Memoriales para una convivencia en paz
Con ocasión de la inauguración del Paseo de los Justos y del Monumento a la Memoria de las Víctimas del Holocausto, en la porteña Plaza de la Shoá, el ministro de Cultura de la Nación, Pablo Avelluto, enfatizó que las marcas de la gran tragedia cometida por el nazismo están en nuestra cultura y no podemos ignorarlas. "El Holocausto es un hecho histórico incomparable que cuestiona nuestras concepciones más profundas. El horror y la tragedia no son ajenos ni lejanos", dijo. Por esa razón no podemos soslayarlos, pues cometidos contra uno o más grupos de personas nos alcanzan a todos como sociedad.
El monumento nacional entrelaza el Holocausto con los atentados terroristas contra la embajada de Israel y la AMIA, cometidos en la Argentina en 1992 y 1994, respectivamente. La obra de hormigón consta de 114 cubos, equivalentes al número de víctimas de ambos atentados. Al hacerlo, vincula el Holocausto alemán con el terrorismo en la Argentina, pero a su vez parece circunscribirlo a dos acontecimientos desgraciados contra la comunidad judía.
Sin embargo, como bien expresó el ministro Avelluto, los monumentos cohesionan la identidad de una sociedad. Y como memoriales contribuyen a identificar las tragedias y los hechos heroicos que constituyen una nacionalidad como tal. En el encendido de las seis velas (una por cada millón de víctimas de los campos de exterminio nazi), tuve el honor de participar en la sexta, cuyo recuerdo evoca a los escritores, los actores, los artistas, los pensadores y los educadores asesinados. Nada menos que las voces que contribuyen a forjar la cultura de un país y a imprimirla en el futuro, difundiéndola más allá de las fronteras del presente.
La historia argentina, como la de cualquier país, es una sucesión de acontecimientos en los que alternan épocas de paz y de violencia. Es, sobre todo, con relación a los sucesos trágicos que las páginas están hechas de negaciones, propias de una nación a la que le cuesta aceptar su pasado.
Desde las primeras décadas del siglo XX hasta la actualidad, la República no ha sido una suma de miradas y perspectivas, sino una refundación constante de nuevas posiciones que dejan de lado las anteriores y procuran instalarse como superadoras.
Como sociedad bicentenaria no hemos sido capaces de evolucionar en este sentido para incorporar todas las miradas al reservorio de la memoria colectiva. Y ello incluye los dramas que como comunidad hemos vivido. De allí que los sitios de memoria aparecen como fundamentales, como una marca de la cultura contemporánea. Para hacer del mundo un espacio respirable, cada sociedad, cada nación tiene que asumir las tragedias de su historia, analizarlas y recordarlas.
Uno de los caminos posibles es apropiarse de esos memoriales como sociedad para resignificarlos e incorporarlos a la historia común. El cuerpo social está hecho de partes: sus colectividades y sus diversas culturas. El ataque contra una de ellas afecta al todo. Los dos atentados terroristas cometidos en la Argentina han buscado invisibilizar a una parte de la sociedad, negarle existencia. Y los memoriales procuran exactamente lo contrario.
El Monumento al Holocausto de Berlín, diseñado por el arquitecto Peter Eisenmann, visibiliza simbólicamente la experiencia asfixiante de los campos de exterminio nazi, en un laberinto de 19.000 m2 de cubos grises y pasillos estrechos. El Monumento a la Memoria de las Víctimas del Holocausto de Buenos Aires hace presente la interrupción de aquellas 114 vidas en su cotidianeidad más sencilla.
Los sitios de memoria cumplen una función educativa, pedagógica, cultural y social muy importante allí donde se erigen. En la ex Yugoslavia y en Ruanda, en cuyos tribunales penales he administrado justicia, esos espacios mantienen el recuerdo inmarcesible de víctimas y tragedias, precisamente para que no se repitan.
Cierto es que en el mundo asistimos hoy a tragedias humanas inenarrables, donde los derechos humanos están ausentes. Sin embargo, en los países donde el drama se ha incorporado a la historia, los memoriales alientan a trabajar sobre una convivencia en paz y contribuyen a profundizar la conciencia sobre las heridas profundas que los genocidios abren en el cuerpo social.
Para el filósofo Santiago Kovadloff, incorporar "el pasado como lo que no debe ser olvidado" equivale a una tarea de comprensión permanente y a una evolución en esa comprensión que debe estar inscripta en el ADN de la sociedad. El sitio de memoria inaugurado en la Plaza de la Shoá nos interpela sobre las razones por las cuales tantos dramas humanos ocurren de manera recurrente ante nuestros ojos. Y sobre cuánta indiferencia, odio, prejuicios y silencios componen el dispositivo que desencadena estas tragedias.
Toda educación en derechos humanos tiene que apuntar a una profundización de la conciencia sobre dos aspectos esenciales: quiénes somos y qué nos sostiene unidos como cuerpo social, y nunca naturalizar la violencia ejercida contra un grupo de personas.
Juez del Tribunal Superior de Justicia de Buenos Aires y del Tribunal de Apelaciones de las Naciones Unidas