Migraciones. La imagen que huye
En el Muntref. Más de veinte artistas de distintos países abordan uno de los grandes temas contemporáneos
En el antiguo Hotel de Inmigrantes todavía hay rastros de su historia. Los azulejos blancos que tapizan algunas paredes guardan la memoria de la cuarentena higiénica que se imponía –a modo de frontera interior y sanitaria– sobre la ola migratoria que dos siglos atrás llegó al país para hacerse una vida nueva y mejor.
Devenido Centro de Arte Contemporáneo del Museo de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Muntref), el edificio aloja en estos días Migraciones en el arte contemporáneo, exposición curada por Diana Wechsler. La historiadora seleccionó "obras de artistas de distintos orígenes que atraviesan con sus trabajos problemas como migraciones, exilios, identidad, itinerancia, pertenencia, límites, fronteras". Pero esta muestra también pone en extrema tensión la pregunta sobre los alcances y las limitaciones que tiene el arte para representar estas cuestiones. ¿Puede hacer comparecer ante nuestros ojos los cuerpos de migrantes, exiliados, desplazados? En todo caso, ¿cómo lo hace?
Es posible que la curaduría de una muestra como ésta reestablezca, en la disposición de obras que representan cuerpos y espacios –otra vez, una frontera–, un sentido posible para entender lo que vemos: la experiencia de un escamoteo, de una fragmentación, de un modo de la transparencia que es, ni más ni menos, el estatuto de la invisibilidad que tiene hoy el padecimiento.
Esta muestra da la oportunidad de superar la inmediatez para reflexionar sobre qué de la humanidad está en peligro
El video de Sigalit Landau Hula de alambre de púas (2000) documenta una performance de la artista sobre la costa de Tel Aviv. No carente de crueldad, un alambre de púas gira y lastima su cintura, transformando un juego infantil en una danza dolorosa. La obra recupera en clave profana, con el movimiento lúdico del hula-hula, lo que cada religión tiene de ritual y sacrificio personal. Delante de esas imágenes no es posible evitar la evocación de la corona de espinas sobre la cabeza de Cristo, desnudo, camino al Calvario. El alambre girando sobre la cintura de Sigalit como el de las infinitas imágenes en las que artistas retrataron a Cristo coronado y sangrante atan la vida personal al arte como modo eficaz y directo de unir lo individual con lo social y lo político. Nadie que mire el loop de Landau puede evitar pensar en la espiral violenta del conflicto en Medio Oriente que, como el video, no se detiene.
La instalación de Claudia Casarino, Uniforme (2008), exhibe muchos uniformes colgantes de tul negro que sugieren la doble invisibilidad impuesta sobre ciertos cuerpos: ¿los uniformados de los campos de concentración, los de todo ejército en cualquier guerra, los de los presos en las cárceles? El primer ocultamiento que plantea la obra es el de la identidad personal, al ser re-vestida por uniformes. El segundo modo de la invisibilidad radical es el evocado por la ausencia de algún cuerpo en la instalación. El montaje colgante impone un plus de inquietud: la leve oscilación que ante el menor soplido haría del aliento de quien la observa el mecanismo elemental que falta para desencadenar la operación generadora de la invisibilización.
El tríptico de gran tamaño de Reza Aramesh, Acción 108: Palestinos esperan cruzar el paso de Erez mientras intentan huir de Gaza, 20 de junio de 2007 (2012), produce extrañamiento al ver a ese grupo de hombres esperando en el Palacio de Versalles. Aramesh engaña la naturaleza original del hecho fotográfico: lo que vemos no es cierto, ni siquiera verosímil; es puro artificio del artista poniendo "fuera de lugar" a quienes –por ser quienes son– ya lo están. La foto es una grieta por la que lo verdadero se reafirma en lo mentiroso del montaje.
No basta condolerse del dolor ajeno; es momento de hacerle al otro un lugar, de abandonar el prejuicio
Las obras exhibidas en el recorrido reúnen pluralidad de rostros y manos; porque esas partes del cuerpo han sido en toda la historia del arte, y también hoy, cifra perfecta de lo expresivo en lo humano. El video de Farocki La expresión de las manos (1997) establece –con la precisión de un coleccionista o un lexicógrafo– una colección de expresiones que las manos ofrecen como gestos que suelen pasar desapercibidos. Farocki los retiene, los ordena, los clasifica y los exhibe. ¿Es posible el intento de este proyecto que pretende conservar un tesoro, cuando cada gesto se escurre en el instante en que lo perdemos de vista? En la duda sobre esa posibilidad, el video reafirma el sentido de toda la muestra: la imagen en movimiento es siempre una imagen fugaz, una imagen que huye.
Migraciones es una muestra oportuna en más de un sentido. Lo es porque, como sucede pocas veces en estos emprendimientos, el tiempo de la historia evita toda posible anacronía de la muestra. Pero al ser un espacio gestionado desde el ámbito universitario, se trata también de ofrecer una nueva y buena oportunidad para re-situar la cuestión migratoria y sus implicancias geopolíticas por fuera de la ocasión de la noticia. Migraciones brinda la oportunidad de superar la inmediatez para retomar la reflexión sobre qué de la humanidad es lo que está en peligro. Al evitar caer en la mera estetización de la experiencia sufriente –uno de los logros más interesantes de la curadora–, sobre la que ya tantos filósofos han escrito, es hora de retomar la discusión teórica sobre la potencia de la imagen.
En el folleto que acompaña la muestra las palabras de Rancière, Sontag, Bourriaud y Bauman son indicios de una propuesta de indagación posible. Para los espectadores no académicos, también queda algo al terminar el recorrido: trascender la contemplación, superar la empatía a distancia y aceptar la invitación de las imágenes; que su poder nos lleve a hacer algo respecto de la urgente cuestión migratoria. No basta condolerse del dolor ajeno; es momento de hacerle al otro un lugar, de abandonar el prejuicio sobre el migrante que tenemos más cerca e intentar alojar un poco de la intemperie que habita en quien no tiene lugar.
(La autora es docente, crítica y curadora)
Un destino peregrino
Por Andrés Waissman
Los seres humanos somos dados a caminar, a movernos, a desplazarnos. Y aunque vivamos siempre en un punto fijo –ese que tan bien nombró el poeta T.S. Eliot en La tierra baldía–, el mundo sigue girando. ¿Cómo esta realidad moviente y eterna interpela mi producción como artista? De algo estoy seguro: siempre lo ha hecho. Las migraciones, el nomadismo, el destino peregrino y la dolorosa condición de expulsados y exiliados que el mundo actual impone sobre poblaciones enteras son imágenes que en mi obra se vuelven agentes y no meras representaciones. El arte contemporáneo asume su condición migrante en la pura paradoja de lo local en lo global. Tener un nombre propio, un rostro, una patria, pero también poder asumir cualquier otra. Distancia y tiempo, antes coordenadas para la ubicación, se han vuelto inútiles frente a tanto dispositivo tecnológico y comunicacional.
La última Bienal de Venecia, así como la muestra del Muntref, asumieron el desafío de mostrar la fragilidad de la vida y de lo precario en una selección de lo mejor de las artes visuales contemporáneas.
(El autor es artista. Exhibe Multitudes en la Universidad de California)