Mathias Énard: premio al diálogo literario entre Oriente y Occidente
Ganador del Goncourt. El escritor francés obtuvo la prestigiosa distinción, de manera contundente y por votación casi unánime, con su novela Boussole (Brújula), protagonizada por un musicólogo vienés dedicado a indagar los vínculos entre la música europea y el Imperio Otomano. La crítica lo considera el mejor de sus libros
El musicólogo vienés Franz Ritter, hombre de unos cincuenta años, apasionado del Oriente Medio, dedicado a indagar los vínculos entre la música europea y el Imperio Otomano, recibe casi al mismo tiempo un diagnóstico médico alarmante y una carta de quien ha sido y sigue siendo el gran amor de su vida: una tal Sarah. Insomne, bajo el impacto de estas noticias, Ritter pasa la noche perdido en el laberinto de su memoria. Su amor por Sarah y sus recuerdos personales se entrecruzan con una especie de catálogo o colección de personajes que admiraron el mundo árabe. Personajes que encarnan diferentes clases de orientalismo, desde el imaginario del romanticismo alemán hasta las fantasías sensuales de los orientalistas franceses.
Éstos son, en resumidas cuentas, los ingredientes básicos de Boussole (Brújula) del francés Mathias Énard, la novela que este año recibió el famoso premio Goncourt: una novela densa, llena de erudición, pero no exenta a la vez de fervor y sensibilidad. Pocas veces, en las últimas ediciones del Goncourt, el fallo resultó tan simple; una sola ronda de deliberaciones, una victoria por amplia mayoría: seis votos para Boussole (editado en Francia por Actes Sud) contra un voto para Les Prépondérants de Hédi Kaddour y otro para Ce pays qui te ressemble de Tobie Nathan. Podría hablarse de un final doblemente anunciado: no sólo porque Boussole figuraba como el libro favorito, sino porque la obra de Énard llevaba años, sobre todo desde Zona, siendo una de las más firmes, más comentadas y más promisorias.
"Desde sus primeros libros, Mathias Énard ha demostrado ser un escritor, no el autor de un libro aislado. Es alguien curioso por el mundo, por otras lenguas, por otras culturas. Y es, ante todo, un verdadero erudito que pone su saber y su experiencia al servicio de su obra, donde siempre hay una búsqueda en términos de escritura", sostiene la crítica literaria Martine Laval, para quien "Boussole es el mejor de sus libros" porque reúne varias virtudes: "construcción formal, aliento, ritmo, conocimientos… Todo ello sin olvidar al lector".
Énard nació en 1972 en Niort, una ciudad del centro de Francia reputada por sus actividades financieras y que en su lista de hijos célebres no cuenta con muchos escritores ilustres, pero sí puede jactarse de haber sido cuna del rey Luis XI y del director de cine Henri-Georges Clouzot. Luego de cursar estudios de árabe y parsi, y tras un paso por Siria, Líbano e Irán, en 2000 Énard se estableció en Barcelona, donde aún vive y donde ha llegado a impartir clases como docente universitario, todo esto sin dejar de participar de la vida cultural en Francia. Fue miembro del consejo de redacción de la revista Inculte (la misma por donde también pasaron Arno Bertina, Oliver Rohe o Maylis de Kerangal) fue escritor residente en la Villa Médicis en Roma, fue elegido uno de los diez mejores narradores franceses menores de 40 años por la revista Technikart y, antes de verse coronado con el Goncourt, obtuvo galardones como el Premio de la Francofonía o el Goncourt de los estudiantes secundarios.
Después de un temprano libro de poemas, Travail de nuit (1990), Énard debutó como narrador con La perfección del tiro (Reverso, 2004), donde seguía a un francotirador en un país muy parecido al Líbano. Al igual que su biografía, su literatura ofrece una imagen de nomadismo o, mejor dicho, de multiculturalismo. Salvo excepciones como Remontando el Orinoco (La otra orilla, 2006), novela llevada algo libremente al cine por Marion Laine (A corazón abierto, con Juliette Binoche y Edgar Ramírez) y que transcurre en buena medida en París, aunque con personajes no sólo franceses, la mayoría de los libros de Énard no se ambientan en Francia ni hablan directamente de Francia. En más de un aspecto él es un escritor viajero, como lo prueba El alcohol y la nostalgia (Mondadori, 2012) que nació de un viaje en el tren Transiberiano, de Moscú a Novossibirsk, y que primero tuvo forma de pieza radiofónica.
El vínculo con Oriente ocupa un lugar cada vez más central en la obra de Énard. Calle de los ladrones (Mondadori, 2013) presenta a un joven marroquí llamado Lajdar, aficionado a las novelas policiales, que desembarca en la ciudad de Barcelona; la novela, que aborda temas actuales (la inmigración, el fundamentalismo y la denominada "primavera árabe"), es un tributo a la lectura y a la diversidad: "… soy lo que he leído, soy lo que he visto, tengo en mí tanto de árabe como de español y de francés, me he multiplicado en estos espejos hasta perderme o construirme", puede leerse. En cuanto a Háblales de batallas, de reyes y de elefantes (Mondadori, 2011), narra un viaje en sentido contrario y en otros tiempos, ya que es el célebre Michelangelo Buonarroti quien acude a la antigua Constantinopla, en mayo de 1506, invitado por el sultán Beyazid para que construya un puente sobre el Bósforo, en la zona del Cuerno de oro que divide, justamente, la parte europea de la parte de Gálata. En un pasaje del libro, Michelangelo contempla la antigua catedral de Santa Sofía y reflexiona que dicho edificio, "apenas cincuenta años antes era aún el centro de la cristianidad". El escenario, más la idea de puente y de fronteras movedizas, reaparece en Boussole cuando el narrador define a Constantinopla "como la ciudad más al este de Europa o más al oeste de Asia, como un final o un comienzo, como una pasarela o un límite".
Más allá de estas innegables afinidades, de todas las novelas previas a Boussole ninguna se asocia tanto a ella como la ambiciosa Zona, publicada en Francia en 2008, traducida al español un año después por La otra orilla. Novela también densa, alucinante y erudita, de esas que conforman un complejo mosaico, abundan en guiños y exceden al lector en una primera lectura, Zona presenta las falsas memorias de un espía y recorre la historia de la cuenca mediterránea en el último siglo. Al igual que La modificación, de Michel Butor, a la que parece rendir tributo, Zona muestra a un hombre que toma un tren (en este caso, para ir de Milán a Roma) y hace un balance de su vida. Como en Boussole, el narrador pasa una noche de vigilia y la memoria, de manera espiralada, viaja de una época a otra, comprime o dilata el tiempo, salta de recuerdos íntimos a hechos históricos, todo con la lógica algo neblinosa del insomnio.
Las dos novelas funcionan mejor cuando la espiral es lenta, cuando profundiza las historias y los personajes. Los puntos débiles son, acaso, la empatía que no producen por momento los narradores (en Zona esto es algo más palpable, ya que no hay una historia de amor comparable a la de Boussole) y cierta falta de presteza narrativa en un discurso que, a ratos, se acerca un poco al de una tesis. Pero el balance, a la postre, es muy positivo.
Tienta hablar de arabescos en esos remolinos que dibujan los insomnios de Franz Ritter y de Francis Servain Mircovic, los narradores de Boussole y de Zona, respectivamente, cuyos nombres empiezan con las mismas cuatro letras. El arabesco, como el arco, como el sistema de relatos imbrincados ("muñecas rusas"), como otras cosas que vinculamos con una idea occidental de Oriente, todo eso se aparta de la línea recta, del clasicismo, de la eficacia, para acercarse a una estética más próxima a lo romántico. Al lado de la magistral economía de Háblales de batallas…, las dos novelas más desmesuradas de Énard exhiben notas románticas, incluso en su compleja mezcla de erudición y creación, de reflexión y narración.
Para su editor francés, Bertrand Py, uno de los principales responsables de que Actes Sud consiguiera tres premios Goncourt en la última década (Mathías Énard, Laurent Gaudé y Jérôme Ferrari), la "insaciable curiosidad de Énard lo ha llevado a nutrir su obra de viajes, de erudición, de amor por las lenguas". Libro a libro, Énard desarrolla "un inmenso fresco consagrado a la violencia que marca, desde la Ilíada, la historia de los países de la cuenca del Mediterráneo", pero también indaga la otredad. La alterité, dice Py en francés, empleando el concepto de Emmanuel Levinas, el filósofo franco-lituano que en sus trabajos emplea a menudo la metáfora del insomnio, nada menos.
Dos otredades, dos fronteras que se tocan, que se buscan, que se construyen mutuamente (occidente-oriente, por un lado; hombre-mujer o Franz-Sarah, por el otro), articulan, podría decirse, la trama y las preguntas que plantea Boussole: cómo se construye la idea de "otro"; cuáles son los lazos que la cultura occidental mantiene desde hace siglos con Oriente (con Oriente Medio, más precisamente) o con una idea de Oriente que él mismo ha soñado: con Oriente como ficción… Boussole expresa el riesgo de ver al otro, de ver lo otro por medio de la simplificación, reduciendo la riqueza y la diversidad de sus singularidades.
La elección de Viena como escenario es intencional porque Énard sostiene que esta ciudad fue, en el siglo XIX, una especie de puerta entre ambas culturas. Optimista, aunque no ingenuo, Énard cree en una reconciliación. Quizá por eso su inmensa brújula apunta al este, al este donde nace "el tibio sol de la esperanza", como rezan las palabras finales de la novela. Una esperanza que Énard no está dispuesto a perder, pese a la violencia, el fanatismo, la guerra y los exilios que hoy ocupan los grandes titulares.