Massimo Introvigne. "Para terminar con la violencia religiosa hay que dialogar desde la razón"
La lucha milenaria es entre el bien y el mal. Y depende de en qué lado se ubique el propio Dios para que la bipolaridad se invierta. ¿Se puede explicar la violencia fundamentalista? ¿La fe puede ser más poderosa y dañina que la razón? ¿Y por qué la razón argumenta odios que justifican guerras? El esfuerzo es entender la condición humana y los motivos de la religiosidad, que, contra su propia razón de ser, se transforma en arma letal. El sociólogo, escritor y académico italiano Massimo Introvigne ha dedicado su vida a estudiar la historia de los movimientos religiosos y sus fundamentalismos. Es uno de los mayores expertos europeos en la materia y fundador del Centro de Estudios de Nuevas Religiones (Censur).
En su reciente paso por Buenos Aires, Introvigne habló con La Nacion sobre las nuevas formas de radicalismo -que representa Estado Islámico como el nuevo actor político internacional-, reivindicó "el diálogo desde la razón" como herramienta contra la violencia fundamentalista y describió un mundo en el que las religiones tradicionales ganan adeptos en África, Asia y China, pero tienen problemas para retenerlos en los países más avanzados de Europa.
-Con esperanza, la humanidad ingresó en el nuevo milenio de la revolución del conocimiento y la ciencia. Sin embargo, parece no lograr desprenderse de las violentas luchas religiosas propias de la Edad Media. ¿Se retrocedió?
-Estamos viviendo en dos mundos. Uno, el occidental, en el que incluyo a China, marcado por la aceleración del tiempo, y otro islámico, que es antioccidental. Lo que hay con esta nueva revolución a la que hace referencia es una reorganización del tiempo. La impresión es que al hombre occidental le falta el tiempo en el día, en el mes, en la vida misma para hacer todo lo que la aceleración de la información propone. Esto trae una sociedad posmoderna dominada no tanto por la tecnología, que utilizan también los fundamentalistas musulmanes, sino por la aceleración del tiempo. Por otro lado, hay un clivaje que crece entre esa sociedad de la aceleración temporal, donde se cuentan tiempos muertos, y muchos consideran la religión un tiempo muerto, y una reacción antioccidental que parece aún vivir en un tiempo del Medioevo. Lo que pasó el 11 de Septiembre con Al-Qaeda y ahora con la irrupción de Estado Islámico (EI) es que nos dimos cuenta de que existe un conflicto entre los dos modelos. Se presenta una guerra asimétrica, porque en una convencional Occidente tiene una posición de fuerza absoluta, pero estos dos mundos están viviendo en tiempos completamente diferentes.
-¿Por qué los grupos fundamentalistas parecen ser hoy más poderosos que hace algunas décadas?
-Hay que tener cuidado con el uso de la palabra fundamentalismo, que a menudo se utiliza como instrumento de polémica política. Por ejemplo, cada dictador que existe en el mundo islámico dirá que todos sus opositores son fundamentalistas y así blanquearía sus prácticas. Estamos viendo formas de radicalismo que no existían hace 10 años. El ejemplo más claro es el califato de EI, que tiene una clara ideología que lo confronta, no sólo con el fundamentalismo tradicional, como el de los Hermanos Musulmanes, sino también con Al-Qaeda, porque pretende crear espacios islamizados, pero no como los entienden los fundamentalismos clásicos. Quiere espacios donde las minorías se conviertan al islam y, si no, directamente se las mata. Y esto no sólo se aplica al judío o al cristiano, sino también a los chiitas y a los malos sunnitas, que para ellos no son islámicos. Esa ideología tan extrema no la compartía ni Ben Laden.
-No bien terminó la Guerra Fría, Estados Unidos alertó sobre que el nuevo enemigo era el fundamentalismo. ¿Cómo se explica, entonces que tanto Occidente como los países musulmanes no hayan prevenido el surgimiento de EI?
-A partir de 1683, después de la Batalla de Viena, el islam sufre una serie de derrotas y Occidente comienza a apoderarse de muchos países islámicos. Hubo y hay dos explicaciones para las derrotas islámicas. La primera es que son países atrasados con respecto a Europa. Es la ideología del llamado modernismo islámico, que termina ganando, y por eso tenemos sultanatos modernizadores antes de la apertura de Turquía. Pero cuando los modernistas pro-occidentales pasan a gobernar se plantean tres problemas: 1) los gobiernos son corruptos e ineficientes; 2) sufren derrotas militares a manos de Israel; 3) las alianzas con EE.UU. y la Unión Soviética no los hacen populares especialmente con la URSS, donde se persiguió a las minorías islámicas. Entonces, se transforman en gobiernos impopulares y a fines de los años 70 comienzan a caer. La segunda explicación, por el contrario, cuestiona las derrotas sufridas y el acercamiento a Occidente y propone regresar a la época mítica de los antepasados, cuando se ganaban batallas. Y cuando se produce la crisis de los gobiernos modernistas resurge esta línea con una estrategia política desde los Hermanos Musulmanes. Muchos de sus integrantes habían estudiado en Europa, analizado a Gramsci y al fascismo italiano. Unen el máximo del tradicionalismo y conservadurismo religioso con teorías políticas modernas.
-Existen también en Occidente posiciones fundamentalistas. Cuando Estados Unidos le declara la guerra a Al-Qaeda, el entonces presidente Bush dijo que lo hacía en representación del bien. Y hoy vemos al mundo cristiano europeo intentar dar caza militar a los fundamentalistas de EI.
-La palabra fundamentalismo no surge en el mundo islámico, sino en el mundo protestante norteamericano y con un significado inicialmente positivo. Cuando llega desde Europa a los Estados Unidos el evolucionismo biológico de Darwin y el método crítico histórico de interpretación de la Biblia, hay un grupo de protestantes que publican un libro en forma anónima, que se llama Fundamentals, y se llaman a sí mismos fundamentalistas. Son americanos y no europeos, fue una reivindicación, un movimiento transversal. Luego el término se lo exporta al islam, al hinduismo, al budismo, al judaísmo. Creo que el actual fundamentalismo es una actitud de hostilidad a la razón, la fe sin razón, como lo definió Juan Pablo II. Siempre aparece en situaciones de conflicto y puede hacerlo en el mundo protestante, en el catolicismo o en Rusia. Se lo puede ver en algunos grupos que se oponen al papa Francisco por considerarlo demasiado reformista. La tentación del fundamentalismo nació en el cristianismo y es cierto que existe allí aunque, como decían Juan Pablo II y Benedicto XVI, el cristianismo ya conoce su tentación y por eso desarrolló ciertos antídotos con una teología más racional que, de todas maneras, no es compartida por todos los cristianos.
-¿Se puede desarmar el actual estado de violencia fundamentalista, cualquiera que sea su origen y justificación?
-Creo que sí y es a través del diálogo, aunque no siempre tiene buena prensa. Cuando la gente se mata dice que no se necesita diálogo, sino un buen ejército. Es cierto que dentro de los países no se puede vivir sin policías ni ejércitos, pero para acabar con el fundamentalismo necesitamos del diálogo, que es tratar de hablar con aquellos que piensan distinto, sentarse a una mesa y conversar sin prejuicios. ¿Cuál es el problema del diálogo? Que presupone un idioma común, porque si no es muy difícil. Como decía el papa Benedicto XVI, el diálogo es casi imposible, pero necesario y obligatorio. Se trata de buscar un idioma común y no puede ser religioso.
-Entonces, ¿cuál es ese idioma?
-Es la razón, pero no contra la fe, sino abierta a la trascendencia de la fe. Una razón que no esté cerrada a la fe. La razón no es atea, judía, musulmana o cristiana, es lo que tenemos en común con todos.
-Para el diálogo se han creado numerosas instituciones internacionales con poco éxito por los resultados probados. ¿Fracasaron?
-No todas. En 2011 ocupé un cargo en la Organización para la Seguridad y la Cooperación de Europa en la lucha contra la xenofobia, el racismo y la discriminación religiosa, y ha aportado mucho para el diálogo por la paz. De todas maneras, las organizaciones internacionales necesitan hacer mucho más. Creo que las religiones tienen un rol muy importante en este sentido; el diálogo interreligioso a nivel mundial como el que intenta hacer el papa Francisco también tiene que ser a nivel local. Este diálogo puede solucionar muchos problemas. Un diálogo que empieza para conocerse y no pensando que el otro es una amenaza.
-¿Esto no se contrapone a su teoría de que el diálogo no debe ser religioso, sino desde la razón?
-Es que los representantes religiosos no deben confrontar la teología, sino conocerse y buscar valores humanos comunes y eso se logra por la razón. Cada uno desde su identidad religiosa debe compartir valores racionales de no violencia, de rechazar al terrorismo y la violencia, contra la discriminación de la mujer, de las minorías, la islamofobia y la cristianofobia. Son valores razonables que se pueden compartir en nombre del bien común y de la paz social, hacen a cómo podemos convivir.
-Se habló de crear una especie de Naciones Unidas de religiones. ¿Cree que es una idea viable?
-El diálogo siempre es útil, pero tenemos un problema que los sociólogos conocimos bien con las religiones del islam sunnita y del hinduismo: son religiones horizontales, no tienen jefaturas. Si se quiere hablar con la Iglesia Católica están el Papa y los obispos; si quiere llegar a los mormones, hay un presidente; y para los budistas tibetanos está el Dalai Lama. Pero si se quiere hablar con los musulmanes sunnitas no existe una autoridad central. Lo mismo ocurre con el hinduismo.
-¿Solucionar el conflicto entre Israel y los palestinos debilitaría al fundamentalismo islámico?
-Israel tiene una contradicción porque a su opinión pública le gusta un Israel grande que incluya a gran parte de los territorios; pero existe en Israel una dinámica que no se gobierna con leyes o tanques: es la dinámica demográfica. Los árabes musulmanes tienen un crecimiento demográfico mucho mayor, construyen mezquitas no como un hecho político, sino para que se multiplique la religión porque hay cada vez más musulmanes. El tema demográfico es, en última instancia, un problema religioso. Al interior del judaísmo crecen los ultraortodoxos y al interior de las actuales fronteras de Israel crecen los musulmanes. Es un elemento que va a tener más importancia porque el factor demográfico sigue su escalada.
-En un mundo con alta conflictividad religiosa e ingresando en una nueva era que se dice que cambiará el pensamiento humano y sus creencias, ¿qué vigencia tienen hoy las religiones y sus estructuras concebidas hace siglos o milenios?
-Claro que hay desafíos. Este año se conocerá quizá la más grande investigación sociológica de la historia, hecha por el sociólogo norteamericano Rodney Stark, con millones de entrevistas en 134 países. Me anticipó que a nivel mundial no hay regresión del campo religioso. Todo lo contrario: el número de personas que participa en las religiones institucionales está creciendo especialmente en África, Asia y también en China. A nivel global no se puede decir que las religiones están en baja, pero sí es un hecho que disminuye el número de personas que se dicen religiosas en los países más avanzados de Europa y en otros como la Argentina. Sí hay un problema y es cómo presentar las religiones tradicionales a los europeos, a gente que vive al tiempo de la velocidad. Éste es un gran tema que se impuso el papa Francisco al permitir que muchas personas que no se interesaban por la Iglesia Católica ahora lo hagan. ¿Cómo se justifica la existencia de las religiones en un mundo que vive a gran velocidad? El papa Francisco cree que hay que hablar de los pequeños valores que todos necesitamos: el amor, la bondad, la relación con los mayores, los niños. Él cree que estos valores universales no se van a quebrar en un mundo acelerado, tecnológico y científico. Y a partir de estos valores es que las religiones justifican sus existencias.
MANO A MANO
Un hombre clásico en un mundo que cambia
Massimo Introvigne es un romano que escribió más de treinta libros considerados clásicos de la especialidad. Dedicó su vida a entender el complejo entramado histórico de la religiosidad humana. Cree que la clave para comprender el problema del fundamentalismo religioso reside en que Occidente y Oriente se friccionan porque se mueven en tiempos distintos. Uno demasiado acelerado, el otro por demás contemplativo ante la posmodernidad. Sin embargo, durante la conversación, quedó claro que su estilo amable, calmo y pausado lo acerca más a la contemplación musulmana que a la velocidad occidental. Quizás por su vocación dialoguista es que desarrolló una especial habilidad para evitar definiciones tajantes y polarizaciones riesgosas frente a algunos temas planteados en la entrevista, como la vigencia de las religiones en este mundo tecnologizado en el que el planeta es uno más en la inmensidad. Católico practicante, es esencialmente un hombre de fe formado en las estructuras clásicas del pensamiento europeo. Defiende el derecho de las religiones minoritarias. Diálogo en libertad parece ser la clave de su visión de un mundo que se muestra caníbal.
UN FUTURO POSIBLE
¿Cómo evalúa la estrategia del Papa frente al fenómeno de Estado Islámico?
El papa Francisco llegó a Roma con un estilo latinoamericano muy distinto al de sus predecesores. Es un Papa muy pragmático, se interesa menos que Benedicto por las grandes cuestiones filosóficas. Ese no es su problema. Pretende hacer cosas muy prácticas, viajar, mostrar que la amistad es posible entre cristianos, judíos y musulmanes, como lo dijo en Sri Lanka, donde hubo una guerra terrible entre hinduistas y budistas con persecución de las minorías cristiana y musulmana. La estrategia Francisco, como yo la llamo, con relación al problema de EI es que tiene mucho cuidado en no dar a los musulmanes la impresión de que hay una guerra entre cristianos y musulmanes. El Papa dice siempre, y se refiere a EE.UU. sin mencionarlo, que hay que evitar las acciones unilaterales y también las multilaterales si se incluye a Europa. Sostiene que hay que tratar el problema de EI como una amenaza a los países musulmanes y que hay que colaborar con ellos para abordar el problema. Y no hacerlo como si EE.UU. y Europa fuesen conjuntamente una especie de policía internacional que llega y soluciona todo.