Mario Vargas Llosa: “La cama es donde se manifiesta el grado de libertad que existe, igual que el grado de represión, de limitación de los instintos”
Este es Mario Vargas Llosa de cuerpo entero, el escritor de ficciones y el hombre. En marzo cumple 80 años; su vida personal ha conocido una transformación radical, que incluye una nueva relación sentimental [con Isabel Preysler, socialité y modelo filipina y madre de Enrique Iglesias] que ha dado más que hablar de lo que él hubiera imaginado nunca, y ahora anuncia su editorial, Alfaguara, que cuando el Nobel de Literatura peruano cumpla aquella edad saldrá a la calle en todo el mundo de habla española su último libro, la novela Cinco esquinas. En esa obra, como en Conversación en La Catedral o en La ciudad y los perros, Vargas Llosa regresa a su tierra, Perú, el fundamento de su narrativa y el gran pesar y el gran gozo de su corazón y de su memoria.
Esta entrevista versa sobre los temas capitales de su escritura, para qué le ha servido y le sirve escribir, y sobre aspectos actuales de su vida personal. Se la concedió a El País, el periódico en el que colabora desde hace años, en el apartamento en el que vive en Nueva York, donde da clases en la Universidad de Princeton.
Antes y después de la conversación, el personaje y la persona se juntan en un ejercicio extraordinario de memoria, de pequeños detalles, de historias que describe, oralmente, con la precisión que luego se conoce por la extrema eficacia narrativa, descriptiva, que hay en su obra completa. Por eso, claro, la primera pregunta trata sobre su memoria.
-¿De dónde le viene esa capacidad para recordar tantas cosas?
-No creas, recuerdo las cosas que tienen que ver con mi trabajo, las muy personales o familiares, y olvido muchísimas más de las que recuerdo, a todos nos pasa. Sí, me he dado cuenta de que recuerdo bastantes imágenes, episodios que se convierten luego en materia prima para mi trabajo.
-¿Cómo funciona eso?
-De una manera totalmente inconsciente. Como todo el mundo, vivo toda clase de experiencias, pero hay algunas que la imaginación rescata, preserva, y de pronto de esas imágenes empieza a surgir una especie de fantaseo, pero sin yo darme cuenta. Hasta que de pronto me doy cuenta de que he estado trabajando inconscientemente en alguna pequeña historia, muy embrión de historia, a partir de algún hecho vivido, oído o leído. Siempre me ha parecido muy misterioso ese comienzo de todas las cosas que he escrito, por qué ciertos hechos tienen esa facultad de encender la imaginación, poner en movimiento la fantasía. Seguramente es porque esas experiencias tocan algún centro vital muy importante, pero que está hundido en el subconsciente. Nunca he sabido exactamente por qué ciertas experiencias tienen esa facultad y por qué tantísimas otras no.
-¿Qué centro vital cree que es ese?
-No sé, probablemente si lo supiera el mecanismo no funcionaría con esa naturalidad.
Tiene que ver con algunos hechos clave que constituyen la personalidad, la fuente de lo que es la psicología de un personaje. Lo que sé es que siempre ha ocurrido así, siempre es algo vivido el punto de partida de la fantasía, de la imaginación que está detrás de las novelas. De las obras de teatro, también. Creo que no de los ensayos; los ensayos son mucho más racionalizados, eliges los temas sobre los que quieres escribir, pero en el caso de la ficción no eliges, los hechos eligen a la persona y le empujan en determinada dirección. Aunque a partir de entonces empieces a trabajar con una gran libertad.
-En su caso, la realidad tiene que ver muchas veces con su propia juventud o infancia, pero también con la realidad peruana.
-Sí, sí, los años de formación de la personalidad son los años de la juventud, esos yo los viví en Perú y son los que más me han marcado. Mis primeros 10 años los pasé en Bolivia, una época que yo recuerdo como totalmente feliz, y jamás se me ocurriría contar una historia inspirada en unos hechos de esos años, tal vez porque viví sin ningún tipo de traumas. Las experiencias traumáticas son mucho más fecundas para un escritor, por lo menos para un escritor moderno, que las experiencias felices. Las experiencias que para mí son más fecundas desde el punto de vista literario tienen que ver con conflictos, traumas, con momentos difíciles, con algún tipo de frustración o desgarramiento; o también de gran exaltación. No son hechos convencionales, esos hechos que no dejan mayor huella en la memoria; son hechos más bien conflictivos y muchas veces traumáticos.
-¿Ese es el caso de Cinco esquinas?
-El caso de Cinco esquinas es muy interesante; a diferencia de otras historias, no tengo muy claro cómo se fue insinuando en mí la idea de esa novela. Comenzó con una imagen más bien erótica de dos señoras amigas que de pronto una noche, de una manera impensada para ambas, viven una situación erótica. Como era una imagen que me perseguía, empecé a escribirla. Luego se fue convirtiendo en una historia policial, casi en un thriller, y el thriller se fue transformando en una especie de mural de la sociedad peruana en los últimos meses o semanas de la dictadura de Fujimori y Montesinos, en un momento en que el sistema que habían construido comenzaba a descalabrarse por todas partes. Y en medio de una gran violencia, una violencia múltiple por el terrorismo; también por la violencia de la represión policial y militar y el gran desconcierto, desánimo psicológico y político colectivo e individual que vivía Perú. Y eso es lo que ha resultado. Cinco Esquinas fue un barrio importante de Lima; en él estaban las principales embajadas, un barrio que en la colonia había tenido una gran vitalidad, quizá las principales iglesias coloniales de Lima están en Cinco Esquinas. Luego decayó brutalmente, aunque a comienzos del siglo XX tuvo una especie de apogeo de otra índole, se convirtió en el barrio del criollismo, de la música peruana, de los grandes guitarristas. Después continuó su decadencia hasta convertirse en un barrio muy peligroso, con mucho comercio de narcotraficantes y mucha delincuencia pública. Me pareció que en todo eso había como un símbolo de la sociedad y de la problemática peruana y me gustó la idea de que la historia se llamase Cinco esquinas, como un barrio que es emblemático de Lima, de Perú y de la época en la que está situada la historia.
-Perú nunca se disuelve en usted.
-No, no, las experiencias básicas, que son las de la formación de la personalidad, las viví en Perú. Conocí Perú cuando ya tenía 10 años; antes había vivido en Bolivia y siempre con la idea de que Perú era mi país, mi patria. Y regresé a un país en el que en Piura me consideraban un extranjero porque hablaba como un chico boliviano y los compañeros de colegio se burlaban de mí, decían que hablaba como los serranitos.
-Quienes han leído Cinco esquinas dicen que tiene una fuerte carga erótica y también?
--¡Pues sí, sí! Una de las caras de la historia es una relación erótica muy fuerte que seguramente es como un refugio. Cuando no puedes escapar de la realidad por otros medios, el erotismo es una manera de escapar de la realidad, de no vivir la realidad que rechazas. Pero si hay un tema en Cinco esquinas que permea, que impregna toda la historia, es el periodismo, el periodismo amarillo. Fue un caso muy interesante porque la dictadura de Fujimori, sobre todo con Montesinos, el hombre fuerte de la dictadura, utilizó el periodismo amarillo, el periodismo de escándalo, como un arma política para desprestigiar y aniquilar moralmente a todos sus adversarios. Él contrataba periodistas, pagaba órganos de prensa para que aniquilaran moralmente a los adversarios y críticos. Esto ensució terriblemente el periodismo, le dio al periodismo una dimensión canalla, vil. En ninguna de las experiencias dictatoriales que ha vivido Perú el periodismo se había convertido en un instrumento tan eficaz para acallar y liquidar a la oposición sin hacer política aparentemente, simplemente descubriendo que los opositores eran escandalosos, ladrones, pervertidos... En fin, toda una serie de calumnias viles impregnaba a quien se atrevía a enfrentar y criticar al régimen. Ese es uno de los temas centrales de la historia. Al mismo tiempo también está la otra cara, cómo el periodismo, que puede ser algo vil y sucio, puede convertirse de pronto en un instrumento de liberación, de defensa moral y cívica de una sociedad.
-Hoy sufre el embate del periodismo canalla.
-De la chismografía periodística, sí, sí.
-¿Cómo se siente al respecto?
-Sabía que con esta nueva relación habría cierta repercusión de tipo periodístico, pero nunca imaginé que hubiera semejante especulación periodística en torno. Tanto para Isabel [Preysler] como para mí ha sido muy, muy pesada en estos últimos meses. Bueno, es una realidad de nuestro tiempo, me ha permitido conocer un poco mejor un oficio que también es el mío. El periodismo ha sido central en mi vida, ha sido compañero de mi vocación literaria desde que era prácticamente un niño. Claro, yo he conocido sobre todo la mejor cara del periodismo. Ahora me ha tocado vivir la peor y comprobar que el periodismo como espectáculo no sólo está presente en el periodismo especializado en el escándalo, sino que el periodismo más serio se contamina también por esa necesidad contemporánea de que el periodismo sea entretenido, divertido; que la misión primera ya no sea informar, sino entretener a los lectores, oyentes o espectadores.
-¿Le ha herido todo esto?
-¡No, herido no! Me ha sorprendido mucho y me he visto muy desconcertado con esa trasgresión de la privacidad. Me mandaron los recortes de una revista en la que me habían fotografiado cortándome el pelo en una peluquería, saliendo de este edificio al ir a caminar por las mañanas. ¡Jamás descubrí que había un fotógrafo! Salgo a las seis de la mañana, y a esas horas ya había un fotógrafo que luego se metió en la peluquería donde me estaba cortando el pelo. Es sorprendente esa rama de periodismo que prácticamente nada tiene que ver con el periodismo de información, de comentario, el periodismo que tiene la vocación de defender o criticar ciertas cosas. No, no. Se trata de entrar a la privacidad por esa curiosidad malsana que la privacidad de las personas despierta en muchísima gente, y quizá en toda la gente, desde la más culta hasta la más inculta.
-Una privacidad de toda su familia.
-Han seguido absolutamente a toda la familia, todo el mundo ha tenido que pagar un poco cosas que hacía yo. Lo siento muchísimo, pero no había manera de evitarlo, y creo que en la vida presente no hay manera de evitarlo. Una de las características de la vida presente es que la privacidad ha desaparecido, hay una tecnología capaz de transgredir la privacidad a todos los niveles. Esto tiene efectos económicos, políticos, culturales, pero una de las consecuencias es que lo que entendíamos por privacidad, pura y simplemente, ya no existe.
-En cierto modo le ha venido al encuentro lo que usted anunciaba en La civilización del espectáculo.
-¡Bueno, pues me tocó vivirla! Es un libro que escribí porque realmente creo que es un problema de nuestro tiempo, y de pronto ciertas circunstancias de mi vida privada han hecho que viviera desde dentro, desde el corazón mismo, La civilización del espectáculo.
-¿Le sirven los libros, la escritura, para ponerle serenidad a momentos así?
-Sí, mucho. Escribir es un refugio extraordinario para encontrar la paz, la calma en momentos de gran desasosiego, de incertidumbre. Sí, escribir, encerrarme en el mundo que estoy tratando de inventar me arranca de la problemática personal y me hace vivir la fantasía. Mientras escribo me siento invulnerable; cuando dejo de escribir, las cosas cambian. Lo que no quiero es darte una idea falsa y decir que esta época para mí ha sido desastrosa. Ha sido muy complicada y muy difícil por muchísimas razones, pero ha sido una época maravillosa de mi vida y quisiera que quedara muy claro. Nunca he tenido la exaltación, el entusiasmo, las ilusiones que tengo hoy día a una edad en la que generalmente ya no hay tantos entusiasmos [risas].
-¿Cómo le dejó la escritura de Cinco esquinas?
-Como todos los libros que he escrito, salvo quizá La casa verde, donde creo que hay un engolosinamiento con la prosa, con el medio, con el instrumento. En todos mis libros la prosa ha tratado de ser funcional, estar al servicio de una historia y no la historia al servicio de una demostración de tipo retórico. Salvo en La casa verde. En Cinco esquinas, como en las novelas anteriores, la prosa trata de ser invisible, de desaparecer detrás de la historia que cuenta para que sea la historia la que parezca vivir por sí misma. El método flaubertiano, que ha sido siempre el mío. Pero tenía un problema que resolver: la diversidad de la sociedad peruana; los peruanos de una clase social encumbrada, los de clase media y los de un medio popular no hablan exactamente de la misma manera, hay muchas diferencias y modismos. Hay una naturaleza del lenguaje que expresa clarísimamente esa situación social, económica o cultural, es algo que he tenido muy presente y al mismo tiempo he evitado mucho ser folclórico, que el modo de hablar fuera al final más importante que el propio personaje, que se luciera ya desprendido del personaje. Mi generación ha sido una generación de escritores que reaccionó muchísimo contra eso, la explotación del color local, contra esa especie de striptease lingüístico que hacía toda la literatura criollista, localista. Ha sido un trabajo del lenguaje para que fuera lo más invisible posible, pero que al mismo tiempo sirviera mucho para mostrar las diferencias sociales, económicas y culturales de una sociedad tan compleja y diversa como la peruana.
-La gente puede tener la tentación de pensar que esa excursión erótica que constituye también la novela es una novedad. Evidentemente, no lo es, porque están Los cuadernos de don Rigoberto, Elogio de la madrastra, Las aventuras de la niña mala...
-Carmen Balcells, pobre, una amiga tan querida, una de las primeras en leer Cinco esquinas en manuscrito, me preguntó: "¿Las escenas eróticas las has escrito recientemente o las has escrito antes de...?" [risas]. Le dije que era una pregunta insolente que no le iba a responder. [Risas].
-Ni ahora tampoco.
-[Risas]. No, tampoco.
-Pero es cierto que siempre tuvo el erotismo como una línea. La niña mala, por ejemplo.
-Cuando estaba en segundo o tercer año de la universidad trabajé como ayudante de bibliotecario en el Club Nacional, el club de la oligarquía peruana en esa época, y allí descubrí el erotismo literario en su rama francesa. Lo leí porque había una colección maravillosa de literatura erótica francesa. Un bibliotecario había adquirido entre otras cosas toda la colección de los maestros del amor, que dirigió Apollinaire, prologada por él, con muchos libros anotados por él. En esa época, igual que los grandes maestros del erotismo del siglo XVIII, yo llegué a creer que el erotismo era la fuerza revolucionaria principal de una cultura, de una época, y que a través del erotismo se podía transformar una sociedad tan profundamente como con una revolución política. Era una gran ingenuidad, pero siempre he creído que el erotismo de algún modo expresa profundamente las limitaciones, las libertades, las represiones que vive una sociedad. El erotismo ha estado muy presente dentro de lo que es una literatura que siempre ha tenido fascinación por lo que es la lucha contra las represiones, los prejuicios, contra esa deformación del ser humano por razones religiosas o ideológicas. Sí creo que la libertad se expresa también en la cama, la cama es donde se manifiesta el grado de libertad que existe, igual que el grado de represión, de limitación de los instintos, de los deseos que expresa toda una sociedad.
-Va a cumplir 80 años.
-No me lo recuerdes, por favor. ¡Si eres mi amigo, no sé por qué me lo recuerdas! [risas].
-Sí es interesante constatar que no ha dejado de trabajar nunca.
-¡Ni voy a parar, ni voy a parar!
-¿Recuerda que haya habido algún momento de bajón en su vida, una interrupción?
-Sí, ha habido momentos de gran depresión que he superado en gran parte gracias a mi vocación. Mi vocación es la gran defensa que he tenido contra la desmoralización, la depresión. Hace poco he visto en Nueva York la magnífica exposición sobre Hemingway. Es impresionante comprobar cómo por un lado existe la cara pública de este personaje; un aventurero, boxeaba, cazaba, pescaba, corría toda clase de riesgos, daba la impresión de ser un hombre que vivía la vida en toda su riqueza. Y en realidad era una fachada, que detrás de eso había un hombre desgarrado, con depresiones, desmoralizaciones, que buscaba en el alcohol una especie de salvación que no conseguía, que la lucha contra la impotencia, contra la falta de memoria, fue un drama de los últimos diez años de su vida y que, al final, acaba matándose derrotado por esos demonios de los que nunca pudo liberarse. En un momento dado, la literatura ya no le sirve, ya no lo defiende, ya no lo redime. Yo espero que en mi caso nunca llegue ese momento. Al mismo tiempo uno tiene que aceptar la muerte, no tiene sentido rebelarse contra lo irremediable, pero es muy importante llegar vivo hasta el final, no morirse en vida, es el espectáculo más triste que puede dar un ser humano, perder las ilusiones, convertirse en un ser pasivo. Hay muchísimos casos y no solo de escritores, pero es el espectáculo que siempre me ha parecido más lamentable. A mí me gustaría llegar vivo hasta el final. Recuerdo la madrugada en la que me dijeron que me habían dado el Premio Nobel de Literatura porque inmediatamente pensé: "No voy a dejar que este premio me convierta en una estatua, en una especie de figura de cartón piedra, voy a seguir vivo hasta el final actuando y escribiendo con la misma libertad con la que escribía antes de recibirlo". Existe la idea de que el Premio Nobel te convierte en una estatua y de que te mueres en vida, ¡pues no!, no ha ocurrido y espero que no ocurra. Que la muerte llegue como una especie de accidente...
-Como decía Alberti, mientras se está conversando.
-Eso es. Me parece la forma ideal de morir, con una vida que hasta el final haya sido intensa, espléndida.
-En 1990 perdió las elecciones en Perú. Entonces hizo unas declaraciones en la revista Paris Review que siempre me llamaron la atención: "Me niego a admitir la posibilidad de que ya he dejado atrás mis mejores años y no lo admitiré ni aunque me viera enfrentado a las evidencias". El periodista luego le pregunta por qué escribe y usted contesta: "Escribo porque soy desdichado. Escribo porque es una manera de combatir la desdicha".
-Es una gran injusticia decir que soy desdichado, la vida ha sido muy generosa conmigo, me ha dado cosas maravillosas como, por ejemplo, poder dedicarme a escribir, poder dedicar mi vida a lo que me gusta, lo mejor que le puede pasar a una persona. He tenido muchísimas experiencias maravillosas. No soy desdichado, lo que ocurre es que nadie que no sea un tonto es feliz siempre, es imposible ser feliz siempre, pero creo que he vivido más momentos de felicidad que momentos de dolor y de sufrimiento, sin ninguna duda. Creo que estoy llegando a los 80 años en un estado realmente maravilloso de vida, de vitalidad, abierto al mundo, viviendo experiencias riquísimas que me rejuvenecen y que, sobre todo, me dan una gran fuerza para hacer proyectos como si no hubiera límites. Es lo mejor que le puede ocurrir a una persona.
-A medida que ha pasado el tiempo, sus libros han ido siendo más luminosos y más aventureros, tanto los de ficción como los de no ficción.
-Quizá puedo vivir ahora más aventuras con la imaginación, con la fantasía que en la realidad. Tengo ciertas limitaciones que impone la edad, pero la verdad es que, pese a ello, procuro no quedarme inmóvil ni intelectual ni físicamente, siempre me estoy moviendo y voy a seguir haciéndolo mientras pueda.
-Quería decir que en La ciudad y los perros, en La casa verde y sobre todo en Conversación en La Catedral, analiza o mira la realidad con cierta melancolía, como se dice al principio de Conversación en La Catedral. Y en esos libros hay como una lucha por narrar por qué no le gusta la realidad que ve. Sin embargo, luego ha estado en la Amazonía, en Congo, ha buscado a Paul Gauguin, ha buscado en la aventura de otros también la aventura propia.
-Sí, eso es muy exacto, he buscado en la aventura de otros la aventura propia, experiencias que desde luego me hubiera gustado vivir. Muchos de los personajes históricos que aparecen en mis novelas son personajes que de alguna manera me habría gustado encarnar, no sólo buenos, sino malos personajes también en lo que representa vivir un poco en los límites, más allá de los límites, rompiendo los límites. Es un tipo de personaje que siempre me ha fascinado en la literatura y desde luego en mis propios personajes hay un eco de esa actitud. Pero la gran aventura de mi vida ha sido la literatura, sin ninguna duda; no sólo lo que he escrito, sino lo que he leído. La lectura, experiencia fundamental para mí, me ha hecho vivir de una manera maravillosa, y por eso veo con cierta angustia la posibilidad de que la lectura pudiera ir, no desapareciendo, pero sí empobreciéndose cada vez más, llegando a menos gente. La lectura ha sido una fuente tan rica de goce, de placer, justamente de vivir las vidas intensas de la aventura, que se cegaría una fuente fundamental de la vida si la lectura pasara a ser en el futuro una actividad de minorías, de catacumbas.
-Aquellos libros primitivos tan densos y preocupados por la realidad, sobre todo Conversación en La Catedral, La casa verde o La ciudad y los perros, ¿cómo le dejaron como ser humano?, ¿cómo le hicieron como persona?
-Son libros que me hicieron madurar mucho, entender mejor el mundo en el que vivía. Esa es una de las funciones que tiene la literatura; la que escribes y la que lees te sitúa mucho mejor en el mundo, no digo que te dé seguridades porque a veces te da muchas incertidumbres, pero creo que entiendo mucho mejor el mundo gracias a aquello que he leído y a aquello que he escrito que antes de que leyera o escribiera ciertas cosas. Te da una cierta perspectiva sobre la realidad, sobre la experiencia humana; también sobre la vida política y la sociedad que no necesariamente se traduce en conformismo, pero sí en una comprensión mayor, más cabal. Y quizá una menor intransigencia que la que tienes cuando eres joven frente a esa cosa compleja, diversa, que son las relaciones humanas. Espero que también se haya reflejado en lo que escribo, es desde luego una actitud mía frente a la vida, soy menos intolerante que cuando era joven, quizá porque veo que las cosas son menos terribles desde el punto de vista social y político en mi propio país, en América Latina, de lo que eran cuando yo era joven. Cuando era joven tenía la sensación de que no había salida y esa desesperación está muy presente en La ciudad y los perros; quizá en Conversación en La Catedral también hay un pesimismo muy profundo que ya no tengo ahora. Cuando salí de Perú, en 1958, sí lo tenía, quería escapar como de una especie de cárcel perpetua de la que si no salía, jamás iba a ser un escritor, jamás iba a tener la posibilidad de la felicidad.
-En El pez en el agua se advierte esa melancolía cuya escritura coincide con el momento en el que intentas ir a Perú y sin embargo...
-Porque El pez en el agua es un libro testimonio de un fracaso. Hubo una oportunidad, una movilización de muchísima gente para hacer un gran esfuerzo de modernización del país, y fracasamos. Fracasamos en una campaña electoral, pero eso no quiere decir nada, a la larga Perú ha avanzado. Muchas de las ideas que defendimos quienes nos embarcamos en esa aventura del Movimiento Libertad y el Frente Democrático han prosperado, si no exactamente como nosotros lo proyectamos, sí poco a poco, han ido siendo aceptadas por la propia sociedad, la sociedad se ha movido en esa dirección y ha habido progresos indiscutibles; en Perú se vive mucho mejor hoy que en la época de la dictadura. Lo que ocurre en Perú ocurre en la mayor parte de los países de América Latina, sin engañarse respecto a los enormes problemas, pero es preferible tener gobiernos democráticos, aunque sean corruptos, que dictaduras, que son también siempre corruptas y además más brutales y sanguinarias. Es preferible ir avanzando poco a poco y renunciar a la idea de la utopía social si la utopía social sólo nos ha traído guerras civiles, represiones brutales y gobiernos dictatoriales. En todos esos sentidos hay un progreso en América Latina y en el mundo, aunque han surgido enormes desafíos, enormes problemas. Eso es la vida, la vida va a ser siempre eso y no va a cambiar. Y tenemos también la literatura, que creo que es la mejor manera de mantener viva la esperanza, el espíritu crítico, y un refugio maravilloso para cuando nos sentimos solos, deprimidos, desmoralizados, derrotados. La literatura nos redime, nos salva. Hay que defenderla para que no desaparezca.
-En varios textos suyos se advierte una actitud bastante flaubertiana, referida a su falta de talento, según usted, que tuvo que luchar para hacer...
-Es una más de las cosas que yo le debo a Flaubert, el haber demostrado que si no tenías un talento natural, que si no nacías genio, podías llegar a ser un buen escritor a base de perseverancia, de terquedad y de esfuerzo. Es la gran lección de Madame Bovary, una novela escrita por un hombre que al mismo tiempo que escribe va conquistando y construyendo milímetro a milímetro su genio, con un esfuerzo gigantesco a base de voluntad, de terquedad, de trabajo. Esa es la gran enseñanza. Era un gran pesimista, un escéptico terrible, pero nos demostró que el genio se podía construir si no lo tenías. Una lección absolutamente fundamental para mí.
-Lo cierto es que los primeros libros grandes también parecen un ejercicio de estilo para demostrarse a usted mismo que lo puede hacer.
Un esfuerzo enorme. Siempre tengo la idea de la novela total como una obra de arte en la que la cantidad es un factor esencial de la calidad, y que mientras más niveles de realidad se expresan en una novela, mayor es la posibilidad de que sea mejor. Puede haber una pequeña obra que simplemente muestre un fragmento mínimo de realidad y que lo haga con tanto talento, con tanta belleza e intensidad, que esa obra sea una gran obra. La metamorfosis es un libro genial, o El viejo y el mar, y son pequeñas historias, pero que tienen esa capacidad de simbolizar la condición humana, aquello que de mejor hay en el ser humano. O también lo peor.
-¿Sigue creyendo que no tiene talento?
-No tengo talento natural, me cuesta trabajo escribir, cada vez me cuesta más, supongo que porque el sentido autocrítico se ha agudizado con los años y la práctica, pero me cuesta un trabajo enorme. El practicar tantos años la literatura no me ha dado más facilidad, más seguridad, en absoluto; cuando comienzo una historia tengo la misma inseguridad, esa especie de indefensión que sentía cuando escribía mis primeros textos. Eso no ha cambiado, felizmente; ese esfuerzo te exige una convicción, una pasión que ojalá nunca se me acabe. Para mí nunca ha sido algo mecánico escribir, ni siquiera un texto pequeño ni los artículos que escribo.
-En algunas de sus declaraciones y en textos escritos por usted hay una competencia entre dos grandes libros suyos. A veces parece que entre los libros suyos que no quemaría estaría Conversación en La catedral y otras veces La guerra del fin del mundo.
-Es muy difícil para un escritor decir qué libro de los suyos salvaría porque todos han representado un periodo de vida, de entrega y de ilusiones. Es como pedirle a alguien que elija entre sus hijos a quién salvaría o mataría. No puedes decidirlo con objetividad. Cuando cito esos libros es sólo por el esfuerzo que me costaron y el tiempo que les dediqué, lo que no quiere decir que sean los mejores que he escrito, no necesariamente.
-¿Sería legítimo pensar que el tiempo tanto como la realidad han afectado a esos libros?
-Cuando salió, Conversación en La Catedral tuvo muy pocos lectores; algunos críticos lo elogiaron, pero muchos no, pensaron que era excesivamente oscuro, difícil. Sin embargo, la alegría que a mí me ha dado es que ha sido un libro que ha ido conquistando lectores poco a poco y que es una novela que está viva porque siempre se reedita, incluso los críticos tienen ya una opinión favorable. Es uno de los libros que más trabajo me costó escribir y en el que estuve trabajando al principio como a ciegas, sin saber cómo iba a poder integrar toda esa materia anecdótica que tenía. Por eso digo que si tengo que quedarme con uno, quizá me quedaría con él.
-Podríamos pensar que es un libro heredero de ese momento literario que hay alrededor de su escritura.
-Seguramente, los libros reflejan la época en que se escriben. Hay un momento de idolatrías en América Latina, la de los escritores latinoamericanos con las formas, precisamente para distinguirse de los escritores anteriores que desdeñaban tanto la forma y pensaban que era el tema lo que determinaba el éxito o fracaso de una historia. Mi generación descubre que no, que es la forma lo que determina el éxito o fracaso de una historia. Ese engolosinamiento con la forma, con el lenguaje, con la estructura, la organización del tiempo de una historia, se refleja mucho en La casa verde. De ninguna manera rechazo esa novela, pero es una novela en la que creo que la forma es un personaje, un tema de la historia, y es el único caso entre todas las cosas que he escrito del que se pueda decir eso.
-No se sale indemne de una gran novela. Una frase que no sé si es suya o de Hemingway.
-No sé si es mía, ojalá lo fuera, me parece muy bonita, es la pura verdad. Creo que uno no sale indemne de una novela. Leer El Quijote, Los miserables, Guerra y paz, Madame Bovary , te transforma. Han sido experiencias fundamentales. La condición humana, de Malraux, es un libro que creo está muy injustamente descuidado; es una de las grandes novelas del siglo XX, la he leído varias veces. Y no sólo novelas, he leído libros de crítica; ensayos como La estación de Finlandia, de Edmund Wilson, lo he leído dos o tres veces y creo que me ha marcado enormemente por la extraordinaria vitalidad que tiene. Es un ensayo sobre cómo nace la idea socialista, en qué se transforma, qué fenómenos sociales y culturales genera. Es un libro en el que las ideas son como personajes, seres de carne y hueso que viven aventuras, tienen efectos sociales, políticos, maravillosamente escrito. Me ha marcado mucho. También ciertos ensayos de Bataille, como La literatura y el mal, un libro que leí en estado de trance porque me reveló un aspecto de la literatura que yo creo que existe y que Bataille vio maravillosamente: que en la literatura se expresa algo que sólo se puede expresar en la literatura. Él decía que esos fondos reprimidos que permiten la vida en sociedad, todo aquello que si tuviera derecho de ciudad provocaría hecatombes, catástrofes, haría que nos matáramos todos; ciertos instintos, deseos que están ahí y no podemos erradicar, sumidos en el fondo de nuestra personalidad, encuentran en la literatura un camino privilegiado para expresarse. Me pareció tan absolutamente exacto que estoy seguro de que ese ensayo me ha enriquecido y se debe expresar en lo que escribo aunque yo mismo no sea consciente de cómo.
-Durante sus primeros escritos sobre sus influencias literarias ha ido nombrando siempre a los mismos, Faulkner, John Dos Passos...
-...sería muy injusto que no los nombrara.
-Quiero decir que ha sido muy consistente, incluso Sartre, al que abandonó, pero que sigue estando ahí. ¿Se ha diluido ya toda esa influencia y ahora hay un estilo Vargas Llosa? ¿Se siente el titular de un estilo?
-No, en absoluto, y si lo tuviera, no podría darme cuenta de en qué consiste. Borges dice que cuando te miras en el espejo no sabes cómo es tu cara. Es muy exacto, cuando escribes no sabes cómo escribes, lo sienten los lectores, los críticos pueden establecer diferencias y similitudes, pero uno mismo es totalmente incapaz de hacerlo. No podría juzgar mi obra en comparación con otros, no tengo distancia con mi obra, mi obra es lo que yo soy y yo no sé exactamente cómo soy.
-¿Cree que ya ha hecho lo que tenía que hacer?
-No. Todavía no [risas], espero que mi mejor libro sea el próximo que escriba, que no esté atrás, sino por delante, que sea un desafío y que la muerte me pesque escribiendo mi mejor libro. Ese es mi gran sueño.
-Ha escrito un libro fundamental, El pez en el agua. Las dos situaciones que describe en ese libro, su juventud y su aspiración a ser presidente de Perú, terminan de la misma manera, en un viaje a París. Ahora ha cambiado de vida, ha terminado un libro, ha muerto una de sus grandes amigas, Carmen Balcells...
-No solamente amiga, ha sido una persona fundamental en mi trabajo y en mi vocación. Ha sido fundamental en la vida cultural y literaria de mi lengua, de España y de América latina, y a la que estoy seguro de que en un futuro tendremos que rendirle muchos homenajes.
-¿Siente como que está en medio o a punto de uno de esos viajes que narraba en El pez en el agua?
-Pues estoy viajando, creo que el viaje ya lo he emprendido, lo estoy haciendo, mi vida privada ha sufrido una especie de transformación muy profunda, soy inmensamente feliz porque es una experiencia que me ha enriquecido extraordinariamente y lo único que lamento es que la felicidad se consiga muchas veces causando infelicidad a tu alrededor. Desde luego que eso lo lamento muchísimo, pero me siento muy ilusionado, realmente muy rejuvenecido, y tengo mucha esperanza de que en el futuro esto tenga un efecto no sólo en mi vida privada, sino también, y fundamentalmente, en mi trabajo de escritor.
Diálogos literarios
Musil, Da Cunha y el boom
La historia de la literatura abunda en títulos que dialogan con otros del propio autor o con obras de distintos creadores. En el caso de Vargas Llosa, muchas de sus novelas dejaron huella en autores latinoamericanos, pero también algunos de sus libros dialogan entre sí. Estos son tres ejemplos de esa rara conversación estética.
La ciudad y los perros
Las tribulaciones del estudiante törless
Robert Musil
La ciudad y los perros (1962), ambientada en el colegio militar Leoncio Prado, donde el escritor cursó la secundaria, fue una de las novelas iniciadoras del boom latinoamericano. En medio de la agresividad reinante y muchas humillaciones, las peripecias de los cadetes protagonistas –El Jaguar, El Poeta, El Esclavo– pueden leerse a la luz de una de las obras maestras del siglo XX: Las tribulaciones del estudiante Törless, de Robert Musil, clásico del relato de internados.
La guerra del fin del mundo
Los sertones
Euclides da Cunha
La guerra del fin del mundo (1981) narra las cuatro campañas del ejército brasileño contra el poblado de Canudos, en el estado de Bahía, donde un rebelde y mesiánico líder campesino, Antonio Conselheiro, buscaba restaurar contra viento y marea los principios religiosos del "Buen Jesús". La novela de Vargas Llosa, teñida de un clima apocalíptico, está basada en hechos reales, que también inspiraron una obra mayor de la literatura brasileña: Los sertones (1902), de Euclides da Cunha.
La fiesta del chivo
El señor presidente
Miguel Ángel Asturias
El corazón de La fiesta del chivo (2000) es el asesinato del presidente dominicano Rafael Trujillo, prototipo de autócrata latinoamericano. En esta descarnada reflexión sobre el poder, Vargas Llosa rinde tributo a un género que su generación cultivó en profundidad: la novela de dictador. La que inauguró el género, El señor presidente (1946), de Miguel Ángel Asturias, es un eco inevitable. Pueden sumarse al diálogo El recurso del método, de Alejo Carpentier; El otoño del patriarca, de García Márquez, y Yo el supremo, de Augusto Roa Bastos.