Messi, el enemigo inconveniente
En noviembre de 2006, cuando aún era el ignoto asesor de Mauricio Macri, Jaime Durán Barba visitó la Redacción de La Nación. Traía un novedosísimo manual de comunicación política para el siglo XXI, fruto de la tercera revolución industrial en marcha, que incluía una máxima de oro: le aconsejaba a Macri, que venía de triunfar en las legislativas de 2005, no confrontar bajo ningún aspecto con Néstor Kirchner, un presidente que entonces rozaba niveles astronómicos de aceptación popular.
El ecuatoriano, que la tenía muy clara, lo sintetizaba así: “Estamos ante un presidente con una enorme popularidad y que, encima, es buen comunicador. La gente piensa: ¿odia al tipo que a mí me cae bien? No es una buena idea. Puede generar un efecto adverso”.
Efecto adverso. Es lo que acaba de hacer el kirchnerismo, con sus palos de ciego contra Lionel Messi, devenido el último enemigo de los K. ¿De verdad? ¿El mejor jugador de fútbol de la historia y, sin dudas, el ídolo deportivo más relevante de la Argentina demonizado por el peronismo K? ¿Justo ellos que, en cada momento histórico, parecían tener un sofisticado GPS para conectar con el corazón de la argentinidad? Los seguidores de Cristina parecen haber ingresado en la etapa superior del delirio.
Sorprendente la locura que puede desatar una foto. Claro que no se trata de cualquier foto. Fue una con Macri, junto con Messi y el Dibu Martínez, en la antesala del evento The Best. La postal con la que Cristina soñó en vano; la imagen que el Gobierno persiguió hasta el final. Como si les hubieran arrebatado los caramelos de las manos, en menos de 24 horas, los campeones mundiales pasaron de ídolos a “cagadores”, “millonarios desclasados”; representantes, en fin, de una “elite” insensible versus el virtuoso pueblo maradoniano. Fue el periodista militante Ernesto Cherquis Bialo quién lo sintetizó en una frase: “Hay que ser Maradona para decir que no”. Decirles que no a los “cagadores”, obvio: como si Messi y Emiliano Martínez hubieran sido obligados a posar por la mafia. Indigerible.
Guiados por el sesgo de confirmación, la militancia y los medios K escarbaron en los movimientos virtuales del astro rosarino. Y el que busca encuentra. El asunto es que Messi no sigue a ningún político en las redes, excepto a Macri. Lo pescaron. Lo más insólito, sin embargo, es que fue el propio kirchnerismo el que se encargó de subirle el precio a la foto atacándola. Y como diría Jung, lo que resiste, persiste. Macri solo aprovechó la volada como presidente de la Fundación FIFA y, obviamente, le sacó el jugo político. Los seguidores de Cristina están tan desorientados que atropellan sin tener en cuenta siquiera su propia supervivencia política.
María Seoane, intelectual K muy cercana a Cristina, devino vocera de ese despecho militante. A fin de año y, ante una nota de La Nación sobre el capitán de la selección que no le gustó, había escrito en Twitter: “Amo a este Messi maradoniano, ahora la mafia macrista va contra él”. Pero, anteayer, herida como quien descubre a un marido infiel, recalculó ante la foto de Macri, junto con los jugadores: “Creíamos que eran héroes, pero son 2 millonarios cagadores como él”, escribió en la red del pajarito y le atribuyó el comentario a un supuesto empleado de una estación de servicio.
Enemigo del mérito individual, el kirchnerismo intelectual –como la izquierda– aprovechó esta saga para asociar el éxito económico con la maldad. Si sos rico, algo habrás hecho. Aun en este caso, en el que obviamente las fortunas fueron hechas sin extraerle nada a nadie. Solo talento y goles.
En política, hay una máxima. No solo hay que saber elegir las batallas sino con quién pelearse. Y si en algo alcanzó maestría el kirchnerismo durante más de una década fue en eso: la habilidad para elegir a sus enemigos, bajo la lógica de la grieta que ellos mismos reinstalaron siguiendo a su mentor intelectual, Ernesto Laclau. Desde la perspectiva de Laclau, entonces, siempre deben seleccionarse enemigos “convenientes” para la estrategia de acumulación política.
Podemos ubicar esa piedra inaugural en 2005, cuando los Kirchner abatieron a los Duhalde y el matrimonio K logró apropiarse del territorio donde hoy reina la madrecita de los pobres: el electoralmente decisivo conurbano bonaerense. La derrota del viejo caudillo peronista se tradujo en una fenomenal transferencia de poder porque, entre otras cosas, Néstor y Cristina habían sabido elegir a los enemigos perfectos. El “Padrino”, las mañas del destartalado establishment peronista y todo lo que era percibido como fallado versus aquel matrimonio sureño que venía a refundar la política. Así nació el imperio K. Entonces, acaso no se trate solo de una foto. Tampoco de Messi, el enemigo más inconveniente que uno pueda imaginar. Nos enfrentamos al síntoma de una enfermedad mucho más profunda: el ocaso de un peronismo fatigado, que ya no conecta ni representa a la mayoría de la Argentina.