Matamos al Mercosur
El Mercosur está muerto. Lo mató la política pública de apostar a la inflación y erosionar la competitividad cambiaria argentina.
Este enunciado requiere explicaciones. Es una afirmación que cuestiona no sólo la política económica del gobierno argentino sino también su estrategia internacional.
El Mercosur era la apuesta del Cono Sur para tener un lugar en la mesa de negociación mundial. Así como es impensable el protagonismo de Bélgica, Francia o España fuera de la Unión Europea, es impensable el protagonismo argentino fuera del Mercosur. La integración del Cono Sur era, por otra parte, la apuesta más sólida de América latina hacia una unidad que pudiera sacar ventajas de la identidad cultural de la región.
La utopía que dio origen al proyecto integrador proponía un punto de partida comercial: una zona protegida dentro de la cual se podrían desarrollar escalas productivas en condiciones de competir en el mercado global.
En todos los ámbitos, políticos, técnicos, académicos, y en la prensa, existió siempre la conciencia de que la condición para que el proyecto fuera posible era que la Argentina y Brasil estabilizaran sus economías. La discusión sobre asimetrías y armonización de políticas tornaba evidente que no es posible un Mercosur con inestabilidad y desorden macroeconómico en sus principales economías nacionales.
Si algo tuvo de positiva la experiencia de los años 90 fue que ambos países terminaron con una inflación de décadas. Tras la crisis y devaluación de 2002, se le abrió a la Argentina una oportunidad única: contar con una moneda competitiva, sin inflación y con superávit fiscal y externo. El crecimiento industrial argentino de la primera década del siglo se asentó sobre esos pilares. Y en los inicios hubo buenos funcionarios que llevaron adelante la gestión de la economía. Jorge Remes, Roberto Lavagna, Mario Blejer y Aldo Pignanelli no fueron genios, simplemente conocían el oficio y lo llevaron adelante con mesura y patriotismo.
Eso se terminó hacia 2006, cuando las autoridades argentinas creyeron que con inflación se crece más, y apostaron a ese crecimiento inflacionario. Como el punto inicial en que estaba el dólar hacia 2002 era suficientemente alto, y como el nivel de actividad durante la crisis de ese año era suficientemente bajo, la erosión de la competitividad cambiaria llevó seis años de inflaciones altas y dólar quieto. Hoy esa competitividad desapareció y quedó la inflación. Si en un inicio el aumento de los precios fue el resultado de una política que incentivaba la demanda en forma irresponsable, hoy la inflación es principalmente de costos. La puja distributiva convierte a todos los actores económicos -empezando por el Estado- en corredores que se muerden la cola para posicionarse con ingresos mayores que los de sus vecinos.
Este año, cuando termine la próxima ronda de paritarias y de aumentos de impuestos y de servicios públicos -o de emisión monetaria, más o menos controlada-, prácticamente ningún sector industrial argentino estará en condiciones de competir con Brasil o con Chile o con Uruguay o con Paraguay.
En muchos sectores, si se confrontaran dos fábricas exactamente iguales, con la misma tecnología, la misma dotación de personal, los mismos insumos e idénticos productos finales, la de la Argentina sería inviable, mientras que la que se operase en cualquier otro país del Cono Sur sería rentable. Salvo, desde luego, que nuestro gobierno la protegiera de la competencia externa. La actual política proteccionista es el parche que encontramos para intentar compensar seis años de excesos (con un nuevo exceso). Pero esa fábrica argentina, protegida por las restricciones a la importación, no podrá exportar y aprovechar el mercado del Mercosur: está condenada a nuestras fronteras y a la escala de nuestro mercado. La utopía que dio origen al Mercosur -uno de los principales legados de estos años de democracia- no puede ser realidad, ni lo será por mucho tiempo. Sin la Argentina, el Mercosur murió. Brasil y los socios menores no alcanzan para conformar un bloque regional.
La inflación vino para quedarse, el atraso cambiario no se puede resolver sin provocar más inflación? y recesión. A los argentinos les va a costar muchos años y sacrificios volver a un marco económico que haga posible el protagonismo que la Argentina alguna vez soñó. Matamos al Mercosur. Y pretendemos una nueva utopía, propia del realismo mágico: otorgarle valor internacional a la anomia argentina, vendiendo la tecnología comercial de La Salada en Angola. © La Nacion