Más viviendas, menos pobreza
La visión predominante ha sostenido que el crecimiento económico genera un derrame que permite reducir la pobreza, a través de la creación de empleos. Eso ha sido cierto en ciertos países y en alguna medida. Pero no es menos cierto que hay una pobreza residual, más o menos grande, a la cual no le llegan oportunidades de trabajos compatibles con sus posibilidades. La respuesta entonces pasa por lograr una mayor y mejor educación pública, para que las próximas generaciones tengan las oportunidades que no han tenido las generaciones pasadas. Nadie puede discutir esta verdad, pero tampoco es absoluta.
Por diversas circunstancias, la presencia de una escuela en una comunidad no asegura que todos los chicos se eduquen y se preparen para conseguir un trabajo digno cuando terminen sus estudios. Muchas veces esos menores viven en casas inadecuadas, donde no tienen espacios para compartir una comida con los padres o hacer los deberes, y consecuentemente están la mayor parte del día en la calle, expuestos a las tentaciones de las drogas y la delincuencia infantil, e incumpliendo con las tareas escolares. Alguien me podrá refutar recordando esa familia que vivía en un auto y sus hijos eran muy buenos alumnos, pero justamente fueron noticia porque eran la excepción y no la regla. Tampoco ayuda a la educación que las viviendas sean inadecuadas y favorezcan el hacinamiento, que muchas veces se relaciona con abusos, embarazos adolescentes y consecuentemente chicos desnutridos o semiabandonados. Los doctores Monckeberg y Albino nos han enseñado hace mucho tiempo que un menor de un año que sufre 24 horas de hambre queda muy probablemente afectado psíquicamente de tal manera que se resista a recibir educación formal cuando sea más grande.
También es cierto que la educación formal es sólo una parte de la preparación de un menor; la parte más importante tiene lugar en su casa, y ésta sólo es posible si la casa es adecuada, porque solamente ahí puede existir y desarrollarse la familia, que es la célula principal de la sociedad. De ahí la conexión entre la expresión casa o vivienda con la del hogar, y la de ésta con la familia. Como lo dice claramente el papa Francisco: "Sin vivienda no hay familia". Y el fortalecimiento de la familia es la primera y fundamental arma para combatir la pobreza.
La vivienda es también una excelente herramienta para ayudar a los drogadictos y alcohólicos que muchas veces viven en las calles como consecuencia de los desórdenes que le provocan sus enfermedades. Así lo expuso Craig Smith en The New York Times, en un artículo publicado por LA NACION el jueves 13 de abril.
En la mayoría de los países más adelantados, el principal destino del ahorro es la compra de la vivienda. El economista peruano Hernando de Soto lo describió muy bien en su libro El misterio del capital hace más de 20 años: el secreto del éxito del capitalismo es la propiedad privada al alcance de la mayoría. La Argentina se destaca por ser de los países con menos crédito hipotecario, cuando hace 100 años éramos el ejemplo de lo contrario. De la mano de la banca oficial, que representaba mucho más de la mitad del sistema financiero, fue posible ofrecer el acceso a la vivienda a la mayoría de la población. Nuestros abuelos inmigrantes ahorraron "en ladrillos" con el propósito inicial de ser dueños de sus viviendas y, de esa manera, iniciar un camino de progreso económico y social.
La posibilidad de comprar una casa cambia la conducta de toda la familia. Por un lado le otorga un orgullo y una dignidad que, según estudios del Banco Mundial, afectan positivamente hasta los resultados escolares de los menores. Asimismo obliga a los padres a una disciplina de trabajo y ahorro que da estabilidad y justifica la vocación de progreso.
Adicionalmente ocurre una acumulación de ahorros. Mientras que el alquiler es un gasto que se esfuma y la compra de otros bienes de consumo genera sólo satisfacción momentánea, las cuotas que se van pagando de un crédito hipotecario van constituyendo un ahorro que preserva su valor y va capitalizando a la familia. La vivienda no es un gasto, sino una inversión y un ahorro.
Con el tiempo, quienes han ido pagando sus cuotas son elegibles para ser beneficiarios de nuevos créditos para comprarse un auto, muebles, poner un negocio o incluso comprar una segunda casa para los hijos mayores. Tener una propiedad debidamente escriturada, aunque mantenga una deuda hipotecaria, posibilita un despegue económico y social sólo comparable al que otorga una educación superior.
También es importante el rol de la construcción de viviendas como generador de empleos accesibles a la mayoría. Ya sean construcciones tradicionales, "húmedas" o usando las técnicas más modernas de construcción "seca", las viviendas generan cientos de proveedores diferentes que se benefician con su actividad y producen de inmediato un aumento del consumo en las zonas de influencia.
Consecuentemente, el reciente lanzamiento de los diversos planes para financiar la compra de viviendas, tanto el Procrear como los de la banca oficial y privada, puede constituir el inicio de un ciclo largo de crecimiento de la actividad inmobiliaria. Esta política generará miles de empleos, multiplicará los ahorros y posibilitará un mayor bienestar a cientos de miles de familias que accederán a créditos para comprar sus viviendas.
Ahora lo importante es que las empresas del sector se orienten a la construcción de viviendas económicas para los sectores de bajos ingresos, en condiciones de calidad y precio adecuadas, y siempre adjudicándolas formalmente a través de las correspondientes escrituras. Esto permitiría en 10 años eliminar el déficit habitacional y sentar las bases para una reducción sustancial de la pobreza estructural. Debemos multiplicar el número de propietarios si queremos consolidar una democracia estable en un país más justo.
Presidente del Banco Nación