Mejorar el debate presidencial
Declarar obligatorio el debate presidencial fue un avance en calidad democrática. El formato elegido no fue el ideal, pero fue el más indicado para políticos con poca experiencia en esta práctica. A futuro deberían introducirse modificaciones para tornarlo más dialógico, menos abstracto y con mayor participación ciudadana.
La ley no debería permitir que el formato del debate sea determinado en una audiencia con los candidatos. El formato termina reflejando sus intereses estratégicos, y no el interés de la ciudadanía en un debate genuino. En esa audiencia, todos los candidatos tienen un interés común: nadie quiere salir muy mal parado del debate. Entonces, pueden presionar hacia un formato sin mucho intercambio ni espontaneidad. Algunos aspectos pueden ser acordados por los candidatos, pero el grueso del formato debería estar preestablecido por ley. Al haber tantos legisladores participando en su elaboración, y al ser discutido desde una perspectiva más distante, es posible que haya mayor apertura hacia formas de debate presidencial más innovadoras. Aquí propongo algunas ideas.
En lugar de estar de pie y en atriles, los candidatos y el moderador deberían estar sentados alrededor de una mesa. Eso predispone a un comportamiento más dialógico y menos discursivo. Para que la modificación tenga sentido, debe destinarse mucho más tiempo al libre intercambio de ideas y menos a monólogos preestablecidos. Con reservas, el debate entre Macron y Le Pen en Francia (2017) ilustra este formato. Si son más de dos candidatos, requiere elaborar un sistema adecuado, y un mayor esfuerzo del moderador. El debate sería más espontáneo y genuino.
Los tópicos deberían ser más precisos, para obligar a los candidatos a discutirlos seriamente. Los recientes ganadores del Premio Nobel de Economía explican que la mejor forma de lidiar con el problema de la pobreza es desagregarlo en preguntas más concretas, porque estas pueden ser abordadas de forma más científica. Los temas muy generales ("salud", "derechos humanos", etcétera) se prestan a intervenciones abstractas y vacías. Si uno de los temas fuera "desnutrición infantil", las intervenciones vacuas quedarían más en evidencia. Igual si, en lugar de "educación", el tema fuera "cómo mejorar el rendimiento de los estudiantes primarios en comprensión de textos".
El debate debería tener una duración un poco mayor. Aun así, el tiempo alcanzaría para pocos temas específicos. Estos deberían reflejar la coyuntura nacional (por ejemplo, "inflación"), y podrían decidirse por sorteo unas semanas antes del debate. Sería menos abarcador, pero ganaría en profundidad.
El debate ganaría fuerza democrática si hubiera participación del electorado; como ciudadanos elegidos por azar, aunque dentro de límites que garanticen diversidad. Podrían presenciar el debate y hacer preguntas a los candidatos. Así, el debate reflejaría más las inquietudes ciudadanas que las preocupaciones de la elite política.
El formato actual debe entenderse como una primera etapa en un camino que recién estamos comenzando.
Profesor investigador; Escuela de Derecho, UTDT