Mardel y Punta
Habitantes y turistas motorizados saben que, en Mar del Plata, hay que esquivar tremendos baches que llevan años sin arreglo, si no quieren romper sus vehículos.
En Punta del Este, cuando llueve copiosamente, ciertos tramos de la rambla marítima Lorenzo Batlle Pacheco se inundan y la vuelven totalmente intransitable.
Sin embargo, en vez de abocarse con prontitud a solucionar estas y otras graves deficiencias urbanas, las dirigencias de esas ciudades balnearias prefieren alentar proyectos faraónicos que producen inquietud en sus fuerzas vivas que, con razón, sospechan que estos forzados sueños de grandeza no son tan inocentes.
La torre de 120 metros que levantarán en el extremo sur de Playa Varese y el conjunto de tres rascacielos, que tendrán de 30 a 60 pisos donde antes estaba el demolido hotel de San Rafael, recuerdan la codicia torpe y grosera que ostenta el granjero de la fábula de la gallina de los huevos de oro, que la mata para ver si encuentra mayor cantidad de ese valioso metal en sus entrañas, algo que, por supuesto, no sucede.
La moraleja que dice que “la avidez nos puede llevar a perder lo que tenemos” bien puede aplicarse también a estos cotizados centros turísticos.