Marquesinas que brillan
Repaso en mi memoria una temporada teatral en Buenos Aires donde en pocas semanas coincidían tantos estrenos y potentes reposiciones y no encuentro similitud en años. Muchas veces ocurrió que la cartelera resultó importante en títulos y protagonistas de gran tirón, pero la actual coyuntura la hace más brillante por llegar tantos espectáculos juntos, en forma de malón. A la actividad teatral del circuito comercial le imprime un color extra, un valor agregado que potencia piramidalmente su difusión, lo que no supone, necesariamente, que todos serán exitosos. Ese aspecto decantará con las reglas universales del teatro: el público siempre terminará resolviendo el teorema con su (o no) asistencia.
Venimos de un 2016 con baja importante en la demanda de obras, lo que provocó cautela a la hora de armar la grilla de espectáculos. Pero en teatro es sabido que además de dinero y ánimo para movilizarse hasta una butaca, el factor curiosidad ante lo propuesto tiene una incidencia fenomenal. Veníamos de una temporada con títulos "estirados” en cartel y de algunos estrenos en el verano que tampoco funcionaron como se esperaba. Ese combo terminó dando una simultaneidad inédita a la hora de programar, ya no de a una o dos salas escalonadamente, sino de una docena al mismo tiempo.
Es una época en la que escucharemos hablar del boom del teatro. En mis tantos años de seguir los avatares de este sector encontré titulares periodísticos, entre abril y mayo, que hablaban de la "explosión del teatro" o que “el teatro está de moda”. Y la contracara, en octubre, con otros medis rotulando "la crisis del teatro", casi como si se tratara de un enfermo moribundo. Ninguna de esas definiciones reflejan de manera rigurosa el panorama de lo que realmente sucede. Hay situaciones oscilantes, más ligadas a la oferta y también a la estacionalidad climática del año. Un buen ejemplo ocurre con el precio de las entradas, que se repite sistemáticamente de noviembre a febrero, cada año, en Mar del Plata: se dirá que están caras, aunque se cobren menos que la temporada anterior en Bs. As. o en giras por todo el país.
No dudo que la asistencia de espectadores en 2017 crecerá contra la de la anterior temporada. De por sí tendremos el efecto rebote en este abril que finalizó, al que compararemos con un piso bajo de abril 2016. Y en mayo se notará un crecimiento aún mayor porque además se agregará una media docena de estrenos fuertes y no solo propiamente teatrales. Sumemos el cierre de las 70 funciones del Cirque du Soleil, el hecho que Les Luthiers no reponga espectáculo como en otros años sino que estrene, la vuelta de Midachi…
Las fotos de las marquesinas de este invierno habrá que guardarlas. Lo que aún no podemos saber con exactitud matemática es si las fotos de los bordereaux también.
Actores y puestos de trabajo
Paradójicamente con esta sabrosa cartelera en los principales teatros de Buenos Aires, es cierto lo que dice el gremio de los Actores en relación a la baja de puestos de trabajo, pero ingresamos en un terreno farragoso. El primer escollo, aún antes de valorar la incidencia de la merma de espectadores globales del último año por factores externos a nuestra actividad, ocurrió en el barrio teatral en 2015 con la bendita Ley del Actor. Una ley inconsulta, a pesar de sostener la dirigencia de la AAA (Asociación Argentina de Acotres) que fue consensuada. Hablo por nuestra rama: fui presidente de la Asociación de Teatros (AADET) durante 10 años hasta que me retiré del cargo en 2015. Nunca participamos. Eso no sería lo significativo porque en ningún lugar está escrito que el sector empresario deba participar de su confección. También podríamos obviar tanta ofensa gratuita desde su máxima conducción. El resultado es que no le sirve a nadie, comenzando por los actores. De hecho en este 2017 la ley ha sido judicializada por ineficaz por la misma AAA que la fogoneó. Un bochorno que acotó fuentes de trabajo. De manual. También por eso este año la cartelera brillante no tiene correlato con la cantidad de actores trabajando. Muchos escenarios con unipersonales, dejando actores sin convocar, cooperativas de trabajo, elencos de hasta cinco personas y solo alguna excepción como “Sugar" en formato de gran musical. La gran masa actoral ha perdido y mucho, quedando el posible beneficio que hubiese en manos de protagonistas ya consagrados, sumado al agravante que el propio Estado no cumplió ni antes ni ahora con esa disposición, ya que considera a los actores como trabajadores autónomos. En definitiva, una ley "a piaccere”, según la cara del que está del otro lado.
El rol del estado
Un tema muy importante se vincula con el rol del Estado. A mi entender, el apoyo estatal debe canalizarse hacia el teatro independiente, donde efectivamente no existe el negocio. Allí cobra vigencia lo que se denomina trabajar por amor al arte. También a la preservación y crecimiento del teatro público, ofreciendo propuestas valiosas con valores de localidades a las que la actividad privada no podría competirles. Para el circuito que integro -el llamado “comercial”- definitivamente no corresponde distraer dineros públicos. Ya desde el año 1958 existe una ley de fomento impositivo para el sector. Para todo el sector, sin importar el rol que cada uno desempeñe en la actividad, desde el actor al productor. Solo no es gratuito para los dueños de salas, ya que se creó como manera de compensar otro decreto-ley que impide a sus propietarios el libre uso de su inmueble para otros fines, si no contiene en ellos un teatro de similares características. Una clara restricción al dominio privado. Sagazmente en aquella época la exención impositiva ofició de contraprestación (para evitarle al Estado recibir una catarata de juicios por expropiación inversa de las salas privadas repentinamente afectadas). Entiendo que el erario tiene otras prioridades antes que patrocinar económicamente a una actividad de por sí ya eximida impositivamente. Bienvenido el auspicio privado al ruedo teatral en contraste a cuando se disfraza, bajo cualquiera de sus tantas formas, en el caso que implique transferencias de dinero público a empresas privadas o reconocidas personalidades, basadas en amiguismos o conveniencias. El riesgo es la justificación moral del verdadero empresario. Siempre repito que no se puede ser capitalista en el éxito para convertirse en socialista solo cuando conviene, muchas veces escudándose en el servicio cultural de estas actividades.