Mi viejo, el fútbol, Sampaoli y yo
Hace un año me reuní con Jorge Sampaoli en Sevilla para una charla en off, contexto para un ensayo a publicarse en un libro en Holanda. A la noche, cuando cenaba huevos fritos en una vereda andaluza, hablé por teléfono con mi padre. Estaba fascinado con la idea de que Sampaoli podría hacerse cargo de la selección y quería saber todo sobre nuestro encuentro. "¿Cómo es?", me preguntó. Le conté mis impresiones: divertido, inteligente, lleno de energía. Habla con entusiasmo de una cosa pero tiene mil ideas que se le disparan a cada momento y las sigue como quien sigue una pelota. Al rato se interrumpe y dice "Ah, no te terminé de contar".
El fútbol fue parte del diálogo con mi viejo desde que tengo memoria. Mi abuelo había sido periodista deportivo. De chico papá se sacó fotos con boxeadores y visitó vestuarios. De grande seguía disfrutando como un niño tanto de los goles como de las charlas al respecto. Sin conocer a mi abuelo, quien murió el mismo año que yo nací, siempre mamamos historias orales acerca de sus andanzas por el fútbol y tengo una foto de él con un jovencísimo Pele, que atrás aclara de su puño y letra "Edson Arantes do Nascimento".
Mi viejo se crió con ese respeto y admiración por el juego que nos supo transmitir a sus hijos y nietos. No era de esos tipos que recuerdan formaciones y datos precisos. No solía analizar estrategias y tácticas, pero nunca dejaba de mandar un texto o un mail comentando las emociones que algún partido le provocaba.
Creo que nunca fui a la cancha con él. En el ’78 consiguió dos entradas para un partido pero lo llevó a mi hermano Alejo. Años después me confesó que seguramente lo hizo porque era varón, pero que la verdad no lo había pensado mucho. Yo también fui una vez a la cancha en el ’78, con la hermana de mi padrastro que trabajaba para la TV inglesa. Y otra vez a ver una transmisión desde la sala de controles de ATC donde vimos el partido en color. Pero la final, por TV en blanco y negro, esa sí que fue compartida con el viejo. Con seis amigos fuimos a ver el partido a su casa, que era en Martinez. Después él nos llevaría en auto al centro. Por algún lugar de la Avenida del Libertador, antes de llegar a Vicente López, el auto ya no podía avanzar. Nos bajamos a gritar, cantar y bailar con la muchedumbre. La cara de mi viejo ese día es una imagen imborrable: es para mí la cara de la felicidad. Corrió a un restaurante para llamar por teléfono a todos los demás padres y avisar que no volveríamos, ninguno. Todos a dormir a su casa y a festejar toda la noche.
Con los años me convertí en periodista de fútbol. Muchas veces me preguntan cómo surgió, o porqué, y recuerdo empezar a trabajar en un documental sobre Malvinas, luego hacer cosas sobre desaparecidos o la hiperinflación. En un momento me di cuenta de que en el deporte no era todo bajón. Era mucho más divertido, digno, noble que los otros temas argentinos que ganan espacio en la poblada agenda británica de noticias internacionales. Vivo en Inglaterra desde antes de terminar el secundario, cuando mi madre nos trasladó, y mi especialidad periodística siempre iba a estar vinculada a mi lugar de origen. Los ingleses no tienen extranjeros hablando de Inglaterra. Por mi historia personal, y en gran parte por ser contemporánea de Diego, siempre pude dedicarme a esto.
Al viejo le gustaba que este sea mi tema. Me arengaba y disfrutaba de manera cholula, casi infantil, los roces que cada tanto se daban. Una vez se lo encontró a Menotti en una fiambrería y se puso a hablar de bresaola y mortadella, tras mencionarme. Le encantaba contar ese cuento. Cuando se inició Futbol Para Todos le pregunté si tenía datos duros acerca de la reacción de la opinión pública para una nota que yo escribía en ese momento. "¡Escuchame una cosa!", exclamó, "Hay fútbol gratis todo el día en todos los canales. Es sencillamente extraordinario".
No era ni el más fanático ni el más enfermo de los hinchas. Disfrutaba del fútbol arte, del entretenimiento y del escape. Era bostero a muerte, por herencia, pero también era tolerante y abierto, como en todo. Cuando mi hijo se hizo de River, ante un clamor por parte de mis hermanos y primos que se lamentaban, fue él quien dijo que lo dejemos tranquilo. Que lo apoyemos en su decisión. A partir de ahí le gustaba que gane River "para que Sebastiancito esté contento". Cuando nos visitaba en Londres, miraba al Arsenal con atención y alguna vez sí fue a la cancha con su nieto. Con el tiempo todos sus nietos se hicieron de River. Algo que a él, mucho más que a nosotros, le parecía divertidísimo.
Al mismo tiempo apreciaba cómo a través del fútbol se puede llegar a tantos otros temas. Cuando muchos años después de esa noche del 78 conocí a Graciela Daleo, quien estaba en ese momento secuestrada, descubrimos que quizás estuvimos en ese mismo tramo de la Libertador - ella llevada perversamente a festejar por sus secuestradores -. Él me estimuló a publicar y difundir esa visión. No mezclaba fútbol con política, consciente de que un partido nunca cambia la realidad, pero su curiosidad política lo llevaba a indagar las posibilidades del fútbol como vehículo. A veces charlábamos sobre la corrupción o las elecciones y siempre preguntaba "¿Qué opina fulano? ¿Qué dice Mengano sobre esto?". Prestaba mucha atención a mis rendiciones de entrevistas e intercambios con los hombres del fútbol y se maravillaba sonriente. "¡Tenés tanta información!", decía a veces, lo que para mi era el máximo elogio. Otras, algún detalle le disparaba curiosidades paralelas: la ultima vez que voté en la Argentina le comenté "Voté con Menotti, nos tocó la misma mesa" y risueño murmuró como para sí mismo "¿A quien habrá votado Menotti?"
Valoraba los procesos democráticos y la tolerancia por sobre todas las cosas. No coincidimos políticamente, pero su enseñanza profunda fue cuestionar, argüir y evidenciar las posturas. Tenía un amor profundo por la Argentina, sin ser nacionalista, y disfrutaba mucho y de verdad cuando la selección producía buen fútbol. Últimamente no miraba más si la definición llegaba a penales ("¡No lo puedo tolerar!", gritaba exasperado) y siempre sostuvo que ir a penales era como cambiar de juego. "Para eso que jueguen un partido de tenis los dos arqueros", decía.
En Brasil 2014 mi tío José Antonio, brasileño, me dio escritos de mi abuelo que había conservado durante años (anécdota familiar histórica: mi abuelo lo llevó al Maracaná en la final del 50 y mi tío, por entonces niño, lloró desconsoladamente ante el triunfo de Uruguay prácticamente hasta el día de hoy). Encontré algunas perlas entre esos escritos y cuando usé un párrafo para un libro conmemorando los 50 años del mundial 66 mi viejo se emocionó muchísimo. "El fútbol está hecho con danza de esta tierra: es malambo y zamba, tango y pericón, chamaré y milonga. De ahí sacó sus gambetas, su elasticidad, su preciosismo", escribió mi abuelo hace bastante más de medio siglo. "¿Sabés lo que pasa? Que en el fútbol criollo está toda nuestra tierra. Miralo metiéndotele adentro y vas a ver. Está hecho con todo. Con pampa y cielo, con montaña y selva, con ríos tranquilos y correntadas que arrastran, con música de acordeones sobre el barco que se acuna contra el muelle. De la zona montañosa cayó lo que tiene de recio y duro; de la llanura su coraje sereno y su amplitud tranquila; de la selva su sagacidad; y en la ciudad lo juntó todo, le agregó la chachada y se hizo pícaro… y a veces malo. Pero sólo a ratos. Porque en el fútbol como en la vida, no siempre hay que ser bueno. De vez en cuando hay que abrirle la puerta al salvaje".
Me conmueve pensar ahora cuánto significó para él ese uso de las palabras de su propio padre. Pasó igual cuando un amigo me hizo llegar a través de otro amigo una reedición de escritos de mi abuelo en la Revista Un Caño hace un par de años. Se las reenvié y me contestó de inmediato: "Me dan ganas de llorar".
Conviví muy poco con él. Nuestra relación fue a base de cartas: por correo y con estampilla antes de Internet, por mail antes de los smartphones, y en tiempos recientes por WhatsApp. El fútbol aparece a lo largo de todo nuestro historial por escrito. A principios de los 80 presentaba como un sub-tema dentro de las cartas: "Novedades de Boca: … "; o "Tema fútbol:.…", y siempre incluía en el sobre algún recorte de El Gráfico o alguna nota que me podría interesar. Más recientemente aprovechaba la inmediatez tecnológica y en el grupo de WhatsApp con mis hermanos se refería sólo al instante: "¿Están viendo esto?" (por lo general era obvio de qué partido hablaba, pero alguna que otra vez le tuve que pedir aclaración: "Pa, son las dos de la mañana y estoy en la otra punta del mundo. ¿Si estoy viendo qué?") y picoteaba cada tanto un "bien", o un "por dios" suelto, como si conversara mentalmente con nosotros mientras miraba.
Los mundiales, algunos me tocó compartirlos con él de cerca y otros a la distancia, pero nunca me pasó que él no estuvo. El fútbol y la poesía fueron nuestro punto de encuentro por excelencia toda la vida, siempre lo supe. Lo que nunca imaginé es que se haría tanto más aguda esta conexión tras su muerte.
Hace un año en Sevilla hablamos con Sampaoli sobre lo que significa el exilio. Yo comenté que Messi tiene que hacer patria desde el exilio, a quienes nos toca sabemos lo difícil que es que nuestra argentinidad sea aceptada en el propio país, la paradoja de ser marcadamente de ahí en nuestro lugar de residencia. "¿Qué es para vos el exilio?", me preguntó Sampaoli.
La larga charla con mi viejo sobre ese encuentro resultó ser la última: no volvimos a hablar. Sus textos al día siguiente se refieren al atentado en Manchester en un predio lleno de niños y adolescentes. "Me subo al avión, te escribo desde casa", le dije, y a las horas, cuando pude mandar "Ya llegué" mi hermana envió el balazo al alma que sigue doliendo hoy como hace un año. "Pa se cayó y se golpeó la cabeza. Venite. Todo mal".
Nunca más se despertó. En el vaivén emocional que se produce cuando lo inimaginable se hace realidad, atiné desde el aeropuerto a escribirle a Sampaoli. "Creo que entre otras cosas el exilio es esto. Estar lejos cuando pasan las cosas importantes".
Casi que no quiero que la Argentina gane el Mundial para que mi viejo no se lo pierda. Pero puede pasar. Le tengo fe a Sampaoli, él es consciente que gesta las emociones de un país y yo soy una de 40 millones para quien la pelota traza en el aire una narrativa que evoca en todos y cada uno de nosotros el pasado y el futuro. Lo que sea que es este amor por el fútbol, por la selección, por la camiseta, queda claro que entre otras cosas tiene que ver con la memoria de nuestros viejos y nuestros anhelos para nuestros hijos.