Mankell, de género y de culto
Así como hay cosas que no se pueden decir, otras tampoco se las puede contar. El asesinato es una de ellas. De tan real, se vuelve inenarrable. Como si el acto criminal fuera una escena sustraída de todo testimonio posible. La novela policial, en cambio, intenta dar cuenta de crímenes verdaderos pero sin víctimas reales. Eso ya es distinto. La ficción puede revelar una verdad, produciendo efectos de realidades. Como bien lo explica Freud en su maravilloso ensayo "Lo siniestro" sobre el cuento de E.T.A. Hoffmann, "El hombre de arena". Allí, Freud (premio Goethe de literatura), se refiere al "efecto" de siniestro, que no es lo mismo que lo siniestro propiamente ocurrido, tan buscado por las cámaras de los noticieros.
A cada época parece corresponderle un crimen, y el género policial se hace cargo de contarlo. Autores tan disímiles como Poe, Conan Doyle, Agatha Christie, Hammett, Simenon, Jim Thompson, Ambler, Highsmith o Vázquez Montalbán, apuntaron a lo real para inventar sus historias criminales, como reto literario y moral.
La novela policial es también el relato moral por excelencia, que incluye su contracara, es decir, personajes tan amorales como el comisario de "1280 almas" o Ripley, en las novelas de Highsmith. El propio Stieg Larsson, antes de escribir su saga, Millennium, como periodista denunciante publicó varios libros de investigación acerca de los grupos nazis de su país y de las conexiones entre la extrema derecha y el poder político y financiero.
Así llegamos a nuestro querido escritor, Henning Mankell (1948, octubre 2015), quien integró la flota que intentó romper el cerco contra Palestina que impedía la llegada de remedios y alimentos. Su muerte reciente no le quita sus principios: los de su vida, con ansias de creatividad y justicia, y los excelentes principios de sus novelas. Como el inolvidable comienzo de uno de sus mejores policiales, El chino (2008), con el lobo que va olfateando desde las primeras líneas, hasta llegar en el tercer párrafo a Hesjövallen, donde bajo la nieve, "percibe un olor a sangre de origen indeterminado" y empieza a mordisquear algo que lentamente descubrimos que es una pierna humana. Y "mientras el lobo come, empiezan a caer de nuevo leves copos de nieve sobre la tierra helada". Para completar el horroroso cuadro, Mankell ubica en el segundo capítulo a un fotógrafo, que sólo servirá para mostrar la escena. Después, el personaje ya no es necesario y el propio autor lo dispensa de la trama. La foto requiere de una historia.
Mankell le otorga gran importancia al tiempo histórico. Sus novelas no se restringen a episodios aislados, se construyen a través del tiempo y entre personas. La jueza protagonista, Birgitta Roslin, es una mujer que, como muchos de los personajes de Mankell, tiene problemas sentimentales, cierto hastío, pero con ideales personales que la involucran con la investigación.
Su célebre personaje, el inspector Kurt Wallader, que luego pasó a la pantalla, también combina la ética con la flaqueza, el cansancio con la ilusión. Es un reflejo de Mankell, con quien comparte la edad y su estado –jubilado prematuro-, el humor y sus compases –melancólico, idealista- y sus principales gustos -la ópera y la naturaleza. Le sigue en parentesco Linda Wallander, la hija del detective, con quien sostiene una tierna y problemática relación, también protagonista de su propia novela: Antes de que hiele.
En una de sus últimos libros, Un ángel impuro (2012), Mankell advierte: "En el fondo, todo cuanto escribo se basa en una verdad. Puede tratarse de una verdad grande o pequeña, clara como el cristal o extremadamente fragmentaria, pero siempre existe una semilla enraizada en algún suceso real que da origen a la ficción de cada uno de mis libros."
Lo verdadero llega por la literatura, lo real no necesariamente.
Gracias Mankell, por acercarnos tanto.
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