Messi, la corrupción K y la ignorancia deliberada
La ambición, la falta de ética y la indiferencia o la decisión de no enterarse de lo que sucede, tanto en el terreno individual como en el comportamiento ciudadano, son el camino más directo hacia la degradación de la vida social y de los sistemas políticos
Uno de los dos argentinos más famosos del mundo, Lionel Messi, fue condenado junto con su padre, Jorge Horacio, a 21 meses de prisión por defraudar en 4,1 millones de euros a la hacienda pública entre 2007 y 2009. El jugador ya confirmó que apelará la sentencia. Es la segunda vez que padre e hijo son llamados a rendir cuentas ante la justicia por delitos fiscales y el escenario que enfrentan en este momento se parece a una tormenta perfecta.
Nada de lo que haga el mejor jugador del mundo, bueno o malo, puede pasar inadvertido en la galaxia Gutenberg del presente, en la que todo sucede sin filtro, al instante y al alcance de millones de personas dispuestas a juzgar su conducta, muchas de ellas más obedientes al instinto que a la reflexión. La contradicción objetiva que hoy lo tiene como protagonista es simple. Tiene un ingreso anual estimado en unos 27 millones de euros, cifra que lo convierte en el mayor contribuyente individual a la hacienda española. Sin embargo, la justicia lo sentará otra vez en el banquillo de los acusados, con la incertidumbre de que podría ser castigado con una pena de entre uno y cuatro años de prisión, aunque excarcelables.
La imagen del ídolo multimillonario sospechado de evadir impuestos mientras pasa sus vacaciones en un lujoso yate anclado en el Mediterráneo suena a provocación. Sobre todo, en una España de economía ajustada que no consigue formar un gobierno estable, desconfía del efecto que tendrá el Brexit y en la que el fraude fiscal es considerado una traición a los ciudadanos y a la sociedad toda. La primera respuesta de este malestar la dio Plataforma por la Justicia Fiscal, una alianza de 18 organizaciones españolas de la sociedad civil que defiende a ultranza la necesidad de pagar impuestos, cubrir los servicios básicos de la población y, de ser necesario, señalar con el dedo a quienes se apropian del dinero público. Plataforma convocó a sabotear la campaña “Todos con Messi”, apoyada desde el club Barcelona con el propósito de levantarle el ánimo al número 10 para que vuelva a ponerse la camiseta de la selección argentina.
De cara al tribunal que los juzga, padre e hijo se aferraron a la doctrina de la “ignorancia deliberada” o “willful blindness” del derecho angloamericano, que ha sido utilizada para tener por acreditado que un sujeto puede colocarse intencionalmente en una situación de “ceguera” ante las circunstancias de hechos que son penalmente relevantes. Messi ratificó que nunca miró lo que firmaba. “Yo confío en mi padre y hago lo que él me dice”, fueron sus palabras. Para borrar cualquier duda, lo puso en blanco sobre negro: “De la plata se ocupa mi papá”.
La Audiencia sostiene que Messi actuó con ignorancia deliberada y que lo hizo evitando informarse sobre lo que ocurría. En el fallo se aclara que el desconocimiento evitable no es un error y por lo tanto no puede provocar una descarga de la responsabilidad. Puntualiza, además, “que la ignorancia deliberada es una contradicción en los términos, porque es obvio que quien deliberadamente hace algo es porque lo sabe”. Unos párrafos más adelante, la Audiencia vuelve con más énfasis sobre ese argumento. “La persona que no quiere conocer voluntariamente el origen de los efectos sobre los que actúa puede afirmarse que conoce el origen delictivo, pues con su acto de negar las fuentes de conocimiento se está representando la posibilidad de la ilegalidad de su actuación.”
Elisa Carrió no hablaba necesariamente de la situación de los Messi cuando alertó sobre que el peor pecado de los corruptos es que convierten a sus hijos en víctimas. La estrategia que ellos eligieron, en realidad, va en el sentido opuesto: es el hijo quien descarga en el padre una culpabilidad que los dos saben de antemano que es compartida. Es el abrazo del oso, pero en el ámbito familiar.
La advertencia de Carrió, aunque en sintonía con el caso Messi, apunta a un territorio mucho más extenso y complejo, como es la corrupción a gran escala, imposible de ocultar, que involucra a muchos de los más altos funcionarios de la década ganada devenidos en saqueadores seriales del dinero público. Si algo consiguió opacar el clima de festejo del Bicentenario fue ver en la pantalla, una y otra vez, con la fascinación que siempre despierta la obscenidad, tantos bolsos con millones de dólares de la corrupción viajando en la noche para terminar refugiándose en un convento de monjas, sobre las que tampoco hay certeza de que sean monjas. Suena a farsa, a guión de Almodóvar. Pero José López, mano derecha de Julio De Vido y principal funcionario en el manejo de la obra pública durante el kirchnerismo, con el video de su raid enloquecido hasta el monasterio de General Rodríguez, aportó, sin querer, una cuota de certeza ante la incredulidad de millones de argentinos. Los convenció de que las bolsas de la corrupción no eran un mito, tampoco una fantasía imaginada por opositores, sino parte de una vasta red de funcionarios cuya ocupación part time consistía en saquear el dinero público. Un entramado mafioso que mostró una de sus primeras grietas con la captura de una valija de Antonini Wilson en el Aeroparque cargada con 800.000 dólares, y la confirmación de que centenares de habitaciones contratadas en hoteles de El Calafate estaban vacías, habitadas por fantasmas. La sede central de la organización en la que ministros, funcionarios del gabinete y empresarios Estadodependientes cerraban negocios en la sombra estaba en Balcarce 50.
La escena del video que muestra a Martín Báez y a Sebastián Pérez Gadín contando fajos de billetes en “La Rosadita”, en un clima festivo, con habanos y whisky, refuta una creencia de siglos: que se les puede mentir a muchos poco tiempo, pero no a todos todo el tiempo. Sí, se puede.
El economista y psicólogo venezolano Axel Capriles, estudioso de los procesos de corrupción en América del Sur, tiene algunas respuestas para describir las razones por las que, en determinados momentos de la historia, como el que intenta dejar atrás la Argentina, la mayoría de la sociedad no sólo se desentiende de lo que hace y exhibe el poder. También mira para otro lado, que es otra forma de comprender lo que el poder nos esconde.
Capriles advierte que para que un sistema político se degrade al extremo de traicionar su razón de ser para transformarse en una cleptocracia, que es como llaman en Grecia a los gobiernos de ladrones, deben converger en un momento determinado varios procesos. Y pone la lupa en cuatro cuestiones: dirigentes ambiciosos y sin moral; una sociedad que se comporta con indiferencia ante su propia desgracia; la complicidad de funcionarios, y una fuerte intromisión del Ejecutivo en la autonomía de los poderes públicos. Es allí en donde anida el huevo de la serpiente. En donde se corrompe el manejo de los impuestos, que es el precio que el ciudadano paga para sostener una sociedad civilizada. Recuerda la presidencia de Hugo Chávez como “la del corrupto perfecto”, pero sin ignorar que su gestión todavía sigue siendo fuente de inspiración para políticos de todo el continente.
La descripción que hace del populismo chavista resulta tan familiar, por momentos tan asimilable y cercana, que bien puede ser confundida con el voluminoso guión de la década ganada.
“Nada mejor que meter la mano izquierda en el Banco Central y levantar el puño derecho para convocar al poder moral –refiere Capriles– o introducir la mano derecha en las arcas de la nación y blandir la izquierda en un discurso en contra de la corrupción.” Según él, en el régimen chavista, tanto el peculado como el hurto al patrimonio y el abuso de confianza respecto de la apropiación de las cosas públicas han servido para casi todo. “No sólo da frutos económicos, sobre todo a los que lo practican en nombre del poder popular –describe–, sino que es utilizado como el vehículo revolucionario por excelencia para ganar prestigio y majestad. Sólo basta ser ducho en el arte del disimulo.”
Con el propósito de no enredarse en problemas semánticos ante el pueblo y evitar definir qué es a fin de cuentas la corrupción, Chávez recurrió a lo que bien podría llamarse la fórmula mágica. Tiró por la ventana todos los tratados de economía y eliminó de un plumazo la distinción entre lo público y lo privado. De ese modo, como emanación del pueblo soberano, hizo suyo todo lo que antes era de la nación. Punto y aparte.
“Pocos, en tiempos modernos –dice Capriles–, se han atrevido a hacer lo que Chávez logró con tanta facilidad. Dividió los ingresos de la república en dos, distribuyó la menor parte por la vía del presupuesto nacional y así pudo manejar el resto como una cuenta personal.”
Un año antes de ser asesinado, Martin Luther King, que había sufrido la discriminación y la cárcel por aspirar a que los de su raza tuvieran los mismos derechos que cualquier ciudadano, explicó en dónde reside el equilibrio de una sociedad. Dijo: “No me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética; lo que me preocupa es el silencio de los buenos”.