Medio Oriente: Islam y política de poder en el siglo XXI
El "regreso" de Dios a la agenda internacional, su "revancha" según el título de uno de los primeros libros de Gilles Kepel, de 1991 –que (re)enfocó la relación entre la religión y la lucha por el poder– es un hecho. Se trata del uso del argumento religioso para justificar una acción política que aspira a la modificación de las relaciones de poder dentro de una sociedad, en un contexto interno/nacional o en la escena global. En su expresión más absolutista, la acción política de motivación religiosa pretende acelerar los tiempos proféticos/milenaristas del fin del mundo. En una escala menor se ubica el objetivo de la restauración de un orden, interno o internacional, cuya legitimación está anclada en principios religiosos. En ambos casos, la religión se revela como una fuerza social profunda que se opone a la secularización de la política.
Sin negar el carácter polémico de este concepto occidental, se puede sostener con Jean-Luc Ferry que de las tres religiones monoteístas sólo el cristianismo se ha secularizado. Aun con el uso de términos fácilmente identificables con un cristianismo belicoso medieval como "cruzadas" en el discurso de la "guerra contra el terrorismo" o la justificación de la intervención rusa en la guerra siria que la Iglesia Ortodoxa formuló como la "defensa de los cristianos", ni Estados Unidos y sus aliados europeos quieren salvar la Tierra Santa de los "infieles", ni Moscú quiere reconquistar Constantinopla y celebrar una misa en la iglesia de Santa Sofía.
Pero sin duda la política por el poder en nombre de la religión tiene la mayor visibilidad en el islam, aunque esta generalización es riesgosa en el sentido de simplificar una realidad geopolítica muy compleja. Desde la Revolución Islámica en Irán en 1979 y la resistencia a la ocupación soviética de Afganistán en los años 80, hasta la actualidad del autoproclamando califato en Medio Oriente y la manifestación en la escena mundial de la violencia terrorista en la llamada "Yihad global", el uso del islam en la lucha por el poder revela una profunda convulsión del orden westfaliano en Medio Oriente en términos de identidades colectivas, contratos sociales de convivencia, fronteras estatales y balance de poder.
La constante de la intervención externa no ayuda a la resolución de los conflictos; al contrario, los profundiza, ya que tanto Estados Unidos como Rusia indagan las grietas internas, las divisiones subnacionales y los procesos transnacionales para proyectar poder, experimentar tecnología bélica y competir en el mercado de armas, convencidos de que la guerra religiosa milenarista entre los sunitas y chiitas es un asunto demasiado complejo para resolverlo en mapas colonialistas que dibujaron fronteras; en decisiones en el ámbito de una legalidad internacional hoy paralizada; en fórmulas políticas desacreditadas, como "tierra por paz"; en negociaciones bilaterales, conferencias internacionales, enviados especiales o (auto) engaños diplomáticos.
De hecho, nadie se atrevería a pronosticar el futuro de una región cuyo presente construye, o destruye, el choque de las visiones islamistas; el califato que pretende restablecer el utópico orden del islam de los primeros cuatro sucesores del Profeta; la emancipación chiita en el Líbano, Irak y Siria con la expectativa de la reaparición del último imam; el intervencionismo de la monarquía saudita, que a la vez necesita y teme a su archienemigo iraní, y la competencia por la influencia regional entre Irán y Turquía, que combina la razón de Estado con las pasiones de nostalgias jomeinistas de exportación de la Revolución Islámica y gloria otomana que Erdogan nunca pierde la oportunidad de teatralizar.
En el fondo, históricamente la lucha por el poder nunca fue una excepción ni en la cristiandad ni en el islam. En la cristiandad, sin embargo, la última etapa, la más violenta, de esta lucha fue la Guerra de los Treinta Años que, como convencionalmente se admite, con el Tratado de Westfalia en 1648 dio comienzo a la secularización. La pregunta es si la historia se repetirá en el caso del islam sin que necesariamente la secularización signifique la desaparición de la religión como los islamistas siempre temieron. De hecho, no lo fue en el caso del cristianismo.
El autor es doctor en Estudios Internacionales y profesor en la Universidad de San Andrés