Más que un triunvirato, un gobierno acéfalo
A partir de la asunción de Sergio Massa como ministro de Economía (o si se prefiere, como “superministro”), comenzó a instalarse en la opinión pública la idea de que el país se encuentra gobernado por un “triunvirato”: es decir, el poder, lejos de estar mayormente concentrado en la figura presidencial, que es quien encabeza el Ejecutivo, se encontraría de facto “repartido”, casi en pie de igualdad, entre Alberto Fernández, la vicepresidenta Cristina Kirchner y, precisamente, el flamante ministro Massa.
Por supuesto, aquello del triunvirato no es más que una suerte de alegoría que ilustra, por un lado, la indisimulable caída en la imagen del Presidente (lo que, por consiguiente, se traduce en una pérdida de legitimidad, sobre todo dentro del mismo oficialismo), mientras que, por el otro, nos recuerda que el Frente de Todos es un gobierno de coalición. Pero no cualquier coalición, es una coalición cuyo motivo de constitución fue puramente electoral: había que sacar de la Casa Rosada a Cambiemos para volver al poder. Así se explica que la vicepresidenta haya designado a dedo a quien sería su candidato a presidente (condicionando su poder desde un comienzo), no sin antes “olvidar” las duras críticas recibidas por parte de éste durante sus ocho años de gobierno. Del mismo modo, el superministro Massa supo dejar de lado las promesas en las que se refería al kirchnerismo como una “etapa terminada” en su carrera política, así como también sus deseos, allá por 2015 y con un Daniel Scioli como candidato kirchnerista, respecto de que este partido “no siga” gobernando.
Se podría, en este sentido, continuar mencionando una innumerable cantidad de citas de la etapa de Alberto Fernández y Sergio Massa en calidad de opositores al kirchnerismo (sin ir más lejos, la semana pasada el Presidente nos recordó lo mucho que su pensamiento varió en los últimos siete años, por ejemplo, en lo que concierne al caso Nisman). Pero no vale la pena ponernos aquí a refrescar memorias sobre el pasado reciente de quienes nos gobiernan: los registros audiovisuales que demuestran las cualidades de “políticos profesionales” del Presidente y el superministro abundan en redes sociales y son, de tanto en tanto, repasados también por los medios televisivos de comunicación.
Retornemos, entonces, al tema que nos ocupa: si bien la noción del triunvirato puede ser una buena representación de lo que ocurre en el Frente de Todos (esto es, la distribución de poder que existe hacia el interior de la alianza), difícilmente simbolice adecuadamente lo que el oficialismo supone para el pueblo argentino en la actualidad. Más que un “gobierno de tres”, impera en el país un total desgobierno. Mientras las crisis económica y social se acentúan, el Presidente se dedicó en los últimos días a dar una bochornosa entrevista televisiva, al tiempo que utilizó Twitter y aprovechó medios radiales afines a su gobierno para atacar al Poder Judicial. Todo, por supuesto, en el marco del pedido de condena a 12 años de prisión para Cristina Kirchner solicitada por el fiscal Luciani. Así las cosas, el modo de actuar del Presidente hace suponer que posee alguna clase de deuda especial para con la vicepresidenta, casi como si sintiera la obligación de manifestarse (de forma descuidada, y a riesgo de sonar amenazante o atacar instituciones en el proceso) en cada oportunidad en la que el foco es puesto en la situación judicial de Cristina.
Se torna evidente, en este contexto, que la vicepresidenta -otra de las “cabezas” del presunto triunvirato gobernante- tampoco se halla enfocada en solucionar los problemas que aquejan a los argentinos. Si hay algo que Cristina dejó en claro la semana que pasó es que gobernar está lejos de ser la prioridad de su gobierno. El tiempo, el dinero, los funcionarios (incluido el Presidente), los medios de comunicación, y todo recurso del que se disponga, deben ser encauzados a combatir sus problemas con la Justicia. La “vigilia” de lo más duro de la militancia kirchnerista -en parte rentada y en parte constituida por lo que el célebre politólogo italiano, Giovanni Sartori, denominaba el homo ideologicus- en el barrio de Recoleta, difícilmente puedan desvanecer las graves acusaciones que pesan sobre su persona. Si el 17 de octubre ha sido un mito construido por la historiografía peronista, la vicepresidenta no puede esperar seriamente que un simulacro devaluado de aquel mito, desarrollado en Juncal y Uruguay, la protejan de enfrentar sus obligaciones judiciales. La “calle” y la Justicia son ámbitos que todavía hoy, y a pesar de las embestidas oficialistas, se encuentran diferenciados. La mayoría de la sociedad civil así lo reconoce y Cristina Kirchner lo sabe, por más esfuerzos que ponga en fingir lo contrario.
Va de suyo, a partir de lo expuesto, que la tercera cabeza del triunvirato, a pesar del título de “superministro”, es incapaz llenar el vacío ocasionado por el desgobierno del Presidente y su vice. Es entendible el simbolismo que subyace al poder que le fue otorgado a Massa al nombrarlo ministro de Economía -sin ser él economista y siendo además el líder del Frente Renovador- pero, como es manifiesto, esto no es suficiente para hablar de un relevo en las funciones que corresponden al Ejecutivo. Con ello, es necesario remarcar que, para Massa, el Ministerio de Economía no es la culminación de su carrera política, sino que probablemente pretenda ser el paso que ayude a coronar sus posibilidades reales para una posterior candidatura presidencial. De ser así, la encrucijada del superministro en el poco más de un año que le resta en el cargo se muestra incuestionable: tomar medidas impopulares (ajustar) que ayuden mejorar la economía y, por lo tanto, a incrementar su imagen positiva; o, por el contrario, no tomar medidas impopulares (pero necesarias), a riesgo de que la crisis se profundice y una mala gestión arruine sus proyecciones políticas, de mínima, de cara al futuro cercano. Sea como fuere, si tuviésemos que predecir el porvenir en función de lo visto hasta acá en la trayectoria política de Massa, podríamos aventurar, sin miedo a equivocarnos, que en su toma de decisiones pesará más el interés personal (su futuro político), que el bienestar de los argentinos.
Así, en definitiva, el Gobierno marcha por sí solo, sin plan certero ni conducción posible, y movilizado por las disonantes decisiones políticas de tres de sus principales dirigentes, cuyos fines particulares se apoderaron de lo que deberían haber sido los fines generales de la administración. Lo que hacia adentro del Frente de Todos puede ser visto como un triunvirato, hacia afuera solo puede ser interpretado como una acefalía. Resta exigir a la oposición que no cometa los mismos errores.
Miembro de la Fundación Libre