Memorias que se llevan en la sangre
En La dirección del ausente (Mardulce), la francesa Ruth Zylberman habla de la "radioactividad del mal": la presencia, corrosiva y secreta, de las huellas del Holocausto en el derrotero de la protagonista de la novela, en su propia vida y en la de toda Europa.
Pese a que se considera escritora siempre, y cineasta cuando se trata de "generar los recursos para poder escribir", Zylberman volcó mucho del espíritu de ese libro en el documental Les Héritiers ("Los herederos"). Allí articula los testimonios de cuatro escritores que se reconocen parte de una particular generación: la de los nietos de la Segunda Guerra Mundial. Los que nacieron luego de la posguerra, cuando nada de aquel espanto seguía visible salvo sus huellas en el cuerpo y la memoria de algún que otro familiar. La última generación poseedora de lazos directos con quienes sufrieron la peor tragedia de la historia moderna.
Los escritores son el estadounidense Daniel Mendelsohn, el francés Laurent Binet, los alemanes Yannick Haenel y Marcel Beyer. Todos, inmersos en proyectos de escritura ligados a la segunda mitad del siglo XX. Y todos atravesados por un interrogante similar: "¿Tengo derecho a imaginar lo que les pasó?".
Zylberman privilegia rostros, discursos, preguntas. Apenas se permite una cita al siempre conmocionante Noche y niebla, de Alain Resnais, algún registro de un viaje en tren, el mínimo seguimiento de la deriva de uno de los escritores por los alrededores de Praga. Luego, la pura intensidad de cuatro semblantes inteligentes, a veces circundados por los espacios de trabajo -bibliotecas atiborradas, libretas de apuntes, archivos- y la obsesión por desmenuzar un pasado que se les hace insidiosamente presente.
Haenel, por caso, habla de la sucesión de hechos que lo llevaron a escribir Jan Karski, libro basado en la vida de ese integrante de la resistencia polaca. Fueron los relatos familiares, los encuentros con jóvenes alumnos que se resistían a leer los textos de Primo Levi y, por sobre todo, la visión, durante un demoledor fin de semana, de las nueve horas de Shoah, el documental de Claude Lanzmann. Allí está el célebre pasaje donde Karski cuenta su encuentro con dos líderes judíos del gueto de Varsovia que le piden: "Dígale al mundo que nos estamos muriendo, y si no actúan moriremos todos". Haenel se pregunta -y le pregunta a la cámara- "¿Cómo pudo soportar ser portador de ese mensaje?". Y concluye que Karski, al contar su historia a Lanzmann, estaba dirigiéndose, en realidad, al futuro. Ese mismo lugar desde donde él, ni víctima ni sobreviviente, decidió asumir el lugar del testigo.