Metaverso: nuestro futuro como avatares
Por si no fuera suficiente con el legado de la pandemia, llegó el metaverso, proyecto con el que Marc Zuckerberg intentará crear un nuevo Internet, apelando a dispositivos para interactuar con la realidad extendida. Una idea que, según Nadella, CEO de Microsoft, acabará por reformatear el futuro, junto a la inteligencia artificial y la computación cuántica. El metaverso es un espacio digital en el que los humanos se relacionan como avatares en el seno de una metáfora del mundo real, pero sin sus restricciones físicas. Porque el avatar es un ícono personal que el usuario elige para que le dé identidad virtual y lo represente en cada entorno. Como si nada cambiara en su vida. Yendo de compras, trabajando, en un concierto o adquiriendo un activo digital –un terreno, por ejemplo, en Decentraland, desde una billetera virtual, o con criptomonedas de plataformas NFT–. Aunque en lugar de verse con otros a través de cámaras, como en un zoom, solo podrá reconocerse en sus avatares. Aceptando, eso sí, que el factor humano no quede del todo afuera: ya se ha registrado una denuncia de acoso sexual “entre avatares” que compartían una reunión.
Es que los avatares –o sus equivalentes en el tiempo– han venido alejándose de sus representados. Porque en “El estanciero”, con esas pequeñas figuras de animalitos de plástico que simbolizaban a cada jugador, sus titulares aún maniobraban a la vista de todos. Pero a partir de las redes sociales, el desafío de tener “más amigos” nunca logró desentenderse de la paradoja de tenerlos cada vez más lejos, de que el vínculo fuera cada vez menos presencial. Y en 2003, Phillip Rosedale creaba Second Life, el juego que, basado en la novela Snow Crash, de Stephenson, inspiraría al metaverso. Hoy el mundo ha venido acomodándose a nuevos hábitos en los que la distancia parece ser un denominador común: el home office, el sexo virtual, el fortnite, la atención médica por zoom, el ecommerce, el roblox, el home banking, etc.
“Nos reunimos como representaciones estilizadas de nosotros mismos, pero hay algo que hace que las reuniones se sientan mucho más humanas que hablando con caras en miniatura en una notebook. Podemos intercambiar miradas con otros y leer su lenguaje corporal, ya que somos avatares sin imperfecciones”. Así describe el metaverso Nick Clegg, presidente de Asuntos Globales en Meta, casi a punto de degradar a los humanos en la escala zoológica. Añadiendo: “Hay tres factores que harán que las interacciones en el metaverso se parezcan más a las que tenemos en nuestra vida diaria: lo efímero –como en las conversaciones cara a cara–, la encarnación –ya que los avatares nos reflejarán de modo más expresivo– y la inmersión –porque la interacción se sentirá tan natural como una conversación en una cafetería–”. Fatal.
¿Cuánto del aislamiento físico que propone la inmersión en el metaverso, con avatares que nos roban la calle soleada como escenario de la experiencia más vital y que gesticulan “como si” fueran personas reales, no está anticipando que la era de los abrazos lejanos, lejos de irse con las vacunas, está más cerca de estropear, aun más, los reencuentros con el otro? Solo con ver el Metaverse Fashion Week 2022, en el que el narrador procura subestimar la desolación de su recorrido virtual, podría cualquiera advertir que en esa versión esterilizada de la existencia no hay atractivo comparable con el de la vida real. El metaverso traerá un cambio de paradigma digital impactante y el enriquecimiento de quienes se apresuren a capitalizar, por ejemplo, la absurda demanda de ropa virtual para los avatares. Pero frente a la amenaza de convertirnos en ellos, con contacto cero, la vida real, mientras estemos alertas, siempre será más seductora. Porque metaverso nace de “metáfora del universo”. Y una metáfora podrá ser solo eso. Nada más.