Me juego por vos: Jugate conmigo
A las 6 de la tarde yo me sentaba frente al televisor. De lunes a viernes. Sin falta. No puedo recordar en qué lugar de la casa lo veía, la memoria se me apaga en partes y sin orden, pero tengo grabado el cosquilleo en el pecho que era mudo, pero que si hubiera tenido sonido hubiera sido el del maíz al convertirse en pochoclo, pochoclo dulce, cuando sonaba la canción que marcaba que estaba por empezar el programa: Jugate, jugate, jugate, jugate, jugate, jugate ¡ya!
En 1991 se emitió por primera vez Jugate conmigo, el show que condujo Cris Morena por cuatro años en el que alumnos de quinto se anotaban para participar de juegos que incluían carreras en toboganes, carreras con los ojos tapados, con bolsas, kilos de engrudo de colores, una hamburguesa de fantasía inmensa, y ganarse el viaje de egresados a Bariloche.
Fue el primer gran gol de Cris Morena, que mezclando en algún punto más o menos siempre lo mismo después lo repitió con Chiquititas, Verano del 98, Casi Ángeles, Floricienta. Porque además en el programa había una banda de cinco chicos y cinco chicas, cada uno bien elegido en los parámetros de la juventud noventosa, que cantaban y bailaban frente a una tribuna de gente que los iba a ver con los carteles en las manos, las letras bien grandes para que se lea el fanatismo y las hormonas ahí apretadas en las gradas bien que podrían haberse venido debajo de tanto acné y jopo atado con hebilla.
Se pueden decir mil cosas de Jugate conmigo hoy. Buenas y malas. Pero la conexión que encontró Cris al montar en el momento justo el programa justo para los que todavía no habían entrado en la vida era perfecta. Lo decíamos el otro día en un almuerzo familiar, en que mi madre por algún motivo lógico dijo, frente a mis sobrinos de 14, 12 y 8 años, que en la vida no se puede todo y mi hermano respondió que no, que eso no es lo que tratan de decirles a los chicos, todos varones. No, no pueden volar o convertirse en jedis, pero todo lo demás si lo quieren, que lo busquen.
Por eso me acordé de Jugate, como le decíamos los que sabíamos. Porque a los 9 no hay que pensar como a los 65 y porque hay tiempo para desilusionarse, pero no es ese. Eso era Jugate, la cabeza de los 7 a los 17, la telenovela Life College, los rulos largos, las coreografías, los panes gigantes de la hamburguesa gigante, una media cola bien alta y gomitas de colores, los tops, los shorts, las medibachas de color piel con brillo, las canciones de amor tontas que no decían nada, pero repetían dale, dale, insistí que lo lográs: Me llamo Juan, soy tu vecino del 8 C; Vuela hasta que ardas, vuela aunque te quemes, pues vale la pena; Saliendo del colegio te encontré, de túnica y corbata verde inglés; y Te quiero y me duele, tus besos me duelen. El cerebro adolescente era una plasticola y Jugate lo tomaba para dispararlo a cualquier sitio.
A mí el programa se me metía en el día. Yo escuchaba las canciones en los recreos, escribía en mi diario íntimo “Gaspar te amo”, “Chino te amo”, “Trini quiero bailar como vos”: la espalda arqueada, los brazos hacia arriba y giro y giro. Jugate activaba algo y un día sin ese algo era un día más cerca del otro lado, del que vino después. Mirarlo era poder, era querer todo y yo quería un montón y si bien tampoco puedo recordar qué quería, sí tengo la certeza de que fue una época completamente alentadora. Y es que si hay un momento para vivir alejado del suelo es ese, el único, la era antes del mundo. Después sería la locura.
Hace poco la vi a Cris Morena en la calle, le hubiera dicho tantas cosas. Que tengo todos los casetes, que no sé dónde escucharlos, pero no los tiro, me los quedo. Que de vez en cuando busco algún tema en YouTube, como para anclarme. Pero estaba con mi novio y no quería que supiera. Qué iba a pensar.
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