Mar del Plata. Una ciudad que se expresa al ritmo de los vaivenes del país
Mar del Plata es polifónica: hay muchas voces que la contaron y siempre hay una nueva para narrarla. La ciudad fue volviéndose paisaje, símbolo y utopía. También es el ícono colectivo de un país que jamás fue ni será igual a sí mismo, y funciona como espejo de los cambios sociales, políticos, económicos y culturales argentinos. Mar del Plata adquiere un significado distinto con cada relato que busca definirla, porque la ciudad es también polisémica.
El primer registro que conocí fue el que hizo Fernando de Magallanes, en 1519, cuando a bordo de la nao Trinidad pasó frente a estas costas y bautizó como Punta de Arenas Gordas a lo que hoy es Punta Mogotes. En 1575 fue el turno del corsario inglés Francis Drake, quien anotó en su extravagante cuaderno de bitácora que había una lobería en la costa y escribió Cape Lob para nombrar lo que ahora es Cabo Corrientes.
Corría noviembre de 1581 cuando Juan de Garay llegó a caballo a estos parajes. Pocas semanas después le escribió al rey de España: "Es muy galana costa y va corriendo una loma llana de campiña... pueden llegar carretas hasta el agua... hay gran cantidad de lobos marino..." [sic]. El relato del segundo fundador de Buenos Aires inspiró al empresario español que en 1995, frente a Playa Grande, construyó el primer hotel cinco estrellas de Mar del Plata y lo llamó Costa Galana. Son los ecos de la historia.
Lo sugestivo de aquellos relatos antiguos es que describen el paisaje y la fauna con una mirada que por momentos parece teñida por la ficción y el hechizo. Quizá la desmesura del territorio impregnó la imaginación de los aventureros y por eso, más de una vez, es difícil saber dónde reside lo real y dónde se inmiscuye la fantasía y la superstición. Las crónicas de aquellos siglos fundacionales parecen haber nutrido, siglos después, los hermosos cauces literarios del realismo épico, el realismo mágico y lo real maravilloso.
El tiempo corrió. A mitad del siglo XIX el portugués Coelho de Meyrelles le escribió a un grupo de inversores que estas costas eran perfectas para instalar un saladero y los convenció de que compraran tres estancias junto al mar. Acá hay un fuerte giro cultural: el relato abandona la poética del asombro -que caracteriza el discurso del explorador y el aventurero- para definir el territorio por su valor económico.
El audaz Meyrelles llegó en 1856 al mando de decenas de carretas tiradas por bueyes, un centenar de rudos jinetes oriundos del Brasil y medio millar de peones blancos, mestizos, mulatos y negros. El portugués construyó galpones, viviendas y un muelle en lo que hoy es La Perla. Pero el negocio fracasó. En 1860, Meyrelles vendió todo a Patricio Peralta Ramos, quien catorce años después fundó Mar del Plata.
El propio Peralta Ramos fue un hábil narrador de sus propios sueños y quimeras: en una carta al gobernador de Buenos Aires contó que en estas costas "... funciona un saladero, un molino de agua, una iglesia de piedra y cal, botica, panadería, herrería, zapatería y otros ramos industriales y, además, veinte casas de piedra y madera y ranchos". Acá hay un sugestivo anticipo del mítico Macondo que contó García Márquez en la primera página de Cien años de soledad: "Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava...". La realidad y la ficción actúan como las dos caras de la Luna.
Cuando se fundó la ciudad, el 10 de febrero de 1874, el registro narrativo se desplazó enseguida hacia la crónica periodística. La llegada del primer tren a Mar del Plata, el 26 de septiembre de 1886, trajo a los primeros corresponsales de diarios como La Nación. Fue un amor a primera vista que tuvo enorme impacto simbólico, porque de aquellos relatos pioneros surgieron las primeras comparaciones mundanas que ubicaron a Mar del Plata en un plano de igualdad con las tendencias turísticas de moda en Europa. Algunos la llamaron la Brighton argentina por sus atributos similares al del famoso balneario ubicado al sur de Londres; otros describieron las prácticas sociales de las familias que veraneaban en Mar del Plata como si hablaran de Biarritz o San Sebastián. Eran elogios refinados que consolidaron la identidad cosmopolita de Mar del Plata.
El perfil aristocrático de Mar del Plata se construyó con el imaginario inglés y afrancesado de los años opulentos de la Belle Époque que fueron de la primera década del siglo XX al final de la Segunda Guerra Mundial. Fueron más de tres décadas de exuberancia que se reflejaron en la arquitectura, el bullicioso ritmo social y la vida cultural de la ciudad.
El núcleo intelectual orquestado por Victoria Ocampo es el emblema de aquella etapa prolífica para la vida intelectual argentina y encontró cauces fluidos para expresarse y exhibirse públicamente. Las imágenes de Jorge Luis Borges en la playa o en la Rambla junto a Victoria y Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares reflejan el clima de la época. La Villa Victoria fue el epicentro de la actividad incansable que desplegaba Victoria Ocampo con la revista Sur y sus invitados, que llegaban del país y el exterior. Vale un dato: en la legendaria villa fue donde Borges escribió dos de sus cuentos más prodigiosos: "El jardín de senderos que se bifurcan" y "La Biblioteca de Babel".
Y según cuentan, fue en estas playas donde Adolfo Bioy Casares le pidió casamiento a Silvina y ambos decidieron comprar la magnífica Villa Silvina, donde veraneaban y pasaban fugaces fines de semana en el invierno, y adonde Victoria, al volante de su propio auto descapotable, condujo al arquitecto Le Corbusier desde su mansión de Beccar. Victoria fue una feminista como pocas y la villa, desde 1981, es un Centro Cultural Municipal.
Pienso en un punto de quiebre cultural: el suicidio de Alfonsina Storni, el 25 de octubre de 1938. Ese año se inauguró la ruta 2 y Mar del Plata fue volviéndose un destino más popular. La llegada del peronismo consolidó el turismo social y para la década del 60 había otra ciudad en ebullición.
En 1970 Juan José Sebreli publicó Mar del Plata. El ocio represivo al calor de la ideas de Herbert Marcuse y del marxismo para jaquear el valor social y el sentido político del turismo de masas. El polémico libro estuvo prohibido durante la última dictadura, pero lo leí cuando estudiaba profesorado de Historia en la Universidad Nacional porque me lo prestó de modo clandestino el director de la biblioteca: el ejemplar estaba forrado con un papel verde que tenía una inocente etiqueta blanca donde se leía: "Breve historia del bandoneón". Una audacia en la ciudad donde nació Astor Piazzolla.
Hablo de signos, símbolos y marcas culturales de una ciudad que se expresa y se deja expresar al ritmo de los vaivenes del país. La ciudad de las mil voces sigue multiplicando perspectivas y registros narrativos. También multiplica sueños y anhelos. Es que Mar del Plata es tan real como podemos imaginarla y tan imaginaria como podamos contarla.
Escritor, secretario de Cultura de Mar del Plata