Memorias y lecciones de una leyenda del periodismo
Washington.- Impecable traje azul, hablar pausado y prudente, un humor exquisito y hasta la licencia para permitirse alguna que otra palabrota. Uno de esos hombres que imponen respeto con su sola presencia. El magnetismo propio de un presidente.
A los 75 años, después de 18 libros y dos premios Pulitzer, aquel cronista de The Washington Post que con solo 29 años deslumbró con la investigación periodística más importante de la historia -junto con Carl Bernstein- lleva las palmas de las manos hacia abajo como diciendo que ya es suficiente. Unos 500 editores de diarios, desde Corea del Sur hasta Ghana, reunidos por la Asociación Internacional de Medios (INMA, por sus siglas en inglés) lo despiden de pie. Durante una hora nadie se ha movido de su asiento. Bob Woodward ha dado una clase magistral de periodismo, de ese periodismo de la vieja escuela al que el vértigo de la era digital tantas veces deja en evidencia a fuerza de ansiedades y errores.
El periodismo siempre ha estado bajo ataque en la historia. Pero que Donald Trump, el líder del mundo libre, acuse a la prensa norteamericana de ser "enemiga del Estado y del pueblo" y vitupere contra diarios de probada excelencia supera todo lo imaginable. Aquí no se habla de otra cosa. ¿Cómo es posible que en la primera potencia mundial se haya llegado tan lejos?
Encima, quienes ven en Trump el retrato perfecto de la prepotencia, la grosería y la mendacidad, y cuentan los días para que abandone la Casa Blanca, acaso deban esperar más de la cuenta. Los últimos números del desempleo difundidos aquí, de un irrisorio 3,8 por ciento, iluminan la gran prosperidad de la economía norteamericana, con el menor número de personas sin trabajo en casi dos décadas y la mejora de los sectores menos favorecidos de la población. Nada indica que no haya Trump para rato.
"La principal y eterna batalla que debe librar el periodismo es contra los secretos de los gobiernos. Eso es lo que más debe preocuparnos en Estados Unidos y en el mundo -arranca Woodward-. Muchas veces las administraciones esconden informaciones innecesariamente. Nuestro deber es revelarlas". La mejor tradición de la prensa norteamericana, el papel de perro guardián, que informa con objetividad, sin tomar partido, equidistante del poder, en boca de uno de sus máximos exponentes. Woodward se permite una cuota de autocrítica. "Creo que en la campaña electoral los grandes medios no supimos contar lo suficientemente bien cómo había sido el pasado de Hillary y de Trump. La presidencia de este último, nos guste o no, es un punto de inflexión en la historia de este país. Nuestros hijos van a recordar qué edad tenían cuando llegó a la Casa Blanca. Es así de importante", explica.
Allá por los años 70, cuando Alan Pakula filmó Todos los hombres del presidente, la película que inmortalizó para el cine el Watergate, con Dustin Hoffman y Robert Redford, Jason Robards había sido elegido para encarnar el papel de Ben Bradlee, el legendario editor del Post. Robards, un actor alcohólico que estaba en baja, llevó el guion a su casa para aparecer al día siguiente diciendo que rechazaba el papel. "No puedo hacer de Bradlee", lo sorprendió. El elenco quedó estupefacto. "¿Cómo puedo actuar de un tipo que se la pasa diciendo dónde mierda está la historia?". "Porque eso es lo que hace un editor de diarios -prosigue Woodward-, ese es su trabajo, preguntarse dónde mierda está la historia".
The Washington Post enfrentó en soledad la investigación del Watergate durante los primeros años, a tal punto que el presidente Richard Nixon fue reelegido por amplio margen mientras el diario publicaba sus avances. "Pero la gente no nos creía. Un día, la dueña del Post, Katharine Graham, me preguntó cuándo se sabría toda la verdad. La situación era muy difícil, el silencio de quienes incursionaron en el cuartel demócrata estaba siendo pagado, había una gigantesca operación de encubrimiento, la investigación del Departamento de Justicia era un fiasco. Yo le respondí a la señora Graham que acaso nunca se conocería la verdad. Ella me contestó: '¿Cómo que nunca? No me digas eso. Tenemos una gran responsabilidad, ese es nuestro trabajo, sigue adelante'. Yo encontré esas palabras muy inspiradoras", reconoce.
"Hoy en día -continúa-, en medio de la batalla de la política contra los medios, demasiada gente descree de la prensa: entre 20 y 60 por ciento, según diversas encuestas. Ya no podemos jactarnos de estar haciendo un trabajo maravilloso. Estamos obligados a hacernos la difícil pregunta sobre cómo mejoramos nuestros productos. Y creo que la respuesta a esa encrucijada es solo una: hacer el más profundo periodismo de investigación".
Ello lleva irremediablemente a la presidencia de Trump y a la excepcional tarea que están llevando adelante las redacciones de The New York Times y The Washington Post, que dejan al descubierto las fragilidades y contradicciones permanentes del inquilino de la Casa Blanca, lo que redunda en un notable aumento de suscriptores digitales. El Times logró el fenomenal suceso que significa tener 2,8 millones de personas pagando por sus artículos en la Web. El Post supera el millón. "Trump es un caso difícil, pero no imposible", señala Woodward, que está a punto de lanzar su primer libro sobre el magnate de Nueva York. "El trabajo de cronistas de la gráfica y de productores de TV no es confrontar con Trump. Nuestro trabajo consiste en hacer el mejor y más valioso periodismo, que es por lo que el público nos evalúa".
El último fin de semana, el Times publicó en soledad la carta de 20 páginas que los abogados de Trump le enviaron al fiscal especial Robert Mueller, que investiga al presidente por presunta obstrucción a la Justicia y colusión. Trump ha confesado que podría valerse del perdón presidencial para indultarse a sí mismo. El diario de Manhattan reprodujo con lujo de detalles el documento, acompañado por una nota de análisis y varios artículos enriquecedores de una imperdible edición dominical. "Ese es el camino -elogia Woodward-, el periodismo de revelaciones novedosas, importantes y ciertas. El que marca agenda y lleva a que nadie hable de otra cosa".
Woodward recuerda el carácter estrafalario e impredecible de quien sería presidente con una entrevista que le hizo dos años atrás, cuando estaba a punto de ser nominado candidato por el Partido Republicano. Habían conversado durante una hora cuando la jefa de prensa interrumpió la sesión. "Tenemos una entrevista en el centro de la ciudad con los líderes republicanos en 15 minutos", dijo la vocera. "Podemos demorar esa reunión 20 minutos", la despachó Trump. "Lo sé, pero es un encuentro muy importante, tenemos que ser respetuosos", imploró ella. Otra vez Trump: "Llámalos y diles que iremos en media hora". La vocera: "Puedo hacerlo, pero asumimos un compromiso". Respuesta final: "Hazme un favor, llámalos de vuelta y diles que serán 45 minutos". Ese es Trump: hace lo que quiere y a la hora que quiere, dice Woodward.
En el transcurso de esa misma entrevista, Woodward pudo vislumbrar atisbos de lo que sería su estilo de conducción. El propio Trump le reconoció uno de los problemas que tenía: "Cuando ataco a la gente, golpeo posiblemente más fuerte de lo necesario. Un amigo me dijo: 'Donald, te queremos, pero no mates a todo el mundo porque puedes necesitarlos en algún momento'. Siempre generé enojo en cierta gente, a tal punto que mi hija Tiffany me dijo: 'Papá, sé presidencial'. 'Yo les aseguro que cuando gane seré tan presidencial que no podrán reconocerme, se quedarán dormidos del aburrimiento'", rememora el periodista. "Todavía estamos esperando ese momento", ironiza.
Habitual conferencista en universidades y escuelas de periodismo, Woodward evoca a la madre de las lecciones de la profesión: "Siempre les digo a los estudiantes que salgan de las bibliotecas, dejen los celulares y abandonen Internet y vayan al lugar de los hechos. Una vez les pregunté a unos alumnos cómo creían que se cubriría Watergate hoy y me respondieron que lo encontrarían en Google bajo la búsqueda "Nixon fondos secretos" (estalla el auditorio). Los periodistas no estamos saliendo lo suficiente a la calle", advierte.
Y corona la enseñanza con una anécdota formidable. "Hace unos años, buscaba sin suerte entrevistar para uno de mis libros a un militar de muy alto rango. Le había dejado mensajes telefónicos y mails, y le había pedido conversar a través de intermediarios. Él se rehusaba a hablar. Averigüé dónde vivía y me pregunté cuál sería la mejor hora para ir y tocarle la puerta de la casa a un general cuatro estrellas sin cita previa. Me decidí y fui a las 8 de la noche de un martes. Me paré frente a su casa y 'toc, toc' (golpea el atril). El general abrió y me miró con furia: '¿Usted todavía está haciendo esta mierda?", me increpó. Quedé paralizado unos segundos, en blanco. Hasta que, con una mirada desconcertante, alzó su brazo y me dijo: 'Vamos, entre'. Nos sentamos dos horas y contestó buena parte de mis preguntas".
Tras la renuncia de Nixon, asumió la presidencia Gerald Ford. Y un mes después de asumir Ford anunció sorpresivamente por TV un perdón a aquel por los delitos de los que se lo acusaba. "Lo hizo un domingo a la mañana, a la espera de que todo el país estuviera durmiendo. Carl Bernstein me llamó en shock. '¿Te enteraste? El h... de p... perdonó al h... de p...'". Se estaba ante un caso de corrupción evidente, concluyó entonces Woodward, un acuerdo entre ambos: la renuncia a cambio de un indulto. Pero 25 años más tarde, mientras Woodward trabajaba en un libro sobre el legado de Watergate para la presidencia de los Estados Unidos, se entrevistó con Ford para saldar aquella intriga. "¿Quieres saber por qué lo indulté? -le preguntó Ford-. Te contaré algo que no le he dicho ni a mi esposa, Betty. Un mes antes de renunciar, el jefe de gabinete de Nixon me ofreció ese trato, que yo rechacé por obvias razones éticas. Pero no bien asumí todas las preguntas eran sobre Nixon. La economía estaba en problemas, la Guerra Fría continuaba. Nixon sería investigado, enjuiciado e iría a la cárcel. Íbamos a tener dos o tres años más de Watergate en las tapas de los diarios y yo necesitaba tener mi propia presidencia y mover al país más allá de Nixon". Reflexiona el veterano periodista: "Lo que yo pensaba que era un caso de corrupción terminó siendo una demostración de coraje". Lecciones de la historia.
El broche final. Un editor noruego indaga cuánto hay de cierto en los vínculos entre Trump y Rusia durante la última campaña electoral. "La respuesta es que no lo sabemos -concluye-. Muchos medios de comunicación están trabajando en eso, en especial los diarios, que son la columna vertebral del periodismo. Es un proceso lento, no se conocerá de un día para el otro. Tampoco sabemos si hay una gran historia allí. Al comienzo del Watergate solo sabíamos que unos intrusos habían entrado en un cuartel demócrata. Solo cierto tiempo después, cuando vimos que ese grupo de aparentes ladrones vestía de traje en el juzgado y susurraba que trabajaba para la CIA, supimos que había mucho más detrás. Bradlee solía decir que la verdad siempre emerge".