Massa y Milei, entre pronósticos y teorías conspirativas
Las tendencias sobre la intención del voto han dado lugar a diferentes interpretaciones, mientras crece la expectativa por el debate presidencial
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Alrededor de 9 millones de ciudadanos que en las elecciones generales del 22 de octubre no se inclinaron por Sergio Massa ni por Javier Milei serán los árbitros que dirimirán quién será el futuro presidente de los argentinos en el balotaje del próximo domingo 19. Dentro de ese tercio de quienes concurrieron a las urnas en el último turno electoral, hay unos 6,3 millones que votaron en la primera vuelta electoral a Patricia Bullrich; casi 1,8 millones que apoyaron a Juan Schiaretti; poco más de 700 mil que eligieron a Myriam Bregman y algo más de medio millón de personas que sufragaron en blanco.
Los últimos estudios de opinión pública han arrojado una relativa paridad, con ventajas de 1,7 a 6 puntos para Milei en siete encuestas sobre un total de 11; una diferencia favorable a Massa de 2,3 a 2,7 puntos en tres relevamientos, y una situación de empate en el restante trabajo.
En estos días cundieron las teorías conspiracionistas a partir del interrogante acerca de si son las encuestas que muestran a Milei delante de Massa un reflejo de la realidad o si son parte de una estrategia del comando massista para generar determinado efecto en el electorado y en la militancia.
Según esas teorías, al candidato de Unión por la Patria le convendría que se difundan pronósticos desfavorables con el fin de que sus seguidores no se duerman en los laureles del 22 de octubre y se movilicen el día del balotaje, además de desincentivar la concurrencia al cuarto oscuro de algunos votantes partidarios de Milei en razón de que tendría la elección casi ganada y, entonces, podrían darse el lujo de disfrutar del fin de semana largo, derivado del feriado del lunes 20 de noviembre, que el oficialismo se negó a diferir, pese a los pedidos de la oposición y de la Cámara Nacional Electoral.
Otras teorías se ajustan a la probabilidad de que la mayoría de los votantes de Patricia Bullrich esté efectivamente mucho más cerca del postulante libertario que del oficialismo. A esto puede añadirse el hecho de que Córdoba, donde Schiaretti cosechó cerca de 700 mil de los casi 1,8 millones de sufragios que totalizó en todo el país, ha sido una provincia tradicionalmente antikirchnerista, lo cual podría beneficiar a Milei.
Las declaraciones que formuló ayer en Mendoza el candidato de La Libertad Avanza, insistiendo en que “podemos ganar”, sin manifestar triunfalismo en ningún momento, y destacando la importancia de la fiscalización de los comicios, plantea que se siente más cómodo alejado del rol de caballo del comisario. Otros dirigentes de su fuerza política, como Marcela Pagano, también exhiben en sus declaraciones una llamativa prudencia al referirse a los pronósticos electorales.
En esta línea, cobra relevancia la opinión del consultor de opinión pública Jorge Giacobbe, quien sostuvo que si Milei no le saca a Massa unos cinco puntos de ventaja en el balotaje, podrían robarle la elección, ya que “sin fiscales, lo comen”. Es todo un tema al que los mileístas esperan darle una solución con el apoyo logístico del aparato de fiscales provisto por militantes de Juntos por el Cambio.
Los dos candidatos presidenciales que quedaron en carrera saben muy bien que buena parte del contingente de electores que no los votó en octubre difícilmente vote con grandes esperanzas, sino que más bien se verá forzado a optar por el mal menor. En tal sentido, han quedado inmersos en una campaña donde de lo que se trata es no tanto de persuadir a esos votantes de que son los mejores, sino de que son los menos malos o los menos peligrosos.
Algo de eso se vio en el reciente debate televisivo entre los postulantes a la vicepresidencia, Agustín Rossi (Unión por la Patria) y Victoria Villarruel (La Libertad Avanza). El fragmento que buena parte de la prensa destacó como el más relevante de esa contienda no fue justamente uno en el que alguno de los candidatos sorprendiera por sus propuestas de gobierno. Por el contrario, el tramo elegido fue aquel en el cual la compañera de fórmula de Milei enumeró un listado de escándalos de corrupción del kirchnerismo, resumido en poco más de un minuto para desacreditar a la coalición oficialista que representa su rival. Y por el lado de Rossi, lo más destacado fue su afán por demostrar que su adversaria defendía a “los genocidas”.
En otras palabras, ambos candidatos a vicepresidente buscaron poner énfasis en las supuestas debilidades del contrincante, siguiendo los parámetros de una campaña negativa, antes que en enfatizar sus propuestas.
Tal vez para el debate central que protagonizarán en la noche de este domingo Massa y Milei pueda esperarse algo diferente por una simple razón: ya son demasiado conocidas por el electorado las presuntas debilidades de uno y otro candidato presidencial. Sería poco original que Massa emplee su tiempo exclusivamente en hablar de los polémicos rasgos personales de Milei, como que este último ocupe el mayor tiempo de sus exposiciones puntualizando las contradicciones del actual ministro de Economía a lo largo de su trayectoria política y los vicios de los sucesivos gobiernos kirchneristas.
Sin dudas, la templanza, la confiabilidad y la idoneidad que cada uno transmita a lo largo del debate que tendrá lugar en la Facultad de Derecho de la UBA serán decisivos para que el electorado termine de formar su opinión sobre cada candidato. ¿Pero acaso no tiene el espectador derecho a exigir algo más de quienes aspiran a conducir los destinos de la Argentina? Seguramente sí.
El domingo último, una organización de la sociedad civil, denominada Lógica, cuyo lema es “Gasto lógico. Impuestos lógicos. País lógico”, puso los puntos sobre las íes en una solicitada publicada en LA NACION. Allí, instó a los candidatos Massa y Milei a responder solo ocho preguntas cuyas respuestas podrían cambiar la vida de todos los argentinos. Se trata de interrogantes a los cuales ninguno de los candidatos presidenciales que han competido en las recientes elecciones generales ha dado una adecuada y pormenorizada contestación en los últimos debates televisivos.
Se trata de preguntas elementales referidas al gasto público, a los impuestos, a la inflación y a la transparencia fiscal, y parten de una realidad insoslayable: el gasto público consolidado ha rondado entre el 42% y el 47% del PBI en los últimos cinco años, al tiempo que la presión fiscal sobre el sector formal de la economía asciende a más del 50% y la inflación interanual ya ronda el 150%, proyectándosela para todo 2023 en torno del 180%.
En función de esa preocupante situación, que coloca a la Argentina al borde de la hiperinflación, Lógica les pide a los candidatos que respondan, entre otras cosas, a qué nivel se comprometen a llevar al gasto público a los dos y a los cuatro años de su hipotético mandato; si se comprometen a no sancionar nuevos impuestos ni a aumentar sino a bajar los existentes; a cuánto se comprometen a llevar la presión fiscal sobre el sector formal a los dos y a los cuatro años de su gestión; cómo lucharán contra la informalidad, estimada hoy en el 40%; en cuánto tiempo planean llevar la inflación anual a un dígito y cuándo se proponen eliminarla. El mensaje concluye con una compartible expresión de deseos: “El debate presidencial es una excelente oportunidad para contestarle a toda la sociedad argentina”.
Una vez respondidas esas preguntas, la ciudadanía podrá dilucidar qué grado de compromiso tiene cada candidato presidencial con las reformas económicas tan indispensables y cuál es el nivel de capacidad de cada uno para llevarlas a cabo.