Mentes brillantes. Los filósofos que reinventan el rol del intelectual público
En un lenguaje crítico pero comprensible, en libros, medios, redes sociales y blogs, cada vez más figuras de la filosofía invitan a pensar la época con ideas incómodas, provocadoras y aptas para legos
¿Pasa la filosofía por un buen momento en su relación con la esfera pública? Como siempre que hay filósofos involucrados, depende de a quién se le pregunte. En medios gráficos, blogs y redes sociales pueden leerse a diario lamentos más o menos justificados sobre la pérdida de peso de la voz de los intelectuales, y en particular de los filósofos. El sistema académico incentiva a los filósofos a escribir papers para seguir en carrera; el libro propio, más que la entrada al mundo intelectual, es hoy un lujo que pueden darse los que ya tienen asegurada su permanencia en el sistema. Esto, sumado a la creciente profesionalización y especialización alentadas por el mismo sistema, genera que los filósofos se conecten cada vez más con sus pares y menos con personas de otras esferas. La necesidad de ingresar en la academia a una edad relativamente temprana (el doctorado ya no es, tampoco, una obra cumbre de veinte años de carrera, sino más bien la presentación en sociedad) les dificulta a los filósofos el contacto con otros ámbitos sociales: ya casi no quedan filósofos que hayan trabajado en hospitales de guerra de como Wittgenstein o tocado el piano con Leonard Bernstein como Donald Davidson.
Mientras tanto, la esfera pública también ha cambiado: la figura del intelectual ha sido mayormente reemplazada por la del experto, que más que sentarse a escribir un ensayo sobre el tema del momento responde preguntas de los medios sobre el tema en que se especializa. Si bien los filósofos tienen áreas de expertise, el cambio les dificulta hacer el que muchas veces es su mejor aporte: invitar a un cambio de perspectiva o a una forma distinta de ver el mismo problema. En palabras de Zizek, ayudar a corregir las preguntas más que simplemente dar respuestas.
Sin embargo, que todas estas quejas estén efectivamente siendo escritas y leídas nos habla de que el panorama es más complejo y, quizás, mucho menos pesimista de lo que sus autores imaginan. Tal vez ya no hay un filósofo que sea considerado “el pensador de nuestra época” al que se le consulta como a un oráculo, pero esa configuración (que tenía que ver, entre otras cuestiones, con una concepción determinada de la autoridad) no ha dado paso al vacío sino a múltiples voces que utilizan con éxito todos los canales que tienen a disposición para exponer sus posiciones y debatir activamente con otros filósofos o con lectores de todo tipo; en una paradójica vuelta a los orígenes, lo mismo que hacía Sócrates con sus conciudadanos atenienses. Diego Tajer, doctor en Filosofía por la UBA, es optimista: “A partir de la crisis de 2008, que le pegó fuerte a los trabajos académicos, muchos filósofos super técnicos que jamás habían intervenido en la esfera pública empezaron a escribir para público general: Susan Wolf escribió sobre el sentido de la vida, Jason Stanley sobre propaganda política y Carrie Jenkins sobre el amor, por mencionar algunos ejemplos que, aunque todavía no sean tan conocidos en Argentina, son best sellers”, explica Tajer. “Esto continúa una tradición vieja, en realidad, de filósofos como Judith Butler o Peter Singer, tradición que estaba un poco moribunda”.
En una época en que todos, desde medios masivos o desde muros de Facebook, ofrecemos nuestras interpretaciones del mundo, no es extraño que la filosofía despierte un renovado interés.
Los díscolos de siempre
Paradójicamente, el iconoclasta Slavoj Žižek podría representar el caso más cercano al modelo de intelectual público del siglo XX, que tal vez Sartre llevó a su máxima expresión. El filósofo esloveno ha aparecido en muchos documentales (entre ellos, el excelente The Examined Life, en el que también aparecen otros filósofos como Peter Singer, Judith Butler, Cornel West y Martha Nussbaum) y participa seguido en televisión, periódicos y revistas varias. Probablemente sea en parte su estilo descontracturado y provocador lo que lo convierte en una figura atractiva para los medios, pero algo en la relación que ha logrado construir recuerda efectivamente a casos como el de Sartre en Francia o Isaiah Berlin en Inglaterra, intelectuales cuya opinión sobre la actualidad era cotidianamente buscada por periodistas y audiencias. Zizek ha hecho un esfuerzo honesto y constante por pensar y responder preguntas de actualidad en un lenguaje que no es ni críptico ni completamente “masticado”, y ese esfuerzo es parte clave de su éxito; podemos, sin ir más lejos, citar un ejemplo reciente. En enero de este año, luego de que el activista de ultraderecha Richard Spencer fuera golpeado por militantes antifascistas enmascarados, un debate ético se disparó en los medios norteamericanos: ¿está bien pegarle a un nazi? La revista Quartz decidió hacerle esta pregunta a Žižek, que como siempre traicionó las expectativas puestas sobre él y contestó que no: aunque todos esperaran de él un irreverente alegato pro violencia, Žižek argumentó que mientras la derecha radical representa la decadencia de la moral, el progresismo tenía que convertirse en la voz de la decencia, la amabilidad y los buenos modales.
Podríamos decir entonces que el “modelo Žižek” representa el cruce de dos tradiciones: el intelectual que ayuda a las audiencias a pensar su época, por una parte, y el enfant terrible que invita a esas mismas audiencias a correrse un poco de la zona de confort, por otra. En esta misma línea se puede ubicar al filósofo norteamericano Cornel West. Como miembro prominente de los Democratic Socialists of America, West se hizo famoso por sus críticas “por izquierda” a Obama, pero también por sus relaciones fluidas con la cultura pop: West aparece en las últimas dos películas de la saga Matrix, tiene su propia parodia en el programa Saturday Night Live y apareció haciendo de sí mismo en la serie 30 Rock, además de grabar sus propios álbumes de rap con textos filosóficos propios.
Aunque a veces se dice que la espectacularidad o la voluntad de shock van en detrimento u opacan las ideas de quienes las exponen, también puede pensarse que esa búsqueda del escándalo es una parte vital de la tradición filosófica. “En este dañado siglo XXI que lleva consigo las sombras del siglo pasado, el rol de los filósofos se ha vuelto parte de la esfera pública, y ellos mismo –en muchos casos– se han podido adaptar a los nuevos medios de comunicación. Porque hoy más importante que sólo saber decir, es saber comunicar lo que se dice, lo que se piensa y lo que se hace”, opina Emmanuel Taub, doctor en Ciencias Sociales por la UBA, filósofo, poeta y editor. “Por eso pensadores como Slavoj Žižek, Giorgio Agamben, Jean-Luc Nancy, Amos Oz o Peter Sloterdijk, por nombrar algunos, me convocan, porque se permiten presentarse ante la cámara para transmitir su pensamiento en un lenguaje crítico y entendible, logrando extender su voz ante el horror de los eventos políticos de nuestros días, ante el funcionamiento del Estado moderno, o hasta el funcionamiento mismo de Internet o la televisión. Creo que la reflexión filosófica no debe alejarse de la coyuntura política de este tiempo. Por eso también creo que esta reflexión tiene que intentar dar un paso adelante sobre el mero análisis para convocarnos en la irritación, en la incomodidad, en la necesidad de exigirnos pensar. Porque si la filosofía no incomoda, entonces no es filosofía”.
Además de estos casos hipermediáticos, vale la pena mencionar a otros tantos filósofos que sostienen relaciones fuertes con diversos activismos, desde un perfil tal vez más bajo pero igualmente rico y presente: los argumentos e intervenciones públicas de Peter Singer fueron y son vitales para el movimiento de liberación animal, y los aportes de Judith Butler al movimiento feminista son incalculables. En el caso de la filosofía feminista podemos hablar incluso de una escuela de intelectuales públicas y públicos que pasa por un gran momento: el español Paul B. Preciado, formado con el filósofo Jacques Derrida, y Hélène Cixous, filósofa francesa, son algunos de los tantos ejemplos posibles.
La filosofía y la ciencia
Un caso novedoso, interesante y ligeramente diferente es el de aquellos filósofos que intervienen públicamente con un estilo más parecido al de los divulgadores científicos. Uno de los miembros más prominentes de esta clase de pensadores es Daniel Dennett, que recientemente tuvo su perfil en la revista The New Yorker. En los orígenes de la filosofía, la diferencia entre ella y las incipientes “ciencias” era mucho menos tajante de lo que es hoy en día; muchos filósofos hoy, por los temas y los enfoques que adoptan, siguen moviéndose en ese terreno híbrido en el que se encuentran algunas de las preguntas más fascinantes y atractivas para el público general. En 1991 Dennett publicó La conciencia explicada: una teoría interdisciplinar, que no tardó en convertirse en best seller mundial. Casi treinta años después su trabajo sobre el tema, que integra aportes de la filosofía, la biología, la psicología y otras disciplinas, sigue atrayendo lectores y también seguidores: cuenta más de 209.000 en su cuenta de Twitter. Dennett también ha tenido su pequeña cuota de revuelo público gracias a su militancia atea y secular, que está profundamente vinculada con su visión filosófica del mundo y los seres humanos.
La filósofa Martha Nussbaum (a quien también le hicieronun perfil en The New Yorker) tiene una relación con las ciencias sociales similar a la que Dennett sostiene con las naturales. Durante muchos años trabajó codo a codo con el Premio Nobel de Economía Amartya Sen en el trasfondo ético del llamado “enfoque de las capacidades” que revolucionó el modo en que se mide la pobreza en el mundo: una de sus aplicaciones más conocidas es el Índice de Desarrollo Humano, que se utiliza en todo el mundo como una alternativa más informativa que el nivel de ingresos para conocer la situación económica de la población de un territorio determinado.
La nueva “divulgación”
Más allá de las figuras prominentes, es interesante observar un cambio global que puede registrarse en proyectos que en otro tiempo hubiéramos llamado de “divulgación” pero para los que vamos a tener que encontrar otro nombre. Uno de los más exitosos y divertidos es la web http://askphilosophers.org/ A través de ella, cualquiera puede mandar su consulta a un comité de noventa filósofos que se toman el tiempo de pensarla y responderla de forma clara y honesta; las preguntas van desde dilemas éticos personales hasta cuestiones técnicas o preguntas sobre la entidad del amor, del tiempo o el sentido de la vida. En los exitosos podcasts Philosophy Bites y The Partially Examined Life los filósofos son entrevistados en formatos breves y ágiles sobre temas que conectan actualidad, las “preguntas eternas” y sus áreas de especialización. Los filósofos también son muy activos en los blogs, tanto que a veces puede costar seguirlos: la mejor alternativa es http://philblogposts.blogspot.com.ar / (ex Philosopher’s Carnival) un blog curado por un filósofo que elige bimestralmente los mejores posts. A cada uno de estos proyectos corresponden también cuentas de Twitter que suelen estar en permanente actividad.
El panorama nacional
¿Qué pasa en nuestro país? La TV pública ha guardado lugares para la filosofía: en los últimos años pudimos ver Filosofía aquí y ahora de José Pablo Feinmann, Mentira la verdad de Darío Sztajnszrajber y, actualmente, ¿Qué piensan los que no piensan como yo? de Diana Cohen Agrest. También tenemos filósofos en lugares públicos prominentes: la filósofa Diana Maffía, además de tener un lazo pasado y presente con el movimiento feminista, se desempeña como Directora del Observatorio de Género en la Justicia del Consejo de la Magistratura de la Ciudad de Buenos Aires, fue legisladora y Defensora del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires. Se sabe que Alejandro Rozitchner es uno de los asesores de más alto perfil de Mauricio Macri, e incluso el tan mentado Durán Barba estudió filosofía en la licenciatura.
Pero estos son casos relativamente aislados: “La tradición intelectual en Argentina y América Latina no fue particularmente filosófica sino más bien política. Los filósofos argentinos y latinoamericanos que leemos en la facultad, en general, investigaron temas locales. No lo digo como algo malo, por supuesto. El caso más obvio es Carlos Astrada, que mezclaba Heidegger con la figura del gaucho”, explica Tajer, y aventura una autocrítica. “Los científicos nos llevan la delantera por mucho en lo que es divulgación. Nos lo tenemos que tomar más en serio, y por suerte creo que está empezando a pasar”.
Martín Bergel, investigador del CONICET y del Centro de Historia Intelectual de la Universidad de Quilmes, destaca el caso del filósofo argentino Ernesto Laclau: “Sus tesis sobre el populismo se han diseminado a tal punto que se las encuentra no solamente alimentando constantemente el debate político español o latinoamericano, sino en una multitud de referencias y vulgarizaciones en medios de comunicación de todo el mundo”, dice, y recuerda una anécdota: “El caso de Graciela Alfano comentando la perspectiva laclauiana sobre el populismo en la mesa de Mirtha Legrand es solo una muestra de las notables derivas de las sofisticadas ideas de un intelectual al que le tocó morirse justo en la antesala de su consagración como figura de relieve mundial”.
Tajer hace una referencia también a la discusión sobre los programas de las carreras de Filosofía, debate que ocupa a docentes y estudiantes desde hace años: “La formación filosófica en Argentina es muy histórica. Confía en una relación indirecta entre la filosofía y los asuntos públicos. Es una tradición muy alemana. A veces se cumple esa relación, con buenos resultados. El israelí Yuval Noah Harari, que suele discutir sus ideas sobre el futuro en televisión, es de formación un medievalista. Pero es cierto que en otros países la formación está más orientada a pensar problemas contemporáneos”.
En cuando a las asignaturas pendientes y los caminos abiertos, Tajer cree que vamos hacia un gran momento, tanto en la Argentina como en el mundo: “La revista Mind, que es un journal académico muy prestigioso, hace un años o dos hizo una declaración pública diciendo que querían ser una revista más influyente, que iban a estar más abiertos a varios tipos de escritura y temas. Hay un movimiento mundial que se está dando. En Europa muchos filósofos están siendo convocados a paneles sobre identidades nacionales. Lentamente, creo que la academia va a tener que tomarse esto cada vez más en serio y contemplarlo en los sistemas de puntajes y de incentivos”. En un mundo con cada vez más preguntas acuciantes (y angustiantes), no podemos darnos el lujo de dejar a los filósofos encerrados en las aulas.