Mayo y Gran Bretaña
El virrey Baltasar Cisneros enfrentó durante su breve gestión en el Río de la Plata una desesperante escasez de recursos debida a la decadencia de la metrópoli española y también a que su enemiga Inglaterra dominaba los mares impidiéndole el envío de naves comerciales a sus colonias. Cisneros tomó entonces una medida extrema: el 6 de noviembre de 1809 aprueba un reglamento provisorio de libre comercio que ponía fin a siglos de monopolio español y autorizaba el comercio con los ingleses. Medida que apuntaba también a legalizar el contrabando que imperaba en la colonia.
Esto provocó la protesta de los monopolistas que no se resignaban al negocio de la exclusividad de la venta de los productos que, escasos y caros, llegaban del otro lado del mar. En cambio los libremercadistas, también los productores de las rudimentarias pero pujantes industrias del vino, del cuero, del tasajo, del tejido, querían comerciar directa y libremente con otros países, especialmente con Inglaterra.
Es por ello que los más vigorosos impulsores de la insurrección de Mayo (Belgrano, Moreno, Castelli, Passo, los hermanos Rodríguez Peña) estratégicamente se propusieron no hacer pública su intención de independizarse de España para no perder la inicial alianza estratégica con los comerciantes librecambistas.
La apertura del comercio decretada por Cisneros hizo que entre noviembre de 1808 y el mismo mes de 1809 atracaran en Buenos Aires 31 barcos ingleses. Las protestas fueron inevitables. Pedro Baliño de Laya, “natural de vuestro Reino fiel de Galicia” le escribía al Rey: “¿qué dirán los valerosos y constantes cochabambinos luego que sepan ha abierto Buenos Aires comercio libre a todas las naciones: dirán, ya quedaron sin pan mas de 16.000 almas que subsistían con los lienzos de algodón, surtiendo a toda esta América y a un precio tan equitativo como era el de 2 reales la vara (...) y qué dirán cuando sepan de que los ingleses ofrecieron abastecer de este renglón a 1 y cuartillo reales, qué dirán los de la sierra de Córdoba cuando sepan que los ingleses vendieron ponchos en ésta a 3 pesos que ellos vendían a 7 ?”
Crecieron de tal manera las amenazantes protestas de los poderosos monopolistas que el virrey, dando muestras de su volubilidad, ordenó la suspensión de la medida y la expulsión de los comerciantes extranjeros, sobre todo británicos, dándoles un plazo de ocho días para dejar Buenos Aires. Luego amplió el ultimatum en cuatro meses que expiraba el 20 de mayo. ¿Puede alguien dudar de que esa coincidencia de fechas pueda no haber tenido enorme influencia en los sucesos que se desarrollaron a partir de entonces en el río de la Plata?
El mismo 25 de mayo de 1810 el buque de guerra británico HMS “Mutine” ancló en el puerto de Buenos Aires. Su comandante Charles Montague Fabian no tuvo empacho en saludar a la Revolución empavesando su nave y disparando celebratorias salvas de cañón. Hasta se animó a una arenga. Fue acompañado en el gesto por el capitán Thomas P. Perkins, a bordo del HMS “Pitt”.
El 26 ambos jefes navales ingleses, a los que se sumó el teniente Robert Ramsay, de la goleta HMS “Misletoe” (la misma que había traído a Buenos Aires la noticia de la prisión de Fernando VII), según R. Colimodio, se reunieron con los miembros de la Primera Junta.
No fue casual que el 28 de mayo se eliminaran las prohibiciones que impedían el libre comercio, decididos a hacer todo lo posible para ganar la protección inglesa “dando a entender a Inglaterra que el objetivo de la América española no radicaba tanto en la separación de España como en la extirpación de los males causados por el gobierno español” (carta del embajador Strangford al primer ministro Wellesley, 20 de junio de 1810). Se rebajaron en un 100% los derechos de exportación y se declaró libre la salida de oro y plata sin más recaudo que pagar derecho como mercancía, tal como se había pedido en “La representación de los hacendados’', cuyo autor, Mariano Moreno, abogado de intereses británicos, a pesar de no haber participado de las jornadas previas al 25, fue designado Secretario de la Junta como mensaje hacia Gran Bretaña.
La principal y decisiva ayuda inglesa a los conjurados de Mayo debería esperar dos años cuando atracó en el puerto la “George Canning” trayendo a bordo, entre otros jefes indianos reclutados en Londres, a un teniente coronel nacido en tierras de las misiones jesuíticas y de destacada actuación en las guerras napoleónicas.