Marcelo Larraquy: "El Gobierno debe aislar a los violentos de modo quirúrgico, y no al voleo"
Señal de alerta. El autor de Primavera sangrienta afirma que la reciente irrupción de la violencia en los alrededores del Congreso es un fenómeno callejero que debe ser reprimido sin abusos policiales
Hijo de la cultura democrática de los años 80, a la que se referirá repetidas veces en la entrevista, el periodista e historiador Marcelo Larraquy podría ser catalogado como un "setentólogo", alguien que hilvana libros como capítulos de una serie sobre una década clavada en el imaginario argentino por su violencia. Sus investigaciones exponen las complejidades de una generación que decidió enfrentar el poder con las armas, por un lado, y las de un Estado que asumió formas clandestinas e ilegales para reprimir, por el otro.
En el reciente Primavera sangrienta (Sudamericana), Larraquy hace foco en los primeros años 70, con la salida de los presos políticos y los guerrilleros de la cárcel de Devoto, en mayo de 1973, como episodio nuclear. Si bien el racconto es conocido, lo que brilla en este trabajo son los testimonios, que permiten reconstruir no sólo la logística de las acciones guerrilleras sino también las fisuras hacia dentro de las organizaciones (ERP, Montoneros, FAR) y la descripción de prematuros ejercicios de tortura durante el gobierno de Lanusse.
El impacto de Primavera sangrienta acaso esté en que a pesar de que pasó casi medio siglo desde entonces, los episodios allí narrados resultan una suerte de alerta a la luz de las escenas violentas en torno al Congreso durante las sesiones legislativas por la ley de reforma previsional. Obsesivo, Larraquy ha llegado a la entrevista con anotaciones. Una especie de mapa al que, cada tanto, echa mano.
Hay un eco entre lo que se lee en su investigación sobre ese período y la actualidad. ¿Las recientes escenas en las afueras del Congreso permiten imaginar un regreso a esos días?
No hay elementos para pensar en el regreso de la guerrilla urbana. Lo que se vio es violencia callejera. Hubo piedras, pero no se ven organizaciones que enfrenten al gobierno elegido para provocar un cambio de poder revolucionario. El problema es que detrás de los doscientos que tiraron piedras hubo miles que salieron a manifestarse y fueron reprimidos. Hay que preocuparse por las piedras y por los abusos policiales; por las balas de goma a los fotógrafos y por la barbarie contra Julio Bazán. Si no se presta atención a los desbordes policiales, podría producirse un rápido deterioro institucional y de las libertades individuales. Lo que ganamos en la cultura democrática de los años 80 es la posibilidad de expresarnos pacíficamente en contra de determinadas medidas de gobierno. La violencia callejera existió, por cierto, pero es preocupante que se la agigante para tener un argumento a favor del disciplinamiento de la protesta. Esta fue la primera medida impopular de Macri y tuvo una respuesta social muy fuerte. Si vamos a juzgar las protestas sociales bajo el delito de sedición, estamos en problemas. Doscientos tipos tirando piedras no son eso, aunque es cierto que había líderes territoriales con sus bandas y hasta algunos partidos de izquierda. La misión de la democracia es aislarlos. No digo que Macri no sea un demócrata, sino que no se formó en la cultura democrática de los años 80.
¿Por eso su relación con los organismos de derechos humanos es áspera?
Eso es porque ni Macri ni el macrismo terminan de vertebrar un discurso sobre la dictadura militar. Creo que fue arrastrado por el propio Obama a realizar un homenaje a los desaparecidos el 24 de marzo de 2016 y este año apenas puso un tuit y no hizo ninguna consideración sobre la resolución del juicio a la ESMA, donde hubo un campo de concentración.
Usted dice que no hay que avivar fantasmas de insurrección armada. ¿Por qué no podría surgir un nuevo grupo como el ERP? ¿Porque el contexto internacional cambió o porque el grado de aniquilamiento del Proceso hace impensable una nueva aventura de ese tipo?
No hay condiciones para que eso suceda porque estamos en un gobierno democrático y eso invalida cualquier legitimidad de un levantamiento en armas. La guerrilla urbana surgió como respuesta a gobiernos autoritarios y continuó sobre la base de la lucha interna del peronismo y, de manera macro, a la Guerra Fría, donde cualquier levantamiento social era visto como un ataque al hemisferio occidental. Fuera de eso, lo que me preocupa del macrismo es esa búsqueda constante de enemigos internos. Como lo de RAM. No se sabía qué era y ya no se habla más. Y hay un chico muerto por la espalda en un supuesto enfrentamiento que la Justicia no verificó.
Si se pueden crear grupos insurgentes sin sustento, ¿no podría eso habilitar una reversión de un plan Conintes (Conmoción Interna del Estado) como el que ejecutó Frondizi?
Yo desearía que no. Eso sería implementar violencia estatal con fines disciplinadores y a la larga va a erosionar la base de sustentación del propio Gobierno. El Gobierno tiene que comprometerse a defender siempre el Estado de Derecho y necesita ejercer de forma correcta la represión de los sectores violentos. No se le puede prohibir la entrada al país a un periodista noruego ni pegarle diez tiros de goma a un fotógrafo. Eso es tanto o más peligroso que el vandalismo en el Congreso. A las fuerzas del Estado tenemos que cuidarlas porque son las que tienen nuestras armas. Los argentinos estamos a merced de fuerzas federales que tienen que comprometerse con los protocolos de la democracia. El aislamiento de los grupos violentos debe ser quirúrgico, y no hecho al voleo. En ese caso, cualquier argentino está indefenso. Y eso puede llevar a lo peor de nosotros: el "por algo será".
En su investigación hay una pregunta-problema que cabe tanto a Lanusse como a la izquierda guevarista: ¿qué hacer con el peronismo? ¿Ese dilema también lo tiene Macri? ¿O el suyo es más bien qué hacer con Cristina Kirchner?
Al Gobierno le sirvió la oposición con el kirchnerismo. Macri llegó al poder basado en esa confrontación. Cristina ya no representa un desafío para el Gobierno, pero sí la protesta social a sus medidas. Aunque su influencia se va desgastando, ella puede subirse a esa protesta. El asunto es que es mucho más fácil enfrentar a Cristina que a los caceroleros que se manifestaron en los barrios de clase media. Ésta fue la primera fisura en la base electoral del Pro. El Gobierno lo advirtió y por eso se avivan enemigos internos, una forma de desteñir los cacerolazos.
Julio Bárbaro dice que "el guerrillero era el mito del momento", aludiendo a cierta fascinación romántica que ejercían sobre las capas medias altas de Buenos Aires. Libros como Primavera sangrienta suelen entrar entre los best sellers. ¿Sigue funcionando ese atractivo?
Yo creo que un libro como éste permite al que lo lee refrendar sus propias posiciones. Hay quienes pueden leer lo que cuento y sentir que la represión de la guerrilla era necesaria para tener un país en paz. Algunos lo harán de buena fe y otros para justificar el terrorismo de Estado. Otros encontrarán allí las historias de lucha de compañeros que después cayeron. Yo quise reflejar la atmósfera de un momento violento a causa de un enfrentamiento entre las Fuerzas Armadas y la guerrilla y, en otro nivel, entre Perón y las Fuerzas Armadas, todo en medio de la Guerra Fría. No le digo al lector lo que tiene que pensar, no bajo línea. No cuento una historia de buenos y malos. El registro de los hechos es la mejor opinión para contar que entonces estábamos viviendo el surgimiento de una violencia que terminó siendo masiva. No sólo por todo lo que movilizaba a Perón sino también porque las puertas de las organizaciones guerrilleras eran muy fáciles de abrir para gente que se sentía hostigada por el autoritarismo militar. Estudiantes, militantes y demás. Se interpreta que haber liberado a los presos políticos de Devoto el 25 de mayo de 1973 fue lo que después generó la violencia que terminó por imponer el golpe del 76. Ese análisis olvida el bombardeo del 55 y la proscripción de votar al peronismo, que está en el origen de la guerrilla. El germen estuvo en esa imposibilidad. Ésa es mi posición. En cuanto que los hechos sean leídos como episodios heroicos, creo que eso se corresponde más con una película o una ficción. Yo no presento modelos de acción. Podría ser peligroso.
A partir de donde usted deja de contar la historia, en mayo de 1973, ¿las cosas se hubieran podido resolver de otra forma?
Hay dos factores para pensar eso. El peronismo tenía conflictos ideológicos internos que eran difíciles de resolver de manera pacífica porque Perón ya estaba muy lejos de esa problemática. Había allí una violencia muy aceitada que hizo que bajar las armas, aún durante un gobierno peronista, fuera imposible. Además había un interés de las Fuerzas Armadas, a partir de 1974, en que esta violencia creciera aún más, para llegar al golpe del 76. También había un interés muy fuerte de cambiar la estructura económica del país, de romper con el Estado de bienestar. Ahí también hubo violencia en las medidas de sinceramiento y ajuste que se llevaron adelante. Es un período en el que había mucha gente deseando sangre. Desde distintos sectores. ¿Se pudo haber evitado? Ojalá. Hubiéramos tenido con vida a miles y miles de personas. Pero es difícil de concebir. Tendría que haber sido posible un pacto, a partir de la asunción de Cámpora, para resolver los asuntos internos en forma pacífica. Pero eso no se advirtió en la profundización de la lucha entre los gremios y la izquierda peronista; no se advirtió en la aparición de nuevos grupos parapoliciales; no se advirtió con la decisión del ERP de seguir luchando contra las Fuerzas Armadas. Había una pulsión violenta que estaba impregnada de la dinámica de la política.
Y a nadie parecía importarle la democracia.
La democracia había dejado de ser un valor. Aun en la proscripción del peronismo, si votabas a Frondizi o a Illia los terminaba sacando de la Casa Rosada un militar. Y eso se daba naturalmente. Entonces el sistema no era confiable. El imaginario de la época decía que un guerrillero no podía confiar en el Congreso porque podía terminar legislando a espaldas del pueblo. Esto se arrastraba desde el año 30. Las Fuerzas Armadas eran vistas como el actor que venía a ordenar el desorden de los civiles. En el 76 hubo sectores que pensaron de buena fe, ilusoriamente, que las Fuerzas Armadas podían traer orden y no una escuela de horror. Cuando digo de buena fe me refiero a pensar que el caos de cada día podía ser ordenado. Las Fuerzas Armadas jugaron a ese juego: vamos a ser nosotros. Como historiador, es muy complejo trabajar sobre temas que no tienen consenso. Se puede tener una mirada desapasionada sobre lo que fueron Sarmiento o Rosas, pero es muy difícil tener todavía hoy una mirada serena sobre lo que pasó en los 70. Lo tenemos muy cerca y hay mucho dolor.
¿Por qué en su libro no hay testimonios de militares o policías comprometidos con los hechos?
Porque los delitos que cometieron no están prescriptos y su testimonio podría comprometerlos. Ésa es una dificultad más para trabajar el período. Sin embargo, encontré la mirada de un agente penitenciario de Devoto en un blog y decidí incluirla. En cambio, los guerrilleros que hablan en este libro por primera vez lo hacen porque sus delitos están prescriptos. Cumplieron la pena del gobierno de Isabel con nueve o diez años de prisión. De cierta forma, los salvó el mismo sistema penitenciario.
¿Qué vio en ese mano a mano con los ex guerrilleros que testimonian para su libro? ¿Nostálgicos? ¿Arrepentidos?
Es muy difícil generalizar, cada uno tiene su particularidad. Algunos sí se sentían arrepentidos por haber empujado la violencia posterior y lo que terminó sucediendo en la década. Otros creen que erraron el método pero actuaron con convicción y honestidad. Todos marcan que en ese momento era imposible no actuar así, que el contexto es irrepetible. La mayoría de ellos quedaron muy marginados del contexto político y volvieron a sus antiguos oficios u ocupaciones. Subrayan la improvisación e inexperiencia en no entender la potencia del enemigo. Creyeron que se estaban enfrentando al policía de la esquina y se midieron con un ejército que estaba por encima del sistema político y la Constitución, listo para reprimir. Y en ese fuera de foco se perdieron demasiadas vidas y se provocó la peor tragedia política de la historia argentina.
Biografía
Marcelo Larraquy nació en 1965 en Buenos Aires. Fue subeditor de la revista Noticias y escribió para los principales diarios del país. Periodista e historiador, hizo de los enfrentamientos entre la guerrilla y la última dictadura su tema principal, en libros como Galimberti, Fuimos soldados y Los 70. Una historia violenta.
La foto
"En ese tiempo tenía 23 años, vivía en Milán, Italia. Leía a Italo Svevo, a Hesse, trabajaba de lo que podía y soñaba, alguna vez, con escribir un libro", dice Larraquy. "Hoy me gusta tener esa foto en el escritorio mientras escribo."