Marosa di Giorgio, la poeta del jardín ambulante
El libro Otras vidas rescata el mundo y la palabra de la poeta uruguaya
El pelo rojizo con un moño negro en la nuca, el vestido también negro, hasta los pies descalzos. Un collar de perlas anudado al cuello. Ella camina en el escenario en penumbras, se apoya en el respaldo de una silla mientras recita y las palabras suenan prolongadas; son pellejos que arranca con dramatismo:
“El gladiolo se enfermó.
“Desde sus pavorosos cabellos rosados enviaba chispas a mi habitación. En todas sus bocas abiertas tenía lágrimas, rosas y, también huesos y peines. Aterrada clamé a la Virgen ‘Llévalo’, pero, la Virgen no se separaba de la estampa. Y él ardía como un brasero, una diadema.
“Adentro de los pétalos se le formaban cosas.
“Cuando quise ayudarlo, ya, era inútil.
“Y cerca del alba falleció.”
Se trata de la puesta en escena de Diadema. Y se trata de Marosa di Giorgio. Una sacerdotisa, una sensual madama, una niña acurrucada. Una inteligente encarnación de rebeldías y estigmas. La poeta uruguaya (1932-2004) supo ser muchas y única a la vez, una voz de esas que pertenecen “a la raza de las extraordinarias”, como escribió ella misma para referirse a Emily Dickinson en un texto de 1995 rescatado ahora en el reciente Otras vidas, publicado por Adriana Hidalgo.
En este libro flamante se recogen críticas, perfiles, prólogos, entrevistas, que complementan una obra que desde hace ya varios años circula en el país como un rumor constante, como esas flores que no crecen en todos lados pero cautivan con su belleza.
La biografía enumera que nació en Salto (“una ciudad que queda cerca del agua y de la luna”); que estudió teatro; que su primer libro fue publicado en 1953, cuando tenía 21 años; que fue traducida a varios idiomas; que su narrativa era erótica (como en Misales, por ejemplo), rara, exuberante; que tuvo premios, becas y acostumbró a habitar cafés montevideanos como el Sorocabana, donde estaba “a la vez en soledad y en compañía”; que su universo se alimentaba de los jardines, en especial de uno, el de su infancia, que todo su mundo se articuló a partir de eso. En “Autoconfesión”, un artículo de 1998 que también forma parte del nuevo libro, se lee: “Mi escritura sale de los vericuetos del alma, del jardín del cielo estrellado. Así es”.
La extraordinaria
Rosana Guardalá es poeta rosarina, docente e investigadora. Para su doctorado, trabaja con la obra de Di Giorgio y de Armonía Somers, otra gran autora uruguaya. Ella ya conocía estos textos que publica ahora Adriana Hidalgo. Nidia, la hermana de Di Giorgio, se los había mostrado hace tiempo.
¿Qué aporta este nuevo libro a la Marosa que ya conocemos? “Todos estos textos hasta hace muy poco sólo estaban reunidos en un archivo personal y en papel por su hermana. Es interesante. Existe en ellos una retórica, un modo de decir que explota en Los papeles salvajes y que aquí se recupera; un decir acumulativo que va construyendo perfiles y poéticas a partir de reinos diversos. Reinos que Marosa habitaba y conocía.” Para Guardalá, con la Marosa de estos textos se inaugura una “crítica poetizada”, una voz diferente. ¿Qué encontramos en Otras vidas? Escritos que hablan de Armonía Somers, de Delmira Agustini, de Felisberto Hernández, abordados desde la crítica, pero con una libertad que se dispara desde el dato más duro para hacer firuletes en el aire tejidos por su mirada. Ensayos envueltos en tules de poesía.
Cuando en el año 2000 se publicó en la Argentina Los papeles salvajes, el libro que recoge gran parte de su obra, la noticia fue saludada con alegría. Se lo recibía como un acontecimiento editorial y se saludaba así a la autora de una de las obras más originales de los últimos tiempos. “Toda su mitografía autoral –fotos, textos, historias que la rodean– insisten en la figuración de una Marosa-niña-vieja que juega en los jardines de su sexo, sustrayéndose del mundo adulto. Pero las tretas del débil son, también, poderosas: los incautos deberían saberlo…”, advierte la escritora e investigadora Jimena Néspolo en el artículo “Marosa di Giorgio: surrealismo e imaginación erótica”.
Alicia Genovese, poeta y ensayista, autora del libro Leer poesía, en el que dedica su espacio a la uruguaya, dice: “Si su obra era de culto en los años 60 y luego para pocos de nosotros durante la dictadura, luego del 85 aumentó notablemente. Los papeles salvajes fueron una alternativa radical, incluso impermeable a contextos predecibles, una suerte de mundo autonómico en el que era posible vivir de otro modo, redescubrir lo que parecía impedido a la imaginación y a otros desgastes: una ruptura de horizonte que no se reñía con otras luchas. En los años 80 y en los 90, su profusión performática confirmó un aura particular: su figura, su aspecto, y su obra se distinguían, como leyenda, en la acción”.
Las uruguayas
Con ella repican otros nombres, de otras uruguayas que supieron configurar su lugar desde la originalidad. Genovese dice: “Ella tiene la apertura a un mundo, que es de ella, tal como suelen ofrecer los autores clásicos. Ese mundo es muy particular, arborescente, con un ramaje tupido donde están constantemente presentes los elementos de la naturaleza semirrural, la de las zonas alejadas de los centros urbanos. Su lente ve, en esa naturaleza nombrada y detallada, el milagro de las transformaciones y los combina con elementos fantásticos”. Para Genovese, la lectura de Di Giorgio ha cambiado con el tiempo: “A mediados de los años 90, cuando se hacía conocida en Buenos Aires y hacía sus performances se veía algo paródico en su producción. Siempre me pareció un tanto desacertada esa lectura, como si su barroquismo incitase a ver un guiño o una burla en su modo declamatorio de decir y poner en escena sus textos. También es cierto que en simultáneo había otras lecturas”.
Hebert Benítez Pezzolano es poeta, investigador y docente en la Universidad de la República en Uruguay. Estudioso de literatura uruguaya, y en particular de la obra de Di Giorgio, analiza: “Su lirismo encendía narraciones extrañas que conjugaron ambientes maravillosos con un erotismo ardoroso, mundos cuya envoltura mítica se enrollaba sobre la infancia. Marosa transgredió los lugares esperados, aun por la poesía femenina de su época”. En ese sentido, ¿qué lugar ocupó ella en el campo literario de entonces? “Si pensamos su irrupción en los años 50, durante la hegemonía crítica de una generación del 45 que no la supo ver hasta muy entrados los años 60 (especialmente Ángel Rama), su creación quedó relegada a un lugar de culto apenas visible”, dice. En la actualidad, aunque sigue ocupando un espacio minoritario, su nombre avanza en espacios de investigación en universidades y colegios. Su lugar de referencia crece.
Resuenan Idea Vilariño, Armonía Somers, Ida Vitale, Amanda Berenguer. ¿Qué encuentros hay? “Ese conjunto implosiona proximidades y distancias literarias –dice Benítez Pezzolano–. Por eso, cuando querés construir afinidades, rezuman diferencias. Marosa o Idea se parecen poco, pero sus voces fundan una inédita rebeldía de subjetividades femeninas y de mundos. A su vez, la rareza de Armonía y de Marosa desata dimensiones resistentes a las hegemonías masculinas y realistas, así como a modos cosificados de la imaginación. Lo reprimido retorna bajo formas de un desafío desconocido antes de ellas.”
Guardalá las señala como rupturistas, como voces que perforan lo establecido: “Creo que las leemos como raras. Fuera de lo común, de su generación literaria pero también de su decir enunciativo de época como mujeres que toman la voz y la hacen cuerpo en sus poemas. El día que comencemos a leerlas más, sin miedo, sin el prejuicio de tener que leerlas con crítica literaria mediante, no sólo las disfrutaremos sino también nos animaremos a que la poesía nos interrogue”, dice.
Acerca de sus coterráneas, Marosa escribió. A Berenguer la mostró como alguien que “compartió siempre la intensa creación con sus tareas hogareñas, de donde extrajo, como se verá, material para hermosas alquimias”. De Vitale dijo: “Es poeta de la reflexión, la constatación, el rigor. Sin embargo, florece, la cruzan flechas de luz azul, platinada luz”.
“Su palabra es un hechizo pero no lo convidamos muy seguido. Creo que, de un modo falso y un poco mezquino, esta poca circulación se relaciona con cierta excentricidad que tenía, que pareciera estar también presente en su poesía. Sin embargo, Marosa no hace más que recorrer los huertos y las casas. Abre de par en par su vida y las vidas. Y todos podemos entrar y salir de esas imágenes sin problemas. Pero no sin salir transformados”, dice Guardalá.
Cuando murió en 2004 la señalaron como una de las voces más originales de América Latina y una de las más importantes del siglo XX en Uruguay. En el documental El ruedo en flor, amigos, críticos, todos la recuerdan como un fuego imposible de ignorar.
En Otras vidas, Di Giorgio responde a una especie de juego: ¿Qué haría si fuera presidente? Provocadora, juguetona, tan ella, dice: “Adjudicaría una mariposa como guardia personal a cada ciudadano”. También le preguntan por su privilegio presidencial y agrega: “Salir del café en la calle Yi desplegando mis alas, una negra y otra plateada, y revolotear un poco sobre la ciudad. Y tornar al café, plegando el ala y retocando cabello y labios”. Habría sido capaz.