Memorias contra la soledad final
Sobre Arenas movedizas, de Henning Mankell
Qué es lo que mueve a un autor que ha dedicado miles de páginas al relato de historias ajenas a abandonar la ficción y ocuparse de sí mismo? Arenas movedizas no es una autobiografía; apenas se lo podría considerar un libro de memorias, pero el que asume la primera persona para narrar y reflexionar es Henning Mankell (Estocolmo, 1948; Gotemburgo, 2015). Podría decirse que el autor sueco escribió su última obra desde una orilla; el primer punto de enunciación son las semanas posteriores a que le diagnosticaran el cáncer que terminó con su vida hace pocos días.
El peor miedo de la infancia regresa como figura en la vejez del hombre enfermo: "Las arenas movedizas estaban vivas. Los granos se convertían en tentáculos espeluznantes que engullían a un ser humano. Un agujero de arena que comía carne. […] Cuando supe que tenía cáncer, ese miedo volvió. Me afectó igual que la primera vez, ahora lo comprendo. La sensación que experimenté fue precisamente ésa, el pavor que me causaban las arenas movedizas". Pero pronto se declara vencedor; no está curado, pero ha logrado recomponerse psicológicamente y está dispuesto a luchar: "Las arenas movedizas eran el agujero infernal del que, a la postre, conseguí liberarme". Este último libro es la prueba: enfermo pero no rendido.
Muchas de las pequeñas historias personales conducen al presente, son una forma de volver sobre la enfermedad y su tratamiento; así como también son una oportunidad para la reflexión sobre la muerte, el tiempo, el arte, el medio ambiente, la humanidad y el futuro del planeta. Gran parte de los capítulos exhibe los principios de un autor políticamente correcto, portavoz de una bioética, interesado por los problemas ecológicos y el medio ambiente. Entre esas preocupaciones, una en particular atraviesa buena parte de Arenas movedizas: los desechos nucleares y la decisión de países como Finlandia y Suecia, de localizarlos en el interior de una montaña; en cien mil años dejarían de ser peligrosos. Ese abismo temporal sume a Mankell en un intento por dimensionar la vida humana sobre la Tierra. Piensa en las generaciones que pasarán por el suelo terrestre antes de quedar acorraladas y en peligro de extinción por los períodos glaciares que congelarán gran parte de su superficie. Así, el sujeto que se enfrenta a la muerte se funde en la humanidad e identifica su voluntad de vivir con la supervivencia de la especie.
Mankell se construye a sí mismo en fragmentos desordenados: es el niño que adquiere su identidad a los nueve años y "la vida se torna de pronto una cuestión seria"; el adolescente que abandona la escuela porque ha decidido ser escritor, o el dramaturgo y director teatral que vive en Mozambique y Zambia y transforma su mirada europea. La experiencia en África termina de darle forma a su conciencia social y política, a una prosa siempre alerta ante las desigualdades y la opresión: "¿Acaso puede funcionar una verdadera civilización sin esclavitud y sin otros abusos más o menos ocultos, cuando sólo abarca una mínima parte del mundo?". El lector se reencuentra entonces con el plus que habitualmente enriquece y expande las fronteras de las novelas policiales protagonizadas por Kurt Wallander.
Cuando el cáncer y la preocupación por el planeta y el destino de la humanidad pierden protagonismo, aparece la mejor narración autobiográfica. Mankell cuenta sus experiencias africanas, sus viajes por el mundo, su visita a Buenos Aires… Un breve y maravilloso anecdotario construido desde la perspectiva de un sujeto que siempre parece andar solo. La soledad de Arenas movedizas podría responder a esta síntesis: "Morir siempre es difícil. Y, además, solitario". Luego del triste desenlace, el propio Mankell ofrece un consuelo: "Nunca he comprendido por qué hay que interrumpir las relaciones o la amistad con los muertos por el simple hecho de que ya no existan como seres vivos".
ARENAS MOVEDIZAS
por Henning Mankell
Tusquets
Trad.: C. M. Cano
376 páginas
$ 259