María Kodama, geisha y samurái
Tras ser los ojos de Borges, se convirtió en custodia de su legado y al mismo tiempo, sin estridencias, cultivó su propia voz
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El 14 de junio de l986, habiendo cumplido 86 años, falleció Jorge Luis Borges. Por su elección, fue enterrado en un pequeño cementerio enclavado en un frondoso bosquecillo a la altura del número 1204 de la Rue de Rois, en Ginebra, a la sombra de un árbol llamado “if”, que tienen la extraña particularidad de florecer solamente los años impares.
La elección de reposar en tierra suiza no fue azarosa, sino producto de la certidumbre de estar en la que consideraba su segunda patria mientras atravesaba un cáncer terminal. La muerte lo sorprendió rezando un Padre Nuestro en inglés. Así ingreso al “gran mar”, como le gustaba decir, y donde aseguraba que iba a reencontrarse con su amor algún día…
María Kodama, su compañera de vida y esposa por 30 años, universal heredera y su leal e íntegra viuda por 37 años, encargó al escultor argentino Eduardo Longato una pequeña lápida oval, tallada en piedra blanca y singularmente áspera, que representa a 7 guerreros, con sus espadas desenvainadas junto a un texto, “Y que no temieran”, que conmemora la batalla de Maldon.
María Kodama no solo fue sus ojos durante la ceguera que lo poseyó desde los 55 años hasta su muerte, sino que asumió, por expresas exigencias de Borges, la custodia internacional de su patrimonio literario. Una vida dedicada a otra vida, manteniendo a la vez independencia, libertad y autonomía. Peculiar y pesada tarea.
Frágil, con su singular corte de pelo, siempre envuelta en finas gasas o evanescentes telas, María recorrió el mundo incansablemente, desde Mongolia y Francia hasta Japón y Egipto –también nuestro país, sin importar kilómetros, horarios o públicos–, difundiendo la obra de Borges
Sobria, de buen humor y gran simpatía, caminar con ella en las cercanías de su casa de Rodríguez Peña y Juncal ha sido siempre asistir a un sinfín de mimos anónimos y diversos que recibe a su paso firme. “Chau, María” es lo que comúnmente le dicen los sorprendidos transeúntes del barrio cuando la reconocen. Ella responde siempre con conmovedora humildad y gratitud. María Kodama ha enfrentado, apenas fallecido Borges y en las décadas posteriores, ataques feroces, no solo verbales, sino también en el ámbito de la Justicia.
En un libro aún no publicado, María compila más de diez sentencias totalmente favorables a sus derechos, que desestimaron pretensiones de otros escritores o instituciones que la demandaron.
Según me comentó, ese volumen, dividido en tantos capítulos como juicios, simplemente deja constancia de los reclamos y las resoluciones judiciales. Todas sus defensas y sus éxitos más trascendentes en los tribunales están allí.
Pocas figuras han recibido más presiones, agresiones, ironías o comentarios adversos que esta nobilísima viuda, que resistió todos los embates sin bajar jamás la guardia.
Tan laboriosa como atenta, Kodama custodia con fiereza el legado que recibió. Aquí cabe una ligera licencia poética: en ella conviven un geisha sutil, cordial y elegante con un samurái sólido e invencible. No permitió, ni aun ante poderosas editoriales extranjeras, desviaciones, alteraciones, ni cambio alguno que no fuera el rescate de los textos tal como fueron escritos por Borges.
Frágil, con su singular corte de pelo, siempre envuelta en finas gasas o evanescentes telas, María recorrió el mundo incansablemente, desde Mongolia y Francia hasta Japón y Egipto –también nuestro país, sin importar kilómetros, horarios o públicos–, difundiendo la obra de Borges.
Recuerdo su presentación en la Universidad de El Cairo, ante 400 jóvenes que, en dos clases magistrales, siguieron sus reflexiones y lecturas sobre textos de su esposo con respetuoso silencio y profunda admiración.
Las grandes universidades de Japón también tuvieron su palabra, que fue propagada como agua bendita sobre los permeables y sensibles espíritus de jóvenes poetas.
María puede mostrarse apacible y gratísima, pero allí donde alguien quiera alterar algo de un original de Borges despierta inmediatamente su fiereza, que no sabe de concesiones o flexibilidad. Es cuando la fortaleza se suma a su libertad para saber defender sin vueltas el mandato que le confirieron.
Kodama muestra rigor, enmarca las conversaciones sobre verdades sin ambages. Es seria en todo. Disfruta de los amigos, la mesa donde lo rico no necesariamente sea lo más sofisticado. Bebe su café con hielo, en razón de que asume que su lengua tienen características cercanas a la de los gatos, y le resulta más plácido lo frío.
Caminó casi 70 años comprometida con la vida y la obra de Jorge Luis Borges; su marca está puesta a fuego en nuestra literatura por derecho propio también. Su último libro, La divisa punzó, sobre Juan Manuel de Rosas, la muestra libre de prejuicios, amante irrestricta de sus ideas, sin condicionamientos ni sombras que no permitan reflejar su propia luz. La escritora, recibida en Filosofía y Letras, tiene armas para hacerse escuchar con voz sonora.
Sus libros, su conducta, su figura, su honestidad intelectual y hasta su ácido humor han sido un faro brillante en noches oscuras de traiciones o ambiciones deshonestas. Su fortaleza moral y su fidelidad a todo lo recibido la colocan ya en un Olimpo impoluto y ganado.
Gracias Borges por haberla elegido. María Kodama honra infatigablemente tu legado.