Marcelo Lombardero: "A veces el Colón parece un ministerio"
El director artístico del coliseo admite que los últimos conflictos gremiales perjudicaron a la sala y dice que el teatro debe ser independiente en el manejo de sus recursosnte
La oficina que Marcelo Lombardero eligió para desempeñar sus tareas como director artístico del Teatro Colón es limpia y austera, amplia pero no demasiado grande, y con las comodidades indispensables para cumplir una jornada de trabajo generosamente iluminada por el sol. El espacio parece una metáfora de lo que, a un par de meses de haber asumido el cargo, Lombardero quiere mostrar como las premisas que han de guiar su gestión: orden y prudencia en el manejo del dinero; eficiencia y buena calidad, sin extravagancias, en la programación artística. Cantante y director de escena, egresado del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón, Lombardero, de 41 años, se ha formado y ha desarrollado gran parte de su carrera en la sala que ahora le toca conducir.
Su llegada al teatro como director se produjo en el clima de inquietud provocado por la abrupta renuncia de su predecesor, Tito Capobianco, y la reactivación de los periódicos conflictos gremiales del Colón, que recientemente perturbaron las funciones del abono lírico y del Festival Martha Argerich.
En diálogo con LA NACION, Lombardero afirma que esos hechos perjudicaron a la sala, pero sostiene la necesidad de negociar con los trabajadores del Colón la solución de sus problemas laborales y señala que el principal desafío de su administración es recrear en los cuerpos estables una "mística del trabajo" y llevarlos a un nivel de excelencia artística.
–¿En qué condiciones encontró el teatro?
–Ya tenía una idea bastante clara de lo que pasaba pero me encontré con algunas sorpresas. En cuanto a lo artístico, había cosas que eran absolutamente improcedentes.
–¿Cuáles?
–Cierta forma de armar los elencos. Muchas contrataciones de artistas extranjeros innecesarias, con cachets elevados, que no tenían sentido. En cuanto a lo financiero, encontré muchos problemas porque se programó la temporada sin una previsión presupuestaria seria. El daño fue muy grande.
–¿Están garantizados los recursos hasta fin de año?
–Me he encargado de tratar de equilibrar y renegociar algunos contratos, y de dejar sin efecto otros, porque el teatro tiene una capacidad de pago limitada.
–¿Qué presupuesto tiene el teatro?
–El presupuesto del año que viene se está discutiendo, y en él tendrán incidencia los acuerdos salariales que se han hecho. Viene una ardua lucha para tener un presupuesto que permita la producción artística. Pareciera que el teatro, en los últimos años, se ha convertido en una especie de ministerio, donde el espectáculo es una consecuencia no deseada del mal funcionamiento de esa gran oficina. Y no debe ser así. En lo primero que tiene que pensar el teatro es en producir. El tema central es discutir para qué existe el Colón. La ciudad tiene un teatro de ópera, ballet y conciertos.
Eso tiene un costo. Si el sentido de la sala es solamente pagar los sueldos y no producir, estamos complicados.
–¿No es extraño que a punto de que el Colón cumpla 100 años, en 2008, todavía se discuta cuál debe ser su finalidad?
–Ese debate se da en todos lados, no sólo en la Argentina. Los teatros líricos son organismos costosos pero tienen incidencia cultural en sus países. Me llama la atención a veces escuchar algunas voces que hablan desde su experiencia pasada sin hacer autocrítica. En los 90 hubo un estilo de conducción del teatro porque hubo un estilo de conducción del país. Eso dejó consecuencias positivas y negativas. Las negativas son, por ejemplo, estos últimos trece años sin aumentos de salarios, sin poder jubilar a la gente, con sueldos en negro. Y se le pide a esta gestión que solucione esos problemas en menos de un mes. No me parece justo aunque, como trabajador de la casa, entiendo la premura.
–Esa especie de presión para que se resuelvan los problemas del teatro, de la que usted habla, ¿es interna o externa?
–Ambas, porque el público, cuando se queda sin función como consecuencia de asambleas o paros, exige soluciones, y con todo derecho. Nuestra obligación es con la sociedad. Debemos tener cuentas claras, presupuestos equilibrados. Por otro lado, tenemos un público con el que debemos cumplir.
–Que las jubilaciones del personal del teatro hayan estado obstaculizadas en los últimos años, ¿es consecuencia de acciones sindicales o de deficiencias en la conducción del teatro?
–La gente no se puede jubilar en las condiciones en que la jubilación está planteada.
–¿El Colón es responsable de eso?
–No, eso depende de las decisiones políticas del país. Hay que lograr que la gente que se tiene que retirar después de haber dejado su vida en este teatro se vaya dignamente.
–¿Qué está haciendo la actual administración del Colón para solucionar ese problema?
–Dentro de las negociaciones paritarias en curso se ha tomado el compromiso de no jubilar a nadie durante los próximos dieciocho meses, mientras se estudia la forma de que esta gente se pueda ir dignamente a su casa.
–Cuando usted asumió, el secretario de Cultura de la ciudad, Gustavo López, manifestó su confianza en las paritarias y garantizó a su administración dos años sin conflictos. Días después los reclamos gremiales alteraron las funciones de ópera y del Festival Argerich. ¿Son confiables esas paritarias?
–La discusión siempre es confiable y necesaria. Lo que ocurre es que el Colón es un organismo muy sensible y arrastra muchos años de problemas, de promesas incumplidas, de inestabilidad laboral.
–El Colón no es percibido como un lugar donde haya inestabilidad laboral.
–Hablo de inestabilidad en el sentido de las condiciones de trabajo en un teatro sin reglamentos, anquilosado en los usos y costumbres.
Acá hubo errores y desconfianzas históricos. Yo creo que es un error parar una función. Lo pensé toda mi vida, cuando trabajaba solamente como artista y cuando tuve la obligación de ser representante de algún cuerpo del teatro. Creo que ponerse de espaldas al público es lo peor que puede hacer un artista. Siempre hay que respetar al público, que es para quien trabajamos. Si el público no está, si se cansa, si no viene, estamos perdidos. No la dirección sino el teatro, los mismos trabajadores. Con las últimas protestas gremiales lo que más se perjudicó fue la imagen del Colón y su producción.
–Volviendo al problema de los recursos del teatro, ¿la autarquía sería la solución?
–Creo que el teatro tiene que ir gradualmente hacia una independencia en el manejo de sus recursos, con una auditoría constante. Todo el mundo denuesta el sistema de cuenta única, con razón o sin ella, no lo sé. Pero ese sistema apareció por desmanes en el manejo de los fondos del teatro. Y como en este país somos ciclotímicos, pasamos de los desmanes al control rígido. Creo que existen puntos intermedios.
–¿La personalidad del teatro tiene que estar en manos de su director artístico?
–Sí, pero con ciertas condiciones.
Los artistas estamos para la creación y no pensamos en los recursos. Por eso me gusta que haya una dirección administrativa fuerte, que ponga los parámetros económicos del teatro y un coto a la dirección artística. Si no, el trabajo creativo es pura fantasía y finalmente llega a ser pura mentira, porque no se puede cumplir con lo que se programa.
Esta dirección artística ha fijado pautas para la invitación de artistas extranjeros. Tenemos un tope para los cachets que podemos pagar, y no es malo.
–¿Cuál es la cifra?
–No lo puedo decir hasta que no tengamos el presupuesto cerrado. Pero estamos ofreciendo un cachet lógico, el hotel y el viaje. Quien quiera venir, vendrá, y quien no quiera, no lo hará.
–¿Y quieren venir?
–Siempre hay quienes quieren venir. Claro, existe un target de artistas que no podemos contratar.
–¿Por ejemplo?
–Rolando Villazón, Harry Kupfer, Lorin Maazel. Eso no significa que no tengamos buenos artistas. Además, en la temporada habrá también alguna de esas propuestas más caras, que trataremos de cubrir con sponsors.
–¿Se esfuerza por conseguir fondos para los espectáculos?
–No solamente para los espectáculos, sino también para gastos como la renovación de instrumentos de la orquesta estable y la compra de materiales técnicos que el teatro necesita.
–¿Qué respuesta hay a esos pedidos?
–Después de los hechos que se produjeron durante el Festival Martha Argerich, es muy complicado conseguir auspiciantes.
–¿El conflicto gremial perjudicó el pedido de auspicios?
–Mucho. Pero el Colón todavía resulta atractivo. De todos modos hay que pensar que dentro de dos años estaremos celebrando nuestro centenario y, ahí sí, tenemos que tirar la casa por la ventana.
–¿Qué se está preparando?
–Estamos planteando una apertura de temporada importante, hacer "Aída", que fue el primer título que se hizo en el Colón el 25 de mayo de 1908, con buenos artistas, algunos de ellos, argentinos que no viven en el país. Estamos avanzando en un acuerdo de coproducción con el Teatro Municipal de Santiago de Chile y con otros teatros de América latina.
–Hace un año se anunció un acuerdo con la Staatsoper, de Berlín, que dirige Daniel Barenboim, para traer al Colón, en 2008, dos puestas dirigidas por el propio Barenboim. ¿Eso se hará?
–No. Hablamos del tema con el maestro Barenboim la última vez que estuvo en Buenos Aires. La Staatsoper no tiene los medios para afrontar una cosa así y nosotros, menos. Además, con todo el respeto que le tengo al teatro del maestro Barenboim y a él, creo que el festejo del centenario del Colón tiene que ser con la gente del teatro.
Por otra parte, no había nada firmado ni había ninguna previsión presupuestaria al respecto.
–En 2006 el teatro se cerrará durante un año. ¿Qué pasará con la programación de la sala durante ese período?
–Se seguirá ofreciendo. No es fácil encontrar lugares apropiados fuera del Colón para hacer lo que hacemos en el Colón. Pero hay varias cosas en vista.
–Los años que usted lleva frecuentando el teatro lo autorizan a responder lo siguiente: quienes trabajan en el Colón haciendo sus espectáculos, ¿se sienten artistas o empleados?
–Depende. Para algunas cosas uno se siente artista y para otras, empleado público. Esto no es malo ni bueno en sí. El problema es que cuando no hay reglas claras los límites son muy amplios. Lo que tenemos que hacer es rearmar una mística del trabajo. Esa es mi única opción para tener algún éxito en esta gestión. Mi logro sería dejar el teatro ordenado y trabajando, con prestigio interno y externo. Y eso no pasa por los elencos de divos que uno pueda contratar sino por el nivel de sus propios cuerpos, o sea: tener una orquesta y un coro que funcionen, respetados. Que los miembros se sientan orgullosos de pertenecer a ellos. Un cuerpo escenotécnico ágil, con amor a su trabajo. Porque podemos traer a grandes figuras y ponerlas en el escenario con una orquesta mala, un coro mediocre y una producción escenográfica absurda, y el resultado será propio de un teatro de provincia. Y el Colón no es un teatro de provincia. Con todos los problemas que tenemos, seguimos produciendo espectáculos de gran nivel. Debemos lograr que eso sea el promedio.
El perfil
Hombre de la casa
Marcelo Lombardero egresó del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón, en cuyas temporadas ha participado como cantante en forma ininterrumpida desde 1992.
Del canto a la puesta
Debutó como director de escena en 1994, con la puesta, para el Colón, de “El castillo de Barbazul”, en colaboración con Willy Landin. En 2003 tuvo a su cargo, en esa misma sala, una nueva producción de “La Fanciulla del West”.