Medidas económicas: las tres verdades que duelen
“Estamos frente a la peor herencia de nuestra historia. Un país donde los argentinos somos cada vez más pobres, con un déficit fiscal que supera los 5,5 puntos de producto. Con un Banco Central con una hoja de desbalance absolutamente deteriorada. Sin dólares en sus activos. Una emisión monetaria en estos cuatro años de más de 20 puntos de producto, que ha hecho que actualmente la inflación navegue al 300% anual y castigue a los argentinos todos los días”.
Así presentó el ministro de Economía, Luis Caputo, el estado de situación con el que se encontraba el país y la razón -después de todo la base de las decisiones- de las 10 medidas que anunció en su mensaje, luego agravadas por la letra chica de la implementación y las normas que se tratarán en lo inmediato en el Congreso.
En esas palabras, el ministro puso blanco sobre negro sobre una situación que todos conocemos. Podríamos decir que es la primera de las tres verdades que dejó su mensaje, una verdad cargada de consecuencias negativas que tienen responsables claramente identificables: Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Sergio Massa, figuras salientes del peor gobierno de la historia democrática argentina, que gobernaron con una irresponsabilidad exasperante, que agravó todos los indicadores sociales y económicos solo con el fin de sostenerse en el poder, siempre acompañados por el silencio cómplice de la dirigencia gremial y organizaciones sociales, que se sirvieron de la coyuntura para acrecentar su poder en desmedro de sus representados, que tuvieron que hacer lugar para que a su lado se sumen millones de argentinos que, aún con trabajo registrado, pasaron a engrosar las filas de la pobreza, que alcanzaría a la mitad de la población.
La segunda verdad que dejó el mensaje de Caputo es la “no sorpresa” y la falta de integridad de un plan. Todos sabíamos con anticipación que los anuncios económicos estarían absolutamente relacionados con una política de ajuste, que no iban a ser medidas para celebrar sino para sufrir. Javier Milei anticipó esto en su campaña y quien lo votó lo hizo conociendo que, si había un plan, este comenzaría con un terrible ajuste del gasto público. Pero esta verdad esconde algo que muchos economistas hablan hacia adentro y no quieren hacer público, obviamente para no mostrarse críticos a 72 horas de asumir un nuevo gobierno, y es que Milei dijo, desde antes de las PASO, que tenía un equipo y un plan. Esto no se vio en los días previos a su asunción, en los que nombres y cargos iban y venían, y tampoco en los primeros días de gobierno. Un ajuste de esa naturaleza estaba en la cabeza de todos. Es más, las recomendaciones fueron no volver a caer en el gradualismo que impidió a Mauricio Macri ordenar de plano la macroeconomía, e ir directamente al shock, a no perder el tiempo y si esto tiene que doler, que duela ahora. Las dudas estaban en el valor que se le iba a dar al dólar oficial, finalmente culminó en $800 y si la quita de subsidios al transporte y a la energía serían en una o dos tandas. Suspender la pauta oficial es una decisión correcta en medio de una emergencia, que no afecta a la gente sino a empresas y emprendimientos periodísticos. Pero faltó algo, y fueron los anuncios que ayuden a recomponer el nivel de vida. Un verdadero plan económico no puede obviar medidas, aunque sean a futuro y no inmediatas, que le permitan al ciudadano de a pie, el que paga impuestos, el que no recibe ningún tipo de ayuda estatal, trazar una hoja de ruta para él y su familia. El lunes, luego de los anuncios, se tuvo la sensación de que los argentinos fuimos castigados por las decisiones políticas que tomaron quienes son señalados como responsables de este presente en la primera verdad mencionada en esta columna. Ni siquiera se esbozó lo que comúnmente se dice “visualizar la luz al final del túnel”
La tercera verdad y, al fin y al cabo, la más dolorosa, está basada en una mentira o una verdad a medias, en omisiones y contradicciones del flamante presidente. Reiteradamente Milei dijo durante la campaña que “esta vez, el ajuste lo va a pagar la política, no la gente”. Esto no se vio reflejado en las medidas anunciadas. Si bien existen ajustes en la reducción del organigrama estatal y de contratos laborales del último año, la realidad indica que el 90% del ajuste lo pagará la sociedad. La quita de subsidios a la energía y al transporte se transformará en lo inmediato en un aumento de tarifas y de los pasajes del transporte público, además, quitar subsidios sin bajar o eliminar impuestos entra en contradicción con su discurso de campaña. Pagan los privados, no el estado. Devaluar la moneda en más de un 50% repercutirá en los precios de la canasta básica. Ya se habla del valor de un kilo de carne alrededor de los $11.000. Lo mismo sucederá con los combustibles, lo cual, como efecto dominó, redundará en toda la cadena de precios. Es el ABC del comportamiento de la economía.
Seguramente, y podemos volver a la primera verdad mencionada, era necesario este “sinceramiento”, como les gusta llamar a los funcionarios a estos aumentos tenebrosos. La economía argentina era un castillo de naipes, todo estaba atado a una ficción. Pero eso no quita que podamos señalar que si un presidente exige acompañamiento y apoyo a su gestión, es deber nuestro marcar sus omisiones o mentiras. No dar ningún anuncio para los jubilados, y dejar que sus funcionarios digan que anularán el cálculo previsional por aumentos discrecionales, algo que ya hizo Alberto Fernández en 2020 y que costó una reducción significativa e irremediable a corto plazo para todo el sector pasivo donde los tiempos ya de por sí son cortos, genera algo más que preocupación porque nuestros adultos mayores se juegan la vida con sus escasos ingresos. Y una duda quedó en el ambiente: para qué votó Milei hace dos meses los cambios en Ganancias junto al kirchnerismo, exponiendo al resto de la oposición, si ahora como presidente decide revisar la medida.
También, la suspensión de la obra pública entra en contradicción con el discurso de asunción del presidente Milei, cuando habló de la inseguridad vial. Es cierto, la mayor parte de las rutas no garantizan seguridad, pero si no es el estado quien construye rutas, ¿quién y por qué lo haría? Entre otras preguntas que podríamos hacernos: sin obra pública estatal, ¿quién atenderá las consecuencias de las tragedias naturales como las inundaciones que, por ejemplo, derriban puentes y dejan incomunicados a pueblos enteros? o ¿qué empresario construirá escuelas o salas de educación inicial donde no existen en provincias que no pueden solventarlas? Si el estado nacional no está presente para corregir esos desniveles entre los habitantes de una provincia y otra, la desigualdad será aún mayor de la que hoy tenemos. Punto bastante grave e importante como para no tenerlo en cuenta.
Milei tiene todo el crédito abierto, lleva apenas días en el cargo, pero ayudaría mucho que sea puntilloso con cada una de estas demandas que la sociedad tiene después que pasó el lápiz rojo, tachando gastos que están relacionados con la vida de las personas. Es que si nos exigen un esfuerzo inédito, quien lo pide debería tener el mismo nivel de exigencia con su palabra y la comunicación para no dejar a nadie, al menos, sin ningún tipo de respuesta. Que quede claro que las decisiones las toma el Presidente, pero el esfuerzo que éstas exigen lo hará también la gente. Entonces, las responsabilidades oficiales deberían estar en concordancia con lo que se pide.