Meghan
Meghan Markle acaba de empezar lo que, si todo va bien, será una vida de ensueño junto al príncipe Harry. Por cierto, su incorporación a la familia real británica trae aparejados, como se ha publicado, algunos renunciamientos. Tuvo que dejar de profesar la fe católica (ya fue bautizada en el anglicanismo); tendrá que abandonar definitivamente su profesión de actriz; no podrá emitir opiniones políticas de ninguna naturaleza ni votar; le está vedado mostrar en exceso sus piernas, pintarse las uñas de colores fuertes y el uso de zapatos de taco chino y de ropa "provocativa" (minifaldas, escotes pronunciados, talles muy ajustados, jeans con agujeros...); también, firmar autógrafos y sacarse selfies, en este caso porque, según parece, a la reina Isabel II no le gustan. A la lista de privaciones todavía le falta algo: deberá despedirse de las redes sociales y los blogs (tenía uno en el que hablaba de viajes, gastronomía, estilo de vida y de sus acciones solidarias). Incluso es probable que haya tenido que sacrificar otras cosas que no conocemos.
Pero, claro, quién le quita a la encantadora plebeya, una mestiza de origen sencillo, las mieles de haberse convertido, de la noche a la mañana, en la protagonista de un cuento de hadas. Si todo va bien.