Merlí, una serie que nos hace volver a las fuentes
Leemos en Historia sencilla de la filosofía, de Gambra que la filosofía es, muchas veces, considerada un saber inútil, un conocimiento para unos pocos que eligen profundizar sobre debates inacabables, cuestiones abstractas que no tienen otro fin que el de sumergirse en la reflexión. Sin embargo, la filosofía es la actitud más natural del hombre, la más humana. Si hoy saliera de un coma me preguntaría: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? Venimos a la vida sin que se nos explique previamente qué hacemos y cuál es nuestro papel en la existencia. Tampoco se nos pregunta si queremos o no nacer. Lo cierto es que nacemos como bebés que no comprenden y que se van acostumbrando a las definiciones de sus padres, abuelos, familia, escuela, hasta verlas como lo más natural. Cuando la inteligencia se desarrolla y llega a un estado adulto nos enfrentamos a la perplejidad, a la ignorancia frente a lo que nos rodea, al por qué de ciertas definiciones de la cultura. Está en nosotros entregarnos sinceramente y con honestidad a las preguntas que se nos plantean, a las preguntas filosóficas.
Merlí es el nombre de la serie que estrenó su tercera, y última, temporada el 15 de febrero en Netflix. Su protagonista, un profesor de filosofía atractivo, rebelde, contestatario, está muy lejos de ser un personaje políticamente correcto, aunque sí está muy cerca de sus alumnos y tiene la capacidad de seducirlos, de encantarlos. Su palabra se convierte en magia, una magia capaz de transmitir el entusiasmo innato (que puede estar dormido en la mayoría de los adolescentes y en otros no tanto) por la filosofía y la necesidad de preguntarse de qué va la vida, cuál es el sentido de lo que nos rodea. Dice Merlí: "Cuestionen todo, háganse preguntas, generen debate", y los invita a revisar lo que aparentemente es incuestionable: el mandato de un padre sobre su hijo a seguir su misma vocación; la falta de lo necesario en una familia que obliga a un alumno a dejar de estudiar para salir a trabajar; la sexualidad libre; la relación entre una madre sola y su hijo al que sobreprotege; el miedo a enfrentarse con el mundo real de un adolescente sin padre. La serie recorre temas actuales con desparpajo, sin prejuicios y lo más importante: plantea la posibilidad impostergable de pensar la educación, de cuestionarnos la manera en que algunos docentes intentan llegar a los alumnos de una forma que se convierte en vetusta e inútil para el mundo que vivimos, un mundo que cambia con vertiginosidad imparable.
La realidad es que estamos bastante dormidos. Todo el tiempo se habla del espíritu crítico, de la necesidad de opinar sobre todo, libremente. Pero, ¿nos animamos a cuestionar ciertas ideas que se dan por ciertas? ¿Tenemos el coraje de preguntarnos qué estamos haciendo para formar a las nuevas generaciones más allá de lo técnico? ¿Cómo se plantea hoy la relación profesor-alumno? ¿La actualidad es lo esencial o necesitamos formarnos con otra profundidad que nos sostenga a través del tiempo? Habilidades, competencia, rendimiento son palabras que gobiernan la educación. Merlí trae una manera creativa de romper las reglas establecidas, sin perder "el amor¨, al contrario, poniéndolo en el centro de la vida. Llama a sus alumnos "Los peripatéticos", como se llamaban los discípulos de Aristóteles que salían a deambular y a pensar. Los invita a plantearse todo, porque la filosofía está en todo; y lo hace de una manera sarcástica, irónica que le quita solemnidad.
Cada capítulo de las tres temporadas (disponibles en Netflix) plantea la pregunta de un filósofo en particular y así nos presenta a los grandes pensadores. Hegel y el concepto de la relación amo y esclavo; Nietzsche y la muerte de Dios, de los antiguos valores; Platón y su idea del amor; Schopenhauer, quien cuestiona al hombre por ser capaz de hacer daño, de torturar, de corromperse o de inventar guerras y genocidios; Maquiavelo, quien consideraba que el poder del estado está por encima de todo y que puede acudir a la crueldad y a la mentira si es necesario y de manera justificada; Aristóteles, que ve a la felicidad como una actividad, una finalidad y no como un estado; los sofistas, capaces de convencerte de cualquier cosa con su oratoria; Foucault, que cuestiona qué es lo normal o lo anormal en cada sociedad.
Héctor Lozano, el creador de la serie, dice haberla escrito porque le hubiera gustado verla en su adolescencia. Y la describe así: "Quería que fuera una serie que me hiciera pensar y me divirtiera al mismo tiempo, que me ayudara a tomar decisiones, que me hiciera poner en duda algunas cosas, que me ayudara a no sentirme distinto o, al contrario, a valorar la diferencia".
Entonces, ¿es la filosofía un saber inútil? Después de ver Merlí, entendemos que, a partir de los saberes filosóficos, podemos reflexionar sobre la vida, poner patas para arriba todo lo que damos por sabido y prepararnos para asumir las contradicciones, afrontar las adversidades y reírnos de ellas. Es una forma de volver a las fuentes. Tal vez sea el momento de hacerlo.