasta a futuros funcionarios, o que escoja para presidir el Senado a un productor agropecuario de Formosa que nunca fue senador y para la Cámara de Diputados a un portador de apellido ilustre que nunca antes integró el Congreso.
Apenas pasó medio mes desde que Milei cautivó a diferentes públicos de todas las edades y clases sociales como epílogo de una campaña en la que supo adaptarse a cada momento, destreza ésta que no estrenó, como ahora se piensa, con la transición. Recuérdese que pasó de insultar a troche y moche, de rugir, de hacer propuestas maximalistas, disparatadas, a representar en el último acto, el debate televisivo, a una víctima impoluta arrinconada por la impiadosa casta. Fue cuando Sergio Massa, concentrado en desnudar la porosidad del discurso de Milei, sin quererlo consiguió exaltar el virtuosismo de la crudeza mileísta. Crudeza quiere decir que algo no está suficientemente cocido, significa brusquedad, y por extensión, despiadada sinceridad: justo el producto que Milei vendía.
Pablo Moyano acaba de repetir el enredo con el que tropezó Massa. El lunes despotricó en la CGT contra “este personaje que diciendo todo lo que iba a hacer fue lamentablemente votado por la mayoría de los argentinos”. Vaya coincidencia. Para hablar bien de sí, Milei se abraza a ese preciso enunciado. Es más, el domingo será el sostén de su discurso: la mayoría me votó después de decir que haría un ajuste brutal. Acá estoy, empecemos.
Ingredientes políticos de un presidente raro. Raro ya no por sus perros clonados, la melena, la novia imitadora, los rugidos proselitistas, las propuestas incendiarias -a esta altura dulcificadas- sino más que nada por cómo llega: extremadamente débil y a la vez extremadamente fuerte. La envergadura de esa rareza manda a todas las demás a descansar en el anecdotario. Porque de ella vive ahora la gran incertidumbre argentina. ¿Resultará débil o fuerte?
Muchos partidarios de Milei están reciclando en las redes el video que muestra a Cristina Kirchner en 2008 con su idea de que el que llega al poder hace con él lo que le parece y como le parece: “lo que deben hacer -dice ella refiriéndose a sus críticos- es organizar un partido político, presentarse a elecciones y ganarlas”. Consejo que ofrendó en medio de un acto de homenaje a las víctimas del bombardeo de Plaza de Mayo en el que estaba encomiando su propia “calidad institucional” -inolvidable promesa suya de la campaña de 2007- como reacción a las críticas por la cantidad de DNU que firmaba. Los libertarios rescatan alborozados la increíble literalidad fáctica que tuvo ese reto sobrador que Cristina Kirchner despachaba hace 15 años. Sucedió tal cual, deslumbrantemente rápido: La Libertad Avanza -en realidad una coalición- tiene apenas dos años y medio de vida.
El único presidente aparte de Milei que llegó al poder sin pasado como político profesional, en un tiempo corto, maldiciendo a la partidocracia y con un partido armado para la ocasión fue Perón en 1946. Sólo que Perón, al revés de lo que promete Milei, se adueñó del Estado y lo ensanchó. Una semana después de asumir disolvió los tres partidos que había creado para sostener su candidatura y fundó el Partido Único de la Revolución Nacional, más tarde Partido Peronista, construido en forma vertical, precisamente, desde el Estado. Milei no tiene mucho para disolver.
Con el fin de armar su liderazgo Perón hizo hincapié en la plataforma sindical a la que primero domesticó y robusteció, mientras preservaba una cuota de poder dentro del régimen militar del que supuestamente había sido expulsado. Gracias a su mentalidad cuartelera le dedicó método y esfuerzo a la organización del movimiento. Por eso el suyo no fue un desembarco de tipo individual como el que está por concretar Milei. Perón copó el Congreso (en 1946 había que llenarlo completo porque venía de estar cerrado) y ganó en todas las provincias menos Córdoba, Corrientes, San Juan y San Luis.
La razón por la que Milei no tiene una sola gobernación no es exclusivamente política o sólo sistémica sino una combinación. Al frente de una precaria estructura política y consagrado a su rendidora figura, Milei no se esmeró por construir fuerzas provinciales. Pero, además, la gran mayoría de los gobernadores desacopló las elecciones provinciales de las nacionales -muchos peronistas lo hicieron para despegarse del oficialismo nacional-, lo que le impidió a Milei remolcar a candidatos locales, obviamente después de fabricarlos. En otras palabras, el oportunismo que el sistema tiene legitimado -reglas de juego móviles- privó a Milei de tener gobernadores. Nunca antes alguien obtuvo tan malos resultados en elecciones para gobernador y tan buenos en las mismas provincias para llegar a presidente.
En cuanto a la minusvalía parlamentaria, la raíz del motivo por el que Milei sólo posee 7 senadores y 38 diputados (9,72 por ciento del Senado, 14,78 por ciento de Diputados) hay que buscarla en la reforma constitucional de 1994 cuando la Argentina copió mal el balotaje francés. En Francia el sistema original de doble vuelta es para el presidente y para los miembros del Parlamento. Al hacerse acá la elección presidencial en dos tiempos y la del Congreso en una, como ocurrió este año, se generan resultados diversos. Ya bastante atenúa las actualizaciones del humor popular el sistema argentino de renovación de la Cámara de Diputados por mitades. Salvo las tres bancas que ya tenía, Milei consiguió su pelotón de diputados en octubre, cuando perdió por ocho puntos contra Massa. Pero después le ganó a Massa el premio mayor por más de once puntos, la marca más alta de los 40 años de democracia. Por supuesto, lo más anormal de todo es que alguien que tiene 3 bancas sobre 257 llegue de golpe a presidir el país.
Milei irá el domingo de contramano por Avenida de Mayo desde el Congreso a la Casa Rosada como todos los presidentes cuando asumen. Sólo le faltaría alterar ese hábito infractor y hacer el trayecto por una paralela que sea mano.