Massita, la generación del diezmo
Los medios hegemónicos ya nos tienen hasta las narices con esa cantinela de que en el oficialismo se vive una lucha fratricida. Cual cronistas de guerra, llegan al extremo de decir que la contienda es “cuerpo a cuerpo” y que se combate “casa por casa”. ¡Paren la mano! Cómo va a tener ánimo beligerante un espacio de tan dulce nombre: Unión por la Patria. No se llama Titanes en el Ring, eh; entre otras cosas, porque están flojos de titanes.
Es cierto que, como en cualquier familia, hay matices, diferencias, no todos se prodigan amor con la misma intensidad. Pero repasemos la foto de la reunión de gabinete del miércoles en la Casa Rosada. Aparecen, juntos, el profesor Alberto, Massita, Agustín Rossi y Wado de Pedro (Wadito, antes un desconocido y ahora famoso: “Mirá, el pibe mariposa: duró un día”). Tremenda la cantidad de información que dejó ese encuentro. Una muy importante es que Alberto llegó temprano, lo que puso a sus secretarias al borde de un soponcio; también motivó un llamado de Fabiola, preocupada –bueno, eso dijo– porque no sabía nada de su marido; la ventaja de tener un bulo cerca, en Puerto Madero. La segunda novedad, no menos trascendente, fue que Massita llegó último: los hizo esperar a todos, incluido el Presidente, más de una hora. Qué pedazo de estratega: además de marcar su nuevo estatus, si entraba mezclado con el grupo se perdía el efecto escénico de ser recibido, como lo fue, con un aplauso cerrado. Algunos aplaudían las malas artes que le permitieron quedarse con la candidatura, y otros, porque estaban hartos de esperarlo.
Volvamos a la foto que reunió a Alberto, Massita, Wado y Rossi. Lindísima exposición de vínculos humanos. Alberto detesta a Massita, y Massita suma a ese rencor un menosprecio intelectual. Entre W y Massita está todo mal, como es lógico; Sergio es la mano, la honda y la piedra que le cortaron el vuelo a W, y W es, para Sergio, apenas un buchón de Cristina; solo se emparejan en el rechazo visceral que sienten por Alberto, algo que ya debe estar empezando a experimentar Rossi, hombre de Alberto. Rossi era antimassista hasta 5 minutos antes de ser su compañero de fórmula; apenas comparten la doble S y que ahora seguramente Rossi se vuelva un massista de toda la vida, hasta la hora señalada de la traición. En fin: un infierno de odios, desprecios y resentimientos, pese a lo cual hay que elogiar la disposición de ánimo con que asumieron el momento sublime de mostrarse unidos por la patria. Eso es lo que no ven los medios hegemónicos: en el peronismo, los intereses están en un plano superior al de los sentimientos. Son unos fenómenos. Se encuentran dos peronistas y uno le dice al otro: “Recordame, por favor, si hoy tengo que abrazarte o hacerte una zancadilla. O las dos cosas”. El otro le contesta: “Pará, hermano. Estoy viendo si juego con Patricia o con Larreta”.
Nadie vive más a fondo la postergación del yo que Daniel Scioli. Gracioso, porque uno diría que se da besos en el espejo. Error. Su vida política ha sido y es una permanente cesión de derechos: que decidan por él los otros, incluidos, por supuesto, sus más acérrimos enemigos. Es un mesías que llegó a este valle de lágrimas para sacrificarse por los demás, un pichichi que festeja los goles en contra. Las 24 horas posteriores a ser traicionado por Alberto tiró espuma por la boca y juró venganza, hasta que, al día siguiente, se fue a Brasilia de la mano de Alberto. Era el candidato/instrumento para terminar con 20 años de kirchnerismo, y cuando lo bajaron de la candidatura corrió al Senado a ponerse a disposición de Cristina. El final de su raid no pudo ser más cruel: tuvo que ir a abrazar a Massita, el peor castigo que le tenía preparado el destino. De todos modos, asumió el trance con fe, optimismo y responsabilidad. Daniel no quiere a nadie, pero cómo lo quiero yo a él.
El apasionante mundo de ficción que crean estos personajes –nada que ver con los de Juntos por el Cambio, unos malhumorados que se pelean en serio– se manifiesta también en las acciones de gobierno. Como nos quedamos sin dólares, acabamos de pagarle al Fondo Monetario con DEG y con yuanes. Con los DEG todo bien porque es la moneda oficial del Fondo, salvo que acá hayan hecho una buena copia (en las redes, una broma de mal gusto dice que “ya hay billetes de 2000 pesos falsos”, y muestra un billete con la imagen de Massita).
El verdadero problema son los yuanes: Georgieva pataleó porque todos los que mandamos son de carita chica.
Si mal no recuerdo, Sergio informó en Pekín que con los yuanes se iban a pagar importaciones de China, y resulta que ahora los desvían para saldar deuda con el FMI. Xi Jinping va a retuitear a Cristina: Massita es un fullero.
Mago, fullero, picarón. Ya lo dijo el economista Marcos Buscaglia: pasamos de la generación diezmada a la del diezmo.