Matanza ciega
PARÍS.- Había sido una jornada feliz. Vistas desde la campiña francesa en la que vivo las cosas se anunciaban, digamos, tranquilas. El Presidente, a quien el grupito de argentinos que tuvimos el honor de acompañar durante su visita a la Argentina llamamos familiarmente el Presi, había sorteado con éxito las preguntas de los periodistas, un ritual televisivo de 14 de Julio que no me perdería bajo ningún concepto, tan increíble me sigue resultando, casi 40 años después de mi llegada, la mala fe de los entrevistadores.
Era un día de anuncios: el Presi decretaba el final del estado de urgencia instaurado durante los últimos atentados. Sus adversarios de izquierda le habían echado en cara ese decreto que, sostenían, limitaba las libertades individuales, mientras que, de manera inevitable, los de derecha y extrema derecha habían pujado por limitarlas todavía más. ¿Por qué retirarlo ahora? "Desde un principio he dicho que no se puede vivir eternamente en estado de urgencia y además hemos votado leyes que lo reemplazan", fue la respuesta. Con encomiable paciencia (algunas de las preguntas se merecían un directo a la mandíbula), el Presi se avino a contestarlo todo, inclusive lo referente a su peluquero personal, bastante caro, supuesto escandalete que la frivolidad y, lo repito, la mala fe reinantes amenazan con transformar en un "coiffuregate". En realidad ahí sí se calentó un poquito: "He reducido mi sueldo en un 30 por ciento. Pueden reprocharme cualquier cosa menos eso". Lo que no dijo, noblesse oblige, fue que Sarkozy tenía una maquilladora que cobraba lo mismo (así como tampoco añadió que muchas de sus propias dificultades en la prevención de atentados se debieron a que el ex presidente había "reformado" el servicio de inteligencia, dejándolo exhausto para todo lo que fuera comunicación e informática).
La imagen presidencial que fue surgiendo de la entrevista estuvo lejos de ser la del hombre inerte y vacilante que la bronca generalizada intenta, a menudo con suerte, vendernos. Una imagen de sinceridad unida a una visión de "la casa Francia", no como el paisito aislado y desmedrado (el término empleado fue "rabougri" ) que tanto anhela el Front National, partidario de otro Brexit a la manera de Asterix; casa francesa cuyos problemas -dicho sea sin ánimo de autojustificación, agregó el Presi- no sólo son domésticos sino globales. Pero allí donde sus palabras se volvieron históricas y, por desgracia, proféticas, fue cuando contestó al interrogante "¿qué le aconsejaría al nuevo presidente, en caso de no presentarse usted mismo a las elecciones de 2017?". En ese momento se quedó largo rato callado y terminó por decir: "Que sepa que ser presidente es estar constantemente en contacto con el drama y con la muerte".
Ese 14 de Julio por la noche me senté en el jardín a mirar la luna. De lejos me llegaba el retumbar de los fuegos artificiales que estallaban en los otros pueblitos, no tan apagados como para impedir que los perros del vecindario ladraran con desesperación. Después pensé que sabían, ¿los elefantes de Tailandia no se salvaron del tsunami gracias a ese sentido alerta del que nosotros carecemos? Pero Niza queda muy lejos del Berry, y lo que caracterizó este drama, al que Hollande pareció haber aludido horas antes de que se produjera, es la sordera generalizada. Y la ceguera. Y la ausencia de olfato. Quizá los perros de la Costa Azul se hayan olido algo, quizás ellos hayan entendido que un camión frigorífico de varias toneladas no podía estar destinado al transporte de helados, tal como lo afirmó su conductor y tal como los policías de Niza se lo creyeron sin dudarlo un instante, ¡estaba tan linda la noche, era tan agradable vivir, tan alegre la fiesta! Sí, quizá los perros. Entre los humanos, de izquierda, de derecha y de extrema derecha, nadie se imaginó nada porque lo inconcebible, aunque parezca mentira, existe.
Mohammed. Va el segundo Mohammed que en Francia siembra el terror. El otro se apellidaba Merah y mató a unos cuantos chicos en una escuela judía, éste se llama... Pero para qué nombrarlo. Lo único importante es que este joven tunecino representa toda una novedad: el terrorista enmascarado. Para que los servicios de seguridad no lo tuvieran fichado como islamista, no iba a la mezquita, no se dejaba crecer la barba, no se costeó hasta Siria para entrenarse y recibir su cinturón de explosivos, comía cerdo y tomaba vino. A cambio de eso resolvió obedecer a ciertas directivas del Estado Islámico fáciles de seguir: agarrar un auto y aplastar al primero que pase. Mohammed II la hizo mejor. Agarró un camión y no lo lanzó contra uno solo, sino contra una multitud que festejaba, precisamente, la fecha que simboliza a "la casa Francia". Lo lanzó contra Libertad, Igualdad, Fraternidad. Contra el Estado laico. Contra las familias de variados orígenes (la primera que murió bajo las ruedas fue una musulmana velada), boquiabiertas ante la lluvia de colores que caía del cielo. Contra los cochecitos de bebe. Yo diría que hasta contra el aroma de las mimosas y contra los cuadros de Matisse, esos que muestran una palmera desvanecida en la luz, frente a un mar azul lavanda que en el horizonte se vuelve lila.
Lo inconcebible también es la falta de respeto, y la náusea que ésta provoca. Minutos después, cuando el Paseo de los Ingleses era otro mar, pero de sangre, numerosos políticos de uno y otro bando que, aunque no tengan el olfato canino, saben mostrar los colmillos, se precipitaron a mostrar al responsable con dedo acusador. ¿A quién? ¿Y a quién iba a ser? ¡Al gobierno! Pero hay que comprenderlos, después de todo: en plena campaña electoral no se iban a perder el regalito, y además es cierto que designar al culpable crea cierta ilusión de tranquilidad. Aunque sea de mala fe, y aunque todos sepamos que nadie puede prever lo irreparable, nadie. Lo insostenible de esta guerra es que la muerte no nos viene de todo un ejército puesto enfrente, sino de muchachitos ciegos. Una matanza sin ojos cuyo triunfo consiste en que los nuestros tampoco sirven de mucho, salvo para llorar.