Meditaciones de la cuarentena: el placer de la vida cotidiana
La inédita cuarentena que nos mantiene en nuestras casas desde hace semanas ha determinado que millones de personas experimenten en carne propia la desconcertante condición de la rutina. Pues bien, la rutina tiene mala prensa en el siglo XXI. Sin admitir prueba en contrario se la califica como la causa de que la vida moderna sea una repetición casi infinita de tareas diarias que agobian y no proporcionan una cuota mínima de satisfacción. Condenada por el juicio inapelable de los pobladores de la gran ciudad, la rutina es vista como un quehacer opuesto a la diversión, que de este modo resulta ser el objeto deseado a perseguir. Ramón Gómez de la Serna inmortalizó este sentimiento: "aburrirse es besar a la muerte".
Sin embargo, la rutina merece otra consideración. Que comienza por renombrarla y hablar de la vida cotidiana, que es cotidiana pero es vida. En esta sencilla metamorfosis semántica reside el secreto para apreciar su lado positivo. La vida cotidiana es regocijarse en las pequeñas cosas que otorgan a nuestro humano transcurrir una sensación de plenitud que no se agota a pesar que se repitan día tras día. Una copa de vino, sentarse frente a un hogar en invierno, una caminata diaria o la ceremonia de leer el diario en un sillón favorito son algunos de los ejemplos clásicos que nos dan sosiego y alejan el vértigo de nuestras vidas.
Pero, claro está, somos contradictorios. Muchas veces nos quejamos del stress pero parecemos extrañarlo cuando tenemos tiempo para nosotros, como esos workaholics que en vacaciones extrañan la locura de sus trabajos. Y es que desconectarnos del celular nos resulta una tarea imposible. Por lo mismo, nos causa extrañeza la existencia sosegada del hombre de campo, que cumple su faena diaria como un rito vital que rehúye la aceleración de la selva urbana y se funde en los tibios atardeceres pampeanos. Creemos que su vida es monótona y él cree que nuestra vida está enajenada.
Julián Marías ha escrito páginas preciosas sobre el placer de la vida cotidiana. Para el discípulo de Ortega y Gasset es un grave error menospreciar la vida cotidiana como si se tratara de una vida de categoría menor y sin contenido profundo. Todo lo contrario, rescata la "actitud en que el hombre, sobre todo el hombre maduro, se complace en cada hora que pasa".
Asuntos rutinarios como dormir, una buena comida, una charla de sobremesa, escuchar música o fumar un cigarro tienen en común que se pueden reiterar cada día. "Se vive con la ilusión de que las cosas que se hacen hoy se pueden volver a hacer mañana e, incluso, siempre". La vida cotidiana nos brinda un sentimiento de eternidad. Cuando cada día es igual al anterior podemos esperar que el próximo también lo sea y así hasta el infinito. Esta es la sensación que percibimos en las personas que disfrutan del entorno de su huerta, su taller literario o su atelier de pintura. Son personas afortunadas que logran evadir la necesidad de hacer siempre cosas nuevas o de correr en pos de metas que no son personales sino impuestas por las vigencias sociales. Ellos encuentran en la vida cotidiana un espejo maravilloso de eternidad.
La esperanza de que el día de mañana se parezca al de ayer y que este tiempo sucesivo se contraiga en un presente permanente es lo que nos hace recrear en nuestras vidas la sensación de lo eterno, de aquello que esperamos que se renueve a cada instante. La eternidad es un encuentro en el presente del pasado y el futuro. Borges le supo poner poesía a este tiempo atemporal de lo cotidiano: "el hoy fugaz es tenue y es eterno; otro Cielo no esperes, ni otro Infierno".
La cotidianidad, ese ingrediente del vivir que da orden y estabilidad, es el lugar desde donde proyectamos nuestra propia vida. La vida cotidiana es un refugio para escapar de la áspera presión de la sociedad, de las tentaciones de la propaganda y el agobio de la politización. La vida cotidiana es nuestro verdadero tesoro de tiempo personal. El que disfrutamos junto a nuestros seres queridos y amigos. Con ellos podemos compartir cada día, todos los días, y descansar de los otros, de quienes se quieren entrometer en nuestra vida para darnos consejos de todo cuánto estamos obligados a lograr. El placer de la vida cotidiana es vivir aquí y ahora. No necesitamos angustiarnos por el futuro ni quedar anclados en el pasado. Lo intuía muy bien Robert Nozick: "la realidad de aquí es suficiente". La vida cotidiana es a la rutina como la felicidad al placer: una forma sublime de permanecer y eludir el esquivo pecado de lo efímero.
Miembro del Club Político Argentino