Massa, el valiente
“No tengo miedo de compartir con los que piensan distinto”, dijo Sergio Massa en la tarima, el domingo pasado, en Salta. ¿De compartir qué? Compartir es un verbo transitivo, necesita un objeto directo para complementar la acción. Pero no para Massa. Si Massa adapta a sus necesidades la marcha de la economía, las reservas, los acuerdos con el FMI, las relaciones exteriores y el propio paladar político no lo va a estar amedrentando la sintaxis.
El candidato en campaña hablaba de compartir el poder, pero la oración completa le sonó inapropiada. Hay que saber prometer. Es una especialidad. A la idea de compartir el poder decidió llamarla gobierno de unidad, como si el país hubiera adoptado de repente el sistema parlamentario. “Si el 10 de diciembre me toca empezar a presidir la Argentina -advirtió-, que nadie se asombre de que haya gente de otras fuerzas políticas integrando nuestro gobierno, voy a llamar a un gobierno de unidad nacional”. Con otras fuerzas políticas quiso referirse al radicalismo, cuyos votos en este momento le apetecen casi más que nada en el mundo, porque las canteras electorales son escasas, los votantes ausentes no garantizan afecto y se sabe que algunos radicales miran con desdén a Patricia Bullrich, en teoría su candidata.
Prosa generosa, humilde y delicada. “Si me toca empezar a presidir la Argentina”. Gobernar ya gobierna, se supone, ¿no? Arregla con el FMI, dispone a su criterio de la plata que le prestan al país, negocia geopolíticamente con China y Estados Unidos, saca y pone impuestos, cambia la coparticipación, inventa índices, crea tipos de cambio, hace y deshace. Anuncia y anuncia. Pero carece de banda y bastón. Y para sacar un decreto lo tiene que andar molestando al presidente, quien por suerte siempre anda con la lapicera encima.
Para aliviarles Ganancias a los y las trabajadores, como machacan los funcionarios del gobierno violando la concordancia de género en aras de objetivos inclusivos superiores, Massa puso el cuerpo en Diputados cuando se debatió la ley. Si descartó el palco bandeja de los ministros y prefirió instalarse en un balcón de la primera galería fue seguramente porque estaba esa tarde con varios amigos sindicalistas, uno de los cuales, Pablo Moyano, parado detrás de él, les hizo “fuck you” a las bancadas opositoras en el momento de la votación. Massa debe tener planeado explicarles a sus acompañantes que el día que lance el gobierno de unidad ellos van a tener que reprimir sentimientos.
Cuando armaba paso a paso su ascenso al poder, el coronel Perón hizo escuela. Le puso al presidente Edelmiro Farrell en el escritorio el aguinaldo para que se lo firmara y se ocupó, desde luego, de que los obreros supieran bien quién había sido el padre de la criatura. Lo de Massa repite el modelo distribucionista oficial, si bien las cosas no están hoy para andar toqueteando estructuras. Sólo hay que apurar bonos y celebrarlos rápido. La inflación engulle todo con impiadosa ansiedad.
Massa encarna el último invento institucional del peronismo, que es un experto en recauchutajes. De todo lo concerniente a gobernar se ocupa hoy el candidato oficialista, quien en el mismo horario (no hasta las 18, como él prometió al principio) funge como ministro de Economía. El presidente, que se compró un avión, se dedica a viajar por el mundo. Disfruta mucho estar afuera. Y la vicepresidenta, en la génesis la madre de este gobierno tricéfalo de fórmula invertida, da clases magistrales pidiendo perdón por lo mal que gobiernan todos los que no están dedicados a dar clases magistrales.
Que nadie se asombre cuando él se salga con un gobierno de unidad, exige Massa. Debería estar tranquilo, si llega a ganar las elecciones el asombro será consumido en su totalidad por ese suceso. Es difícil que sobre asombro para cuando lance el gobierno de unidad. No se trata de que el director de la Anses, el intendente de Tigre, jefe de Gabinete y presidente de la Cámara de Diputados no tenga porte presidencial, conocimiento del Estado, mucho menos que le falte capacidad de trabajo, abnegación, experiencia. Sin ir más lejos, este domingo en el debate televisivo de Santiago del Estero será el único veterano del género entre los cinco candidatos. Pero el tema es que no hay reportes en el mundo de nadie que siendo responsable de una inflación de tres dígitos haya ganado en forma simultánea una elección. Tampoco es común que un gobierno que fracasa logre continuidad.
Massa juntó en Salta a nueve gobernadores, dos de ellos radicales, en un acto proselitista al que disfrazó de institucional. La excusa fue firmar acuerdos para el desarrollo de la energía en el Norte argentino. Se pusieron en el escenario, entre otras cosas, las energías renovables en el Norte Grande, la instalación de 2500 megavatios (MW) de energía sustentable en la región, proyectos de energía solar fotovoltaica, pequeñas hidroeléctricas, biogás y biomasa. Por lo menos el término biomasa alude a una fuente de energía heterogénea, no es propaganda encubierta.
¿Podían decirle los gobernadores convocados al ministro de Economía que no iban porque entreveían un acto proselitista de Unión por la Patria? A los seis gobernadores peronistas no se les debe haber ocurrido preguntar si quien invitaba era el candidato o el ministro, pero, ¿y a Gerardo Morales y Gustavo Valdés, los dos radicales? Debe ser complicado faltarle al líder del gobierno central que acaba de dejar a las provincias sin la coparticipación de Ganancias justo cuando les va a anunciar que tiene otro parche en la galera para calmarlos. “Vamos a incorporar como adenda al Presupuesto un mecanismo de coparticipación de parte del impuesto al cheque y el impuesto PAIS para cuidar las cuentas de las provincias”. Listo el pollo. Al final el único gobernador que se quejó abiertamente por los efectos del manotazo a la coparticipación fue Juan Schiaretti, el candidato peronista disidente, presunto absorbedor de votos de Juntos por el Cambio.
Patricia Bullrich dijo que lo de Massa en Salta fue una picardía porque usó a los gobernadores radicales para insinuar que podrían seguirlo a él. Morales se esmeró al día siguiente en Jujuy por retemplar su lealtad a Bullrich. Pero el problema tal vez sea más profundo. Picardías políticas hubo siempre. Una picardía es una travesura de poca importancia. Y acá lo que parece haber es una formidable confusión de tipo institucional, acumulativa y con costos inconmensurables.
En primer lugar, porque la oposición terminó convalidando la irregularidad del candidato ministro. Massa no hace campaña desde el Estado sino con el Estado, una inequidad flagrante que vuelve estéril la legislación electoral consagrada a proteger la igualdad de oportunidades. Basta recordar que la ley que -entre otras cosas- instituyó las PASO (26.571) se llama “de democratización de la representación política, la transparencia y la equidad electoral”. Tal como ocurrió en 2019 con la fórmula presidencial invertida, luego fuente de costosos desórdenes político institucionales, el peronismo aprovechó que el invento del candidato superministro no estaba prohibido y lo colocó en el centro del escenario, aunque las más elementales normas éticas lo desaconsejaban. También la historia: siendo presidente, en 1951 Perón, que no era precisamente un modelo de distinción entre Estado y partido, pidió licencia para hacer campaña.
Encima entre los objetivos de la ley 26.571 estaba el restablecimiento de una democracia de partidos que desalentara la aparición de figuras mesiánicas (Néstor Kirchner lo diseñó inspirado en su verdugo electoral Francisco de Narváez), lo que ahora tampoco se estaría probando eficaz con Javier Milei.
En segundo lugar la ligereza con la que Massa promete un “gobierno de unidad nacional” sólo pone en evidencia las precarias condiciones del sistema político. ¿Qué es un gobierno de unidad nacional? ¿Cuál sería el marco constitucional? Parecería que Massa se acordó tarde. El momento de proponer asociaciones políticas era antes de que se presentaran las alianzas. Aunque tamaño objetivo habría requerido de conversaciones interpartidarias de consonante envergadura, discusiones de acuerdos y unas cuantas aclaraciones preliminares. ¿Qué significaría unidad nacional para el sector político que instaló la grieta? ¿No estaban incluso los radicales en la Alianza, que según repitió Néstor Kirchner hasta el hartazgo arruinó el país? ¿No está el gobierno de Massa fingiendo un juicio político a la Corte Suprema que la oposición repudia? ¿No exige buena parte de la oposición que la Justicia lleve a prisión a la socia de Massa?
Massa no tiene “miedo de compartir con los que piensan distinto”. Su valentía es admirable, pero tal vez no alcance para garantizar un buen gobierno.