Mentiras
“Lo que hemos leído en estos días es una mentira, y no puedo contestar mentiras.”(Del vicepresidente Amado Boudou sobre su presunta responsabilidad en el caso Ciccone.)
Ahora sabemos algo más sobre la personalidad del vicepresidente: no contesta mentiras. Por lo tanto, cada vez que se queda callado indica dónde está la verdad por las vías de la omisión y del silencio. En cambio, cada vez que abre la boca... Bueno, las conclusiones obvias suelen ser falsas, así que no es legítimo creer que cuando el vicepresidente dice que acaba de salir el sol hay que abrir el paraguas porque viene tormenta.
Lo concreto es que él no contesta mentiras ni les explica nada a los mentirosos. Es una actitud noble, aunque en cierta medida desvirtúa el derecho de la legítima defensa. Las personas que ante los tribunales han llevado al extremo la decisión de permanecer mudas ante las acusaciones que se les hacen se encuentran en este mismo momento a la sombra, purgando pecados que únicamente ellos saben que jamás pudieron haber cometido.
¡Pero qué fácil sería, desde un punto de vista filosófico, conocer la verdad si se generalizara la política de no contestar mentiras! Por empezar, habría un grado menor de polución acústica, porque los mentirosos, con tal de ser creídos, callarían, y los honestos lo harían también, para mantenerse fieles a su promesa de no hablar. La gente se beneficiaría muchísimo al no tener que soportar tanto barullo, y podría prestar oídos sólo a lo interesante.
No es por ser insidiosos, pero Boudou no es consecuente con sus propios principios. El otro día, cuando Macri dijo lo que él consideró una mentira ("Como no puedo mentir ni ser cómplice, decidimos suspender el traspaso del subte"), lejos de quedarse callado, como hubiera sido natural esperar de él, el vicepresidente contestó. Y fue explícito. "La palabra de Macri no vale ni 90 días", dijo para indicar que el jefe de gobierno porteño había violado un pacto. O sea: Boudou, que no puede contestar mentiras, contestó una mentira. O sea: como dice el refrán, la única verdad es que ya no se puede creer en nada.