Milei: buscar una remake del menemismo no garantizará gobernabilidad
“Cada vez que quieran tocar un derecho de los trabajadores, vamos a ser los primeros en salir a la calle”, advirtió el dirigente camionero Pablo Moyano el lunes en la CGT, en un acto que reunió a las cúpulas sindicales y a los movimientos sociales. “Esta unidad va a ser el principio de la unidad que se va a dar en la calle”, agregó en un mensaje amenazante para el futuro gobierno de Javier Milei.
Lo de Moyano es fuerte, pero poco comparado con lo que señaló en la misma reunión el líder de la CTA, Hugo “Cachorro” Godoy, que cuestionó al futuro gobierno de Milei, al señalar: “Ya no solo son neoliberales, son una experiencia neofascista peligrosísima para la sociedad”.
No puede pasar inadvertido este encuentro, que logró que dirigentes gremiales y sociales dejaran de lado las diferencias internas y se agruparan, como suele hacer el peronismo cuando no está en el poder, detrás de los sindicatos y de las organizaciones sociales, que se sienten dueños de la calle y de la posibilidad de vetar la capacidad de elegir trabajar libremente que tienen los argentinos.
En la calle, en la conflictividad social, encontraremos un escenario donde se jugará gran parte de la gobernabilidad del gobierno de Milei, con enfrentamientos, paros y movilizaciones que reprobarán, seguramente, sus medidas. El otro lugar donde el futuro presidente se jugará la suerte de su gobierno será el Congreso, donde la necesidad de acuerdos con la oposición es imprescindible para poder sancionar las normas que su plan de gobierno necesita. Por último, en la justicia, allí también se jugará parte de la gobernanza y el futuro gabinete deberá ser muy fino en el entramado de cambio de normas para que no sean fácilmente judiciables, sabiendo que nuestros jueces son proclives a los amparos que pueden frenar la aplicación de una nueva ley.
Todo esto se sabe, se habla, se presume incluso antes de asumir, es lo que vivieron todos los gobiernos no peronistas desde el retorno de la democracia, le pasó a Alfonsín, que asumió con un resonante 51% en primera vuelta y meses después el Senado le vetó la Ley de Reordenamiento Sindical, la famosa Ley Mucci, que intentó romper con la hegemonía, casi delictiva, de la burocracia sindical. Meses después, y a pesar de conseguir un lapidario 82% en el plebiscito para aprobar un acuerdo de paz con Chile por el Canal de Beagle, el Senado, con mayoría peronista, apenas lo sancionó a favor con un voto de diferencia, desoyendo la voluntad popular. Algo parecido sufrió el gobierno de la Alianza, al punto de empujar el conflicto en las calles hasta la renuncia de Fernando De La Rúa, y otro tanto vivió el gobierno de Cambiemos, donde conocimos públicamente al conocido como “Club del helicóptero”, que hizo todo lo posible, incluso con una movilización desestabilizadora al Congreso Nacional en diciembre de 2017, para que Mauricio Macri no culminara su mandato.
Con estos antecedentes, y muchos de estos actores que se repiten, sería iluso pensar que Javier Milei tendrá la comprensión y la paciencia de los sectores gremiales, sociales y políticos que no están acostumbrados a esperar su turno en la sala de espera del poder. Ellos se sienten dueños de la Argentina, hablan como propietarios del estado, de los organismos que generan políticas sociales y de los supuestos derechos, muchos venidos a menos y que no se reflejan en la realidad de una sociedad que tiene a la mitad de sus habitantes en la pobreza. Hoy se trata solo de gratificaciones que se enarbolan como banderas eternas que solo sirven para sostener un discurso y una herramienta de poder corporativo, con más de prosa militante que de derechos reales aplicados.
¿Entenderá esto el presidente Milei? Desde el bunker del Hotel Libertador salen líneas confusas sobre cómo piensan llevar adelante políticas que le permitan conseguir los votos necesarios en el Congreso nacional: “habrá plata para las provincias solo si acompañan los cambios en el Parlamento”, dicen confiados. Es posible que esa fórmula funcione al principio y en algunos pocos casos, porque la presión sobre ellos estará a la orden del día, basta escuchar los discursos del lunes en la CGT, donde también hubo un duro mensaje de Pablo Moyano a los gobernadores peronistas, cuando advirtió y recordó que “llegan a esos cargos ejecutivos cantando la marcha peronista pero después negocian leyes con el poder de turno a cambio de recursos, después van a venir con el verso de que están apretados por la coparticipación”. El “apriete” también será a los suyos. Algunos kirchneristas duros que se impacientan y, sin haber dejado el gobierno aún, ya pronostican escenarios de lucha feroz contra el irremediable ajuste y las privatizaciones que intentará llevar adelante el gobierno libertario.
Pero quien tendrá la mayor responsabilidad a la hora de garantizar la gobernabilidad -existe la sensación de que hablaremos mucho de ella en los próximos meses- es el propio gobierno de Milei. En ese sentido, no parecen muy acertados sus primeros pasos. Ya enfrió su relación con Mauricio Macri, y sumar la fórmula presidencial Bullrich-Petri a su gabinete trajo más ruido que aprobación en el resto de Juntos por el Cambio. También apartó a varios de los suyos en el armado de su gabinete. Lo sufrió su vicepresidenta, Victoria Villarruel, corrida de las decisiones del Poder Ejecutivo a pesar de que existía un compromiso para que ella designara los equipos en Defensa y Seguridad. Estos días alejó a Carolina Píparo de un puesto clave, la Anses, que había prometido dejando que se tejan muchas especulaciones alrededor de esa decisión. También Ramiro Marra, uno de sus hombres más cercanos, queda afuera de la primera línea. Píparo y Marra fueron sus candidatos a Jefe de Gobierno y a gobernador bonaerense, sin embargo, hoy están relegados. Evidentemente el presidente electo está apostando a otra cosa.
Milei rompió muchos puentes durante la campaña, atacó ferozmente al radicalismo, y a Raúl Alfonsín lo expuso como su peor enemigo. Sin embargo, esta semana recibió una muestra de civismo de parte de los seguidores de Alem, cuando fueron los primeros en manifestarse a favor de votar a los hombres elegidos por Milei como autoridades en ambas cámaras, a pesar de que el nuevo gobierno cuenta con escasa representación parlamentaria.
Por ahora, los libertarios están aprovechando el momento y la vocación democrática que tienen los partidos de la oposición, también, porque casi todos sus votantes los acompañaron en segunda vuelta, no porque creían fielmente en sus propuestas, sino porque priorizaron la necesidad de un cambio. Milei no debe olvidar que su figura, por sí sola, obtuvo un 30% de los votos, el resto, lo sumado en el balotaje, es prestado, coyuntural, y para obtener gobernabilidad debería tratar de contenerlo con mayor cuidado.
Por lo que demostró el nuevo presidente, en campaña y en cada aparición pública, es que es un apegado a sus modos e ideología, lo que lo fortaleció ante una sociedad desesperanzada de la política. Su perfil contestatario, crudo, de ser capaz de cortar de raíz todo lo que el visualiza como malo, fue lo que ayudó a ganarse el favor social. Pero no debería dejar de tener en cuenta que, a pesar de eso, hoy está recibiendo apoyo formal de quienes fueron maltratados por su manera de actuar y no de parte de quienes evitó castigar porque los pensó como posibles futuros aliados, porque a pesar de los gestos y discursos que se escuchan a días de asumir como presidente, Javier Milei sigue mirando al peronismo recostado en su pasado menemista, como una apuesta para cosechar frutos de su histórico pragmatismo ideológico para obtener apoyo, a cambio de recursos públicos, un comportamiento característico de lo más repudiable de lo que él llama la “casta”.
Intentar convertir al peronismo en una remake del menemismo, con Cristina Kirchner dirigiendo los hilos desde el Instituto Patria y después de 20 años de un kirchnerismo que supo ser competitivo electoralmente aún después de estos fatídicos cuatro años de Alberto Fernández, al menos parece ingenuo. Será caro políticamente y poco redituable.
Ojalá que Milei no se equivoque al momento de elegir aliados, que su estrategia garantice la tan mentada gobernabilidad. No estamos para atravesar una crisis política con tanta pobreza y desamparo social y económico. Lo mejor que puede pasarnos es que el flamante presidente entienda que necesita de interlocutores que crean en la democracia y la política y que debatir aún en desacuerdo con ellos enriquecerá su gobierno y fortalecerá las instituciones. Y también deberá contar del otro lado con una genuina vocación de diálogo. La historia reciente dejó claros mensajes en ese sentido y son visiblemente identificables quienes ejercerán el rol opositor con responsabilidad y no con fin desestabilizador.
El peor error del futuro gobierno será subestimar que a un sector del peronismo en la oposición lo seduce, y mucho, un escenario de “cuanto peor, mejor”. Porque sencillamente ese es el camino más corto que les permitiría volver al poder.